miércoles, 18 de mayo de 2022

"Otro paseo de María Zambrano y Joaquín Lobato por la IV Bienal de Arte y Escuela de Torre del Mar" de José R. Cortés Criado



Por José R. Cortés Criado.






María se desperezó como si acabara de despertarse. Lleva todo el día quieta en su cartel observando el ir y venir del alumnado que no cesa de entrar y salir a este salón lleno de arte y solidaridad.

—Joaquín, ¡Joaquín! Haz el favor, Joaquín, baja, que ya se han ido todos y tengo ganas de estirar las piernas.

Joaquín seguía sin bajar, estaba absorto observando lo que hacía el maestro Pablo Picasso en su espacio.

—Joaquín, no te hagas de rogar y acompáñame en mi paseo vespertino.

—Ya voy, María. ¡Qué prisas te han entrado esta tarde!

—Prisas ninguna, es que estoy entumecida de tanto aguantar el tipo delante de maestros y alumnos. Y mira que me dieron ganas de cantar y plantar patatas con la Orquestilla del Vicente Aleixandre. ¡Qué bueno es ser maestro!

—Sobre todo si consigues que tantas voces infantiles sigan el compás.

—E iluminar las mentes infantiles. Tengo muy gratos recuerdos de mi colaboración con las Misiones Pedagógicas.

—¡Vamos, amiga! ¡Baja que nos vamos a da una vuelta por este espacio de arte y vida!

—Llevo todo el día observando este magnífico saurio y me tiene fascinada. Y más, si cabe, la atención y las caras de asombro de los pequeñuelos que lo rodean con la boca abierta.

—Normal, ellos conocen los camaleones, aunque cada vez hay menos. En esta zona de la Axarquía abundan, pero este, por su envergadura y colorido, es único.

—Además, Joaquín, sus cambios de color me hacen pensar en las veleidades de algunas personas que cambian de opinión cual veletas.

—¡De esos, no somos nosotros! Nosotros somos fieles a nuestras ideas y las mantenemos, aunque haya personas que nos señalen con el dedo.

—Como debe ser, amigo. En la vida es muy importante ser coherente con nuestra forma de pensar y actuar. ¡Bueno, dejemos de reflexionar y cuéntame por qué no bajabas!

—Es que… estaba observando al maestro Picasso cómo pintaba requetebién una cara de mujer y, después, cogía su pincel grueso y pintarrajeaba encima de negro.

—¿No me digas?

—Y, también, dibujaba de frente y de perfil el mismo rostro y le ponía la nariz en la frente o un ojo en el pelo. ¡Hacía cada cosa!

—Joaquín, hazle caso al maestro, no olvides que es un genio y que ha abierto las puertas a la modernidad en el arte.

—Si le hago. Desde que estamos aquí he llenado muchas hojas con anotaciones de su trabajo, me está haciendo ver el dibujo desde otra perspectiva.

—Subamos a verlo y charlemos un poco con él. 

María y Joaquín suben despacio las escaleras. De vez en cuando se detienen a observar el rosetón de manos infantiles que corona la entrada a la Azucarera y el pulpo rojizo que parece vigilar los globos-libros que cubren la nave. Por fin llegan a la primera planta y se paran a saludar a Jorge Guillén.

—¡Hola, amigo poeta!

—¡Hola, María! Aquí estoy dándole vueltas a unos versos que se vinieron a la mente escuchando al público juvenil hablar de mí, del mar y de mi maestro Juan Ramón.

—¡Ah! Juan Ramón Jiménez Mantecón. ¡Qué buenos ratos de charla con él y Zenobia tanto en Madrid como en Puerto Rico!

—Maestro, yo soy aprendiz de pintor y de poeta. Me encantan sus versos cortos, esas frases nominales. ¡Qué fuerza tiene sus poemas tan desnudos de adornos!

—Joven poeta, me gustan las oraciones nominales porque muestran la esencia de las cosas; los verbos hablan solo de su existencia.

—Ven con nosotros a visitar a Pablo —le propuso la filósofa.

—Prefiero seguir buscando el sustantivo exacto para estos versos que revolotean en mi mente.

—Como quieras. ¡Hasta luego!

Caminan hasta el lugar donde se encuentra Picasso con sus pinceles en la mano.

—¡Hola, maestro! Soy Joaquín, un aprendiz de pintor que se maravilla de su buen hacer. Llevo varios días observando su trabajo y, hoy, lo veo muy pensativo.

—¡Hola, Pablo! ¿Qué te ronda la sesera hoy?

—¡María, ¡qué bien me vienes! Llevo todo el día dándole vueltas a un tema y seguro que tú, que eres más reflexiva que yo, me das la solución.

