Un recorrido por los Juegos Olímpicos
Texto: Vicente Muñoz Puelles
Ilustración: Jorge del Corral
Editorial Anaya
ISBN: 978-84-698-6572-9
205 x 260 mm, 64 páginas
9,50 €, (+ 8 años) 2020.
Por José R. Cortés Criado.
"En nombre de todos los competidores, prometo que participaremos en estos Juegos Deportivos, respetando y cumpliendo las normas que los rigen, comprometiéndonos a un deporte sin dopaje y sin drogas, con un auténtico espíritu democrático, por la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos." Juramento olímpico.
Vicente Muñoz Puelles nos acerca a los Juegos Olímpicos desde el punto de vista de la llama olímpica. Ella es la narradora y comienza recordándonos su origen en el templo de la diosa Hera, en Olimpia, cuando una sacerdotisa acercó una antorcha a un espejo cóncavo. Desde ese momento, el fuego de los dioses estuvo ardiendo, toda la Antigüedad, en un pebetero. No se podía apagar sin ofender a los dioses.
Cuando se acercaban los Juegos, unos mensajeros recorrían toda Gracia invitando a los griegos a acudir a Olimpia. Allí acudían deportistas, soldados, poetas, filósofos... Si había guerra, que era casi siempre, se detenía, para poder acudir a las competiciones, dada la trascendencia de los Juegos.
Para hacernos una idea de cómo se respetaban los Juegos, en el año 480 a. de C., Jerjes el Grande, emperador de los persas, invadió Grecia al vencer al pequeño ejército griego en la batalla de las Termópilas, porque el grueso de la tropa estaba en los Juegos Olímpicos. Los persas no entendieron que los griegos diesen tanta importancia a esos juegos donde el ganador se llevaba una corona de olivo.
Y así, poco a poco, nos recuerda los años en que se celebraron, las pruebas que se disputaban, los espacios donde se corría... hasta contarnos que las mujeres casadas no podían acudir a los estadios y, que una corredora, Ferenice, ganó una de las pruebas vestida de hombre. Desde entonces se acordó que los atletas debían participar desnudos.
Los Juegos Olímpicos empezaron a decaer cuando el Imperio romano se apoderó de Grecia; llegaron, incluso, a destruir todos los templos de Olimpia, incluso el de la diosa Hera, la madre de todos los dioses.
Habría que avanzar hasta el siglo XIX para que los Juegos Olímpicos volviesen a ser un encuentro de atletas de todo el mundo, dispuestos a batir récords y fomentar el deporte como opción de vida sana y respetuosa con los contrincantes. En 1896, gracias a Pierre de Coubertin, se celebraron los Juegos de la I Olimpiada, en el estadio Panateniaco de Atenas, que había sido reconstruido para el acontecimiento.
El libro reproduce anécdotas, datos históricos, recuerdos, acontecimientos singulares, nuevos juegos, incorporación de la mujer a las competiciones... y el regreso de la llama olímpica a los estadios, cuando, en 1928, los holandeses construyeron un faro con una llama en su sede olímpica; más tarde, para los Juegos Olímpicos de Berlín, se reconstruyó el templo de Hera, se volvió a obtener la llama de los dioses y desde entonces, viaja de Grecia a la ciudad donde se celebren. Sus viajes han sido variopintos, que si en barco, que si en avión, que si debajo del agua..., en fin, que la llama se lo pasó bien en sus viajes.
Además, la llama nos recuerda el espíritu olímpico, algunos hechos que lo confirman; nos informa de sus símbolos, como los cinco aros de su bandera; las mascotas, que la acompañaron cada cuatro años....
Por último, la llama recuerda que los Juegos Olímpicos modernos dejaron de celebrarse en tres ocasiones: en 1916, 1940 y 1944 debido al estallido de la Primera Guerra Mundial y la Segunda.
La pobre llama no sabía que iba a haber una cuarta ocasión sin Juegos Olímpicos, el año 2020 por culpa de la COVID-19. Este año debían celebrarse en Tokio, y se han pospuesto hasta el año que viene.
A pesar de este desafortunado desenlace, que el autor no podía sospechar, la obra merece la pena ser leída para conocer algunos detalles curiosos de los Juegos Olímpicos y, sobre todo, recordar la importancia de sus ideales, tan necesarios en nuestra sociedad, más hoy, tras esta crisis provocada por un virus que nos ha hecho recluirnos en nuestras casas.
La obra es muy amena de leer, seguro que los pequeños lectores aprenderán más de una cosa interesante; además, el texto de Vicente Muñoz Puelles está complementado con unas vistosas ilustraciones de Jorge del Corral, que nos ambienta muy bien las distintas épocas narradas, los distintos deportes comentados, los distintos atuendos de cada época y, más que nada, los símbolos olímpicos y su lema: citius, altius, fortius. (más veloz, más alto, más fuerte)
Buena suerte a los deportistas y, ojalá, el próximo año se celebre tan singular acontecimiento.