Breve reseña sobre Literatura Infantil y Juvenil española.
Por José R. Cortés Criado.
En la segunda mitad del siglo XX, los autores que escribían para los más jóvenes decidieron denostar el autoritarismo, las falsas convenciones sociales, los prejuicios absurdos, e impregnar sus libros de realismo e ideas renovadoras, así como de fantasía y ciencia-ficción o narraciones históricas, tratando los temas que fueron desaprobados para evitar alterar el desarrollo de la infancia inocente: “Los autores se atrevieron a escribir sobre asuntos que nunca antes habían aparecido tan explícitamente, como la muerte, el sexo, la defensa de las minorías y la crisis de valores en la sociedad contemporánea” (Garralón, Ana, 2001, p. 131).
Con la llegada a España de la democracia, y la desaparición de la censura, los escritores se manifestaron con absoluta libertad; ya no debían escribir eludiendo las restrictivas normas de los censores ni habían de someterse a las estrictas normas de los educadores; se quebrantaban las reglas de urbanidad, se defendía la tolerancia, se buscaba una nueva identidad acorde a la manera de ser de cada uno y surgió “una literatura progresista y militante que, en algunos casos, se identificó como literatura antiautoritaria” (Colomer, Teresa, 1998, p, 111).
En la década de los setenta, lo milagroso desciende significativamente en las obras del período democrático, y asciende lo imaginario y se pasó a reivindicar la fantasía, los conflictos y relaciones personales, además, se exigía una la literatura de calidad en el campo educativo; todo trajo consigo que los libros infantiles se llenaran de humor y de imaginación, de personajes disparatados, ociosos, tiernos, que se enfrentan a la ambigüedad de los sentimientos, a la complejidad de los conflictos y a los cambios de perspectivas.
Durante esos años la producción literaria para niños y jóvenes se nutría principalmente de autores extranjeros, y gracias a los niveles de libertad alcanzados en nuestra sociedad, se pudieron difundir obras cuyos personajes eran transgresores de las normas sociales establecidas y se mostraban rebeldes ante una sociedad autoritaria, como Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren.
Una década después, a los grandes autores como Michael Ende, La historia interminable; Roald Dahl, Charlie y la fábrica de chocolate; María Gripe, Los escarabajos vuelan al atardecer; Christine Nöstlinger, Konrad o el niño que salió de una lata de conservas, etc., se unieron autores españoles como Bernardo Atxaga, Shola y los leones; Joan Manuel Gisbert, El misterio de la isla de Tökland; Jordi Sierra i Fabra, En un lugar llamado Tierra; Fernando Alonso, El árbol de los sueños; Concha López Narváez, Memorias de una gallina; Alfredo Gómez Cerdá, Pupila de águila; etc., que orientaron su producción literaria al segmento de población infantil y juvenil a los ya establecidos como Ana María Matute, El polizón de Ulises; o Miguel Delibes, El príncipe destronado; que escribían mayoritariamente para el público adulto.
Posteriormente llegaron Fina Casalderrey, El misterio de los hijos de Lúa; Elvira Lindo, Manolito gafotas; Juan José Millas, Papel mojado; Xabier Docampo, Nube de nieve; Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento, etc.
Debido a que en los años sesenta y setenta las sociedades occidentales experimentaron grandes cambios, se modificaron determinados valores ideológicos y el tipo de educación que se impartía a los menores, ya no se trataba de preservar la infancia en su cápsula de inocencia como se venía haciendo. Había que educar desde la libertad, la tolerancia y el respeto mutuo; en este contexto, a partir de los setenta empiezan a proliferar en la LIJ los relatos sobre chicos con dificultades.
Llegando la década de los ochenta, cuando la Literatura Infantil y Juvenil parece la encargada de dejar testimonio de todo cuanto acontece en nuestra sociedad, se tratarán temas relacionados con el poder autoritario, la burocracia, la delincuencia, la vida en los arrabales, los problemas de drogadicción, el abandono social de determinados segmentos de población, el sexo, la muerte, etc., transgrediendo las normas y conductas sociales:
Y que en el campo literario el único indicador que se utiliza para establecer jerarquías en el aquí y ahora es el éxito, aunque sea efímero, por lo tanto se debe analizar la Literatura prestando atención a diversos aspectos, y especialmente al enfrentamiento del lector con el lenguaje literario, que debe ayudar a comprender nuevas situaciones comunicativas y a enriquecer la imaginación, ampliando las posibilidades de la lengua y sirviendo de detonante para la exteriorización de los recursos expresivos y creativos propios.
En la década de los noventa se añade a la LIJ la novela policiaca, de terror y ciencia ficción. Aparecen obras destinadas a los pequeños en los que un detective ha de desentrañar algún misterio, como en El crimen de la Hipotenusa de Emili Teixidor; sobreponerse a situaciones de terror, Cuando de noche llaman a tu puerta de Xavier Docampo o viajar a otras galaxias con El enigma del país perdido de Manuel Alonso.