—Dime, ¿en qué te puedo ayudar?

—María, ¿crees que hice bien el pintar el Guernica?

—Sí, sin duda alguna que fue un acierto ese mural. Así queda constancia de la barbarie y la destrucción de esta guerra que ha roto nuestro país.

—¿No crees que debería haber dibujado otro de la Desbandá?

—Pues sí, tu tierra también se merece un mural épico que recuerde el dolor y el sufrimiento de esas familias que pasaron por aquí, por esta playa de Torre del Mar, camino de Almería. 

-¡Qué dolor la desbandá o juía como se le dice por aquí! -añadió Joaquín.

—Ese pensamiento es el que me ronda estos días, amiga filosofa.

—Madura tus ideas y, si lo ves necesario, ponte a la tarea.  Nosotros seguimos nuestro camino y nos pararemos ante los fractales a pensar en lo que hemos hablado. ¡Vamos, Joaquín!

—Mira María, este móvil que parece inacabado. Me recuerda las naves espaciales del cine.

—Sí, Joaquín, podría ser una ciudad del futuro en cualquier punto del espacio. Es verdad, está inacabado. Parece una invitación a los visitantes para que continuemos la extensión de esta ciudad única.

—¡Qué imaginación y qué calidad hay en esta exposición! Me llama la atención cómo con piedrecitas, material de desecho, cascarones de huevo, recortes, libros viejos, goma eva, cartulinas, retales de tela y demás materiales sencillos se puede hacer arte.

—Sí, Joaquín, el arte está en nosotros, el ser humano, solo debemos saber sacarlo de nuestro interior y mostrárselo a los demás, y de eso, tú eres capaz; yo, lo puedo hacer con la palabra, no con el pincel. Todos tenemos un arte, solo debemos encontrárnoslo y trabajarlo.

—María, siempre aprendo de tus palabras. ¡Qué sabia eres!

—¡Anda, zalamero, déjate de alabanzas y sigamos el paseo! —María siguió hablando— Pobre Frida Kahlo, ¡qué dolores tuvo que padecer durante su vida tras aquel fatal accidente! Fue una gran persona de ideas muy avanzadas. Rompió con la imagen de la mujer sumisa y más de un tabú de su época. En sus cuadros reflejó sus dificultades para vivir.

—Sí. Tuvo que ser dura su existencia, una mujer con tanta fuerza y con tan poca movilidad...

—Sigamos, amigo. ¡Vamos a ver si queda algo de la cena tan espectacular que han montado con tan singulares personajes!

—¡Yo me tomaría una copita de Anís del Mono si es que no lo han terminado ya!

—Yo prefiero un cafelito junto al alemán de la cerveza, la menina, Marilyn, y Charlot. Sin duda, mantendríamos una conversación muy interesante.

—Para eso, María, deberías invitar también a Robert Harvey, para que traduzca lo que diga la Monroe.

—Vamos a bajar y charlamos un rato con él, que lo veo muy feliz contemplando las recreaciones de sus obras.

—Un momento, antes entremos a visitar estas señas de identidad tan interesantes.

—¡Ay, Joaquín! Ayer me pasé la noche recordando lo que ahí vimos, esas manifestaciones de la diferencia que tan magistralmente han traído estos profes y alumnos. Dan para escribir un tratado sobre la autoestima, las relaciones humanas, la fuerza de la unión de todos, las caretas que usamos para salir al mundo y lo mejor, que asumamos que todos somos diferentes y todos somos necesarios e importantes.

—Continuemos. Que me entristece ver ese mendigo en el suelo. ¡Parece mentira que hallamos evolucionado tanto y que sigan viviendo personas en la calle!


—Ha sido un acierto esta obra. Es un aldabonazo en las mentes de los que vivimos con las necesidades básicas cubiertas. ¡Hay que mirar a nuestro vecino y arrimar el hombro para que esto no siga existiendo!

—Sí, María y podemos crear nuestra bandera para ese movimiento que acabe con la pobreza.

—Yo le pondría un limón y un gato.

—Y yo, un trocito de mar y de sol.

—No nos quedará mal. Vamos a preguntarle a Robert antes de retirarnos.

—Yo le pondría un ángel —propuso el americano.

—No me extraña, así todos sabrán que vives en La huerta del ángel. Amigo Harvey, quién te iba a decir que un hippie norteamericano como tú iba a acabar viviendo en la Axarquía.

—María, si alguien me lo hubiese dicho cuando nos oponíamos a la guerra de Vietnam, lo hubiese tomado por loco, pero cuando llegué aquí y vi esta luz y esta gente, lo tuve claro. Mi sitio estaba en Macharaviaya.

—¡Hola, soy Joaquín!

