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El día 2 de abril se celebra el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil y se hace para fomentar el interés y el amor por los libros y la lectura en los niños y jóvenes, para que se conviertan en un hábito de vida. Este evento lo patrocina la Junta Internacional de Libros para Jóvenes, una organización internacional sin fines lucrativos.
La fecha se escogió porque ese día nació el escritor danés Hans Christian Andersen. De su importancia en el mundo literario, solo quiero añadir que el premio que lleva su nombre es un galardón internacional que se otorga cada dos años por la International Board on Books for Young People (IBBY) como reconocimiento a una contribución duradera de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) tanto a escritores como ilustradores. Se le suele llamar el "Pequeño Premio Nobel".
Habrá lectores que se pregunten si realmente existe la LIJ o si con esta denominación se puede llamar a un tipo de Literatura. Hoy este debate no se plantea, pero hasta el siglo XX se ponía en duda su existencia ya que sus orígenes estaban en los cuentos tradicionales, que se contaron para adultos y después el público infantil y juvenil se apropió de ellos. Otros textos surgieron al amparo de los colegios con una gran carga moralizante e instructiva, ocasionando un empobrecimiento literario de los mismos.
Así, en sus inicios, la LIJ era valorada según criterios pedagógicos y moralizantes, no se pensó que fuesen auténticos textos literarios con una temática acorde con los niños y jóvenes y, como decía Miguel Delibes, para escribir para niños no hay que hacerlo como un tonto imitando la voz de una abuelita; sino que hay que escribir a la manera que sienten los lectores de esas edades.
Por suerte, hoy se reconoce, socialmente, que existen libros de LIJ de excelente calidad y un plantel de escritores y escritoras que ejercen su oficio solo para este segmento de lectores e, incluso, reputados escritores de adultos, hacen sus incursiones en el mundo de los niños y los jóvenes.
En la segunda mitad del siglo XX, los autores que escribían para los más jóvenes decidieron denostar el autoritarismo, las falsas convenciones sociales, los prejuicios absurdos, e impregnar sus libros de realismo e ideas renovadoras, así como de fantasía y ciencia-ficción o narraciones históricas, tratando los temas que fueron desaprobados para evitar alterar el desarrollo de la infancia inocente. Con la llegada a España de la democracia, y la desaparición de la censura, los escritores se manifestaron con absoluta libertad.
En esa época, la producción literaria para niños y jóvenes se nutría principalmente de autores extranjeros, y gracias a los niveles de libertad alcanzados en nuestra sociedad, se pudieron difundir obras cuyos personajes eran transgresores de las normas sociales establecidas y se mostraban rebeldes ante una sociedad autoritaria, como Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren.
Una década después, a los grandes autores como Ende, Dahl, Gripe, Nöstlinger... se unieron autores españoles como Merino, Millás, Atxaga, Gisbert, Sierra i Fabra, Alonso, Concha López, Gómez Cerdá... a los ya establecidos como Ana María Matute o Miguel Delibes. Posteriormente llegaron Casalderrey, Lindo, Martín Garzo, Docampo, Ruiz Zafón...
Conforme avanza el fin de siglo, los lectores juveniles disfrutan con relatos que reflejan los problemas cotidianos y de jóvenes con problemas y dificultades; se tratan temas relacionados con el poder autoritario, la burocracia, la delincuencia, la vida en los arrabales, los problemas de drogadicción, el abandono social de determinados segmentos de población, el sexo, la muerte, etc., transgrediendo las normas y conductas sociales.
Se inicia el siglo XXI con obras que tratan problemas psicológicos, solidarios, interculturales, históricos... en una posmodernidad que abarca toda literatura y los temas se amplían; ahora no solo se trata de las relaciones afectivas, se abordan otras identidades sexuales, otros tipos de familia y sus interrelaciones, se abordan temas literarios, de viajes, de introspección psicológica, el feminismo, las migraciones, la exclusión social, la homofobia, las redes sociales, la transexualidad, la violencia machista, la discriminación racial, el ecologismo, las distopías...
No existe censura en los libros para niños y jóvenes, ni temas exclusivos. Todos los temas se tratan independientemente de la edad de sus destinatarios, con las únicas limitaciones que imponen la calidad literaria y las características del público actual se dirigen.
Actualmente el listado de escritores y escritoras del mundo infantil y juvenil es enorme. Me atrevo a hacer un breve listado de autores a pesar de posibles olvidos que se me puedan achacar: César Mallorquí, Carmela Trujillo, Diego Arboleda, Rosa Huertas, Gonzalo Moure, Beatriz Osés, José Pedro Mañas, Cuca Canals, Violeta Monreal, Roberto Santiago, Ana Alcolea, Roberto Aliaga, Elvira Méndez, María Menéndez Ponte, Marinella Terzi, Ricardo Gómez, Santiago García-Clairac, Ledicia Costas, Ricardo Alcántara, Carles Cano, Joel Franz Rosell, Daniel Nesquens, Roberto Aliaga, Emilio Calderón, Nando López, Laura Gallego, Fernando Lalana, Víctor Panicello, Maite Carranza, Enrique Páez...
Como detalle del valor actual de la LIJ, hay que resaltar la gran cantidad de libros que se editan anualmente para los pequeños y jóvenes lectores, así como recordar los numerosos premios literarios infantiles y juveniles, las revistas dedicadas al tema y los espacios en las redes sociales, donde proliferan youtubers y blogueros dedicados a este segmento lector, entre ellos el autor de este artículo.
Por último, quiero insistir que no surgirán lectores si nos limitamos a dar teorías brillantes y consejos a unos niños o jóvenes que desean conocer los porqués de la vida y disfrutar de ella activamente. Habría que implicarlo en la compresión y análisis de textos de forma placentera y guiarlos en la selección de libros adecuados a sus intereses y gustos en ese dédalo al que llega a convertirse la biblioteca.
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