El siglo XXI se inicia con los mismos temas, a los que hay que añadir nuevas corrientes de novelas románticas donde se mezclan lo real con lo irreal; el caso de las sagas de amores entre humanos, vampiros, ángeles y amazonas de autores extranjeros junto a libros de autores españoles que reflejan amores adolescentes como Canciones para Paula de Blue Jeans, Solo tú de Jordi Sierra i Fabra, Pulsaciones, de Frances Miralles y Javier Ruescas; o Cordeluna de Elia Barceló.
Proliferan libros de misterio con trama detectivesca, Andreu Martín y Jaume Ribera publican Los gemelos congelados, la décimo primera aventura de su personaje Flanagan; Beatriz Osés, Erik Vogler en muerte en el balneario; y Ronaldo Menéndez, El agujero de Walpurgis. Autoras como Maite Carranza, La guerra de las brujas; o Laura Gallego, Crónicas de la Torre; introdujeron con anterioridad las sagas fantásticas en la producción autóctona.
También se editan volúmenes que reflejan el realismo crítico, abocados al tratamiento de la inmigración, La aventura de Said de Josep Lorman o El chico de las manos azules de Eliacer Cansino; a las guerras o conflictos sociales lejanos, Un balón por una bala de Rafael Salmerón; o a situaciones vinculadas a España como el conflicto del Sahara, Palabras de Caramelo de Gonzalo Moure; tienen su espacio también obras dedicada a la explotación infantil como Iqbal Masih, lágrimas, sorpresas y coraje... de Miguel Griot; las que hacen referencia a problemas sociales como el alcoholismo en La chica de la ginebra de Santiago García-Clairac; las dirigidas a los sentimientos de solidaridad con las personas diferentes, Dímelo con los ojos, de Alfredo Gómez Cerdá, las que hablan de amor y misterio como Las lágrimas de Shiva de César Mallorquí, y las que inciden en la conservación medioambiental, La negrura del mar, de Ramón Caride.
Además proliferaron libros con animales muy humanizados como protagonistas, donde realidad y fantasía se entrecruzan, así ocurre con distintas versiones del clásico cuento de Caperucita Roja: La ladrona de sellos de Txabi Arnal Gil; Feroz el lobo de Margarita del Mazo; Lo que no vio Caperucita de Mar Ferrero; o en historias como El elefante que quería ser hormiga de Emilio Calderón y Mari Luz Bravo o Carnaval en el jardín de Gemma Armengol.
Además, para el público infantil y juvenil han proliferado los álbumes ilustrados, dotados de gran belleza y una enorme calidad dada la plasticidad de los trabajos publicados como: Ahab y la ballena blanca de Manuel Marsol; el clásico Hansel y Gretel con ilustraciones de Iratxe López de Munaín; Las aventuras de la bruja Fritanga de Xan López Domínguez; Un paseo con el señor Gaudi de Pau Estrada o Un trocito de horizonte de Arturo Abad.
En este nuevo siglo también se prodigaron las novelas gráficas, dirigidas especialmente al público juvenil y adulto, unas inspiradas en obras clásicas como la versión de ¿Cuánta tierra necesita un hombre? de Leon Tolstoi e ilustrada por Miguel Ángel Diez; Los 12 trabajos de Hércules ilustrados por Miguel Calatayud; El parque de la luna, de Miguel Navia; El arte de volar de Antonio Altarriba o Arrugas de Paco Roca.
Hoy algunos escritores de LIJ compaginan su labor docente con la producción literaria como es el caso de Ana Alcolea, La noche más oscura; Rosa Huertas, Tuerto, maldito y enamorado; o David Lozano, Donde surgen las sombras; otros dejaron la enseñanza para vivir de la escritura, Ricardo Gómez, La isla de Nuncameolvides; hay quien compagina periodismo y LIJ, Blanca Álvarez, Hormigas en bota de fútbol; o Pablo Aranda, Fede quiere ser pirata; a estos autores se puede añadir una pléyade de nombres que disfrutan inventando historias para pequeños y jóvenes lectores: Laura Gallego, Memorias de Idhún; María Menéndez Ponte, Nunca seré tu héroe; Eliacer Cansino, El misterio Velázquez; Gonzalo Moure, El síndrome de Mozart; Antonio A; Gómez Yebra, Un gato verde más o menos; Care Santos, Se vende mamá; David Fernández Sifres, Un intruso en mi cuaderno¸ Emilio Calderón, Julieta sin Romeo; Francisco Valladares, Antares; Juan Madrid, El hijo de Sandokán; Maite Carranza, Palabras envenenadas; Mónica Rodríguez, El círculo de robles; Pep Bruno, La siesta de los Enormes; Roberto Santiago El sueño de Iván y un larguísimo etcétera.
Cuando hablamos de LIJ generalmente lo hacemos de la narrativa porque la poesía y el teatro son aún más minoritarios que en la Literatura dirigida al público adulto.
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