—Sí, ya te conozco y conozco tus dibujos y tus versos. Vivo en el campo, pero no desconectado del mundo. Me gusta tu forma de ser y expresarte.

—Desde pequeño me gustaba pintar y montar teatrillos en mi casa.

—¡Ah! ¿Vosotros sabéis que con siete años yo ya dije que era pintor?

—¡Con siete años! Ya me hubiese gustado a mí haber dicho que era filósofa a esa edad.

—Yo tampoco fui tan precoz, aunque seguro que los tres ya apuntábamos maneras desde muy pequeños.

—Cuando lo dije, los mayores se rieron. A mí no me hizo gracia, pero aquí estoy, siendo uno de los pintores de Pop Art reconocidos.


—¿Qué le pasa a Salvador Rueda que esta tarde está tan pensativo? —quiso saber Joaquín.

—No lo sé. Suele ser un buen compañero de tertulia —aclaró Robert— Charlamos mucho, sobre todo él y Lobillo. Tienen muchas cosas en común.

—Con Antonio Segovia Lobillo yo he pasado muy buenos ratos hablando de versos y pintura. Sabe mucho de ambas cosas —aclaró Joaquín.

—¡Hola, Salvador! Todavía resuena el eco de tus palabras en media América. Nadie olvida a este precursor español de Modernismo —expuso María.

—Gracias, amiga. Ahora estoy intentado componer un poema, tengo ya los dos primeros versos: “Torre del Mar, alegre y peregrino / pueblo a la orilla de la mar riente”. Ya me falta menos para acabarlo —dijo con humor.

—Os escuché hablar de la creación de una bandera nuestra, quiero unirme —apuntó Antonio Segovia Lobillo—. Yo le añadiría una pluma y un pincel. No creo que haga falta aclarar el porqué. Si alguien lo duda que se pase por Moclinejo, por el Museo de Arte Contemporáneo que lleva mi nombre.

—Yo no voy a ser menos —habló Salvador—. Propongo que tenga un manojito de boquerones y, si me apuras, una tajada de sandía.

—¿Os parece que lleve como lema “La paz es un modo de ser persona”? —Propuso María.

Todos alabaron la idea y después de platicar un buen rato, Joaquín y María siguieron su vuelta. Revisaron qué nuevos deseos se habían cumplido de la Fuente de la Gloria, saludaron a los atrapados en la pantalla, al pulpo gigante y se detuvieron a conocer el secreto de tantas miradas atrapadas tras las ventanas.


—¡Qué tiempo más duro el del confinamiento por la pandemia! Esperemos que no vuelva.

—Sí, Joaquín, será mejor.

—Veo que los frutos axárquicos están en sazón, siempre hemos sido tierra de agricultores.

—Ahora te propongo callarnos para sentir los latidos de nuestro planeta y, después, sentarnos un rato a contemplar este móvil mágico que ha hecho el alumnado con la ayuda de Antonio Hidalgo.

—Mi amigo Antonio es un genio, su pintura es inconfundible, domina los recursos técnicos como pocos, el color es un factor imprescindible junto a esos otros elementos que le dan un toque mágico a su obra.

—Sin duda, Joaquín, estamos ante un artista que sabe reflejar perfectamente aquello que lleva en su imaginación.

—¡Hola, paisanos! Me alegra saber que os gusta lo que creo. Yo lo paso en grande en la soledad de mi estudio delante de un lienzo, pero he de confesaros que me lo pasé genial con los niños haciendo esta muestra para la bienal.

—Es para sentirte orgulloso. Esa cantidad de pequeños detalles, esa mezcla de tonalidades y esas formas hacen de El carro de la ilusión una pieza digna de cualquier museo de arte moderno—afirmó María.

—¡Ah! A propósito de la bandera, le añadiría una gaviota y un pulpo multicolor y me presto a pintarlo para la V Bienal Internacional de Arte y Escuela de la Axarquía.

—Con una condición —dijo Joaquín—. Que no lo recargues de adornos, porque, entonces, parecerá el carrito de las chucherías.

Los tres amigos, entre risas, se despidieron.

María, antes de volver a su mural, se acercó a la emisora de radio escolar. Tocó los auriculares y los micrófonos, se sentó frente a uno. Su mente voló muy lejos y, con voz suave, recitó:


—Bajo la flor, la rama; / sobre la flor, la estrella; / bajo la estrella, el viento. / ¿Y qué más?

Después, en el silencio de la tarde, recordó la letra de Verde, blanca y verde de Carlos Cano, tan bien cantada por la Orquestilla del Vicente Aleixandre y el Coro Joven Stella Maris.

Al cabo de un rato se levantó y susurró:

—Todo arte es poesía o… no es.

 


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