Por José R. Cortés Criado
Juan Madrid nació en Málaga en 1947, lugar donde pasó
su infancia, después su familia se trasladó a Marruecos y allí residió hasta
1959, fecha en la que regresó a España y se instaló en Madrid.
Estos primeros años del escritor en la ciudad de
Málaga lo marcaron de manera especial, tanto por el hecho de ser éste el lugar
donde empieza a descubrir el mundo como por las intensas vivencias infantiles
en un periodo de su vida que recordará siempre.
Juan Madrid es de las personas que constantemente
recuerda al interlocutor su lugar de nacimiento y recurre a calles o lugares
públicos malagueños para situar a sus personajes en un marco real donde llevar
a cabo sus acciones, especialmente en sus obras infantiles y juveniles.
Cuando
se le pregunta por esa presencia de Málaga en su obra literaria y lo que supone
en su creación artística suele responder sin ambages que es “la memoria. La
única patria que reconozco. Aún creo que no he salido de los callejones de
Málaga”[1].
Los
recuerdos más vívidos de su infancia malagueña están presentes en tres de sus
obras: Los piratas del Ranghum, En el Mar de China, El fugitivo de Borneo; todas ellas protagonizadas por el autor, su
hermano, su amigo Mohamed, Clara, algunos chavales del Perchel y sobre todo por
Salvador y su perro Rayo; en el resto de sus novelas Málaga está omnipresente como
lugar donde habitan sus personajes, en numerosas conversaciones y en la
añoranza de otros, además de ser considerada como destino turístico o lugar de
corrupción urbanística.
En Los piratas del Ranghum, Juan, el joven
protagonista, cuenta sus vivencias en Málaga en un tiempo que su padre está
encarcelado por sus ideas políticas y su madre, sin trabajo, debe sacar la
familia adelante. Nos hablará de su hermano Carlos, de su amigo Mohamed, y de
Clara, la niña pija, hija de una amiga de su madre y de los niños de El
Perchel, ésos a los que el protagonista teme aunque al final resulta que no
eran tan malos como se les presuponía, los llamaba “nuestros enemigos del otro
lado del río”[2], los que “en verano cruzan
el río por unos pasos secretos y nos atacan”[3].
El
río al que se refiere el autor es el Guadalmedina, que tuvo especial
protagonismo en su infancia y así es citado con frecuencia en sus obras: “Cuando
era verano, el río Guadalmedina estaba medio seco en nuestra orilla”[4], entonces buscaban tesoros,
enormes tesoros de cobre, hierro, plomo, cascos de botellas…, que luego vendían
al señor Requena, el trapero para “conseguir así dinero para alquilar tebeos,
comprar caramelos, altramuces, palotes de palodú,
o sea regaliz, y hasta chicle americano Bazoca, “siempre en la boca” como decía
paquito el Cojo, el hombre que los vendía en el quiosquillo de la calle
Carreterías, un poco más arriba de donde vivíamos”[5].
La
insistencia en los tesoros del río también se puede comprobar en El fugitivo de Borneo. “Pues, sí, listo
-insistió mi hermano Carlos- montones de tesoros: hierros, cobre, cartones...
Los llevamos a la trapería y nos dan dinero, bastante dinero... A veces hemos
sacado hasta dos pesetas. Con eso nos compramos libros y tebeos”[6], aunque los niños de la
rivera opuesta se creen los dueños del río y no los dejan buscar con
tranquilidad los mejores tesoros que “estaban junto a la otra orilla, el
territorio de los del Perchel, donde los basureros volcaban sus carros”[7].
El
río es tierra de nadie entre bandas rivales de barrios opuestos, donde se
disputan peleas o se ajustan cuentas; la banda que forma Juan con su hermano y
sus amigos no osa entrar si ve rivales en el lecho, porque cuando coinciden zanjan
sus asuntos a golpes. Así recuerda el autor como la banda de los Murciélagos
Negros obligó a él y a su hermano a bajar al río para aclarar sus diferencias:
“Nosotros caminábamos como si nada ocurriese. Al llegar al río Guadalmedina, a
la altura del puente de Carreterías, Loren, el gordo, ordenó que nos hicieran
bajar por el terraplén, empujándonos”[8].
Y
cuando la pelea es inevitable, por ejemplo, si te tocan la oreja con el dedo
húmedo en saliva, como le ocurrió al joven protagonista de El fugitivo de Borneo, hay que seguir unas reglas no escritas pero
vitales en estos trances, como se recogen en las palabras pronunciadas por
Mohamed antes de una refriega: “Hay que cumplir las cinco reglas -dijo-.
Primera, no meter los dedos en los ojos. Segunda, no estrangular. Tercera, no
arañar ni morder. Cuarta, no agarrar lo huevos. Y quinta, no mentar a la madre
ni a los muertos”[9].
Juan
ha de dirimir dos peleas en esa época, la primera terminó cuando se cansó de
recibir puñetazos de su contrincante, Curriqui,
y lo golpeó con una piedra en la cabeza. No pudo ver el final de la pelea
porque “todos gritaban, pero yo apenas si escuchaba los gritos. La piedra
resbaló de mi mano. El círculo se volvió borroso y empezó a dar la vuelta”[10]. En El fugitivo de Borneo para defenderse sigue una estrategia
aprendida en un libro de Emilio Salgari, consistente en correr ante su
perseguidor y cuando está a punto de ser alcanzado, agacharse para que el otro tropiece
y termine en el suelo, así pudo huir del cauce del río en aquella ocasión.
Pero
además el río es el que une a estos jovenzuelos con el contador de historias
interminables que es Salvador, el cual se presenta diciendo: “Yo he sido
marinero desde los trece años, cuando embarqué de grumete en un barco carbonero
en el puerto de Cádiz”[11], y que según el narrador “tenía
una pierna de palo y vivía solo en una casucha de lata en la playa de San
Andrés, allí, en Málaga, no muy lejos del río, en compañía de su perro Rayo.
Tenía una barca, La Indiana, con la
que salía a pescar antes de que amaneciera”[12].
Juan
Madrid escribe en "Como un prólogo" de Los piratas del Ranghum, que muchas de las aventuras infantiles son
de verdad, otras, no tanto, pero no sabe dónde están los límites y que a sus
hijos mayores, Alex y Enrique, siempre les contó las historias como si fuesen
de Salvador, más tarde su hijo Guillermo, también siguió aceptando que fuese
Salvador el que contaba historias.
Cuando
al escritor malagueño se le pregunta sobre la trama de las historias de sus
novelas dirigidas a los más jóvenes suele comentar: “He tratado de recordar los
cuentos maravillosos que me contaba mi padre…Y los que yo les contaba a mis
hijos cuando eran pequeños”[13].
Así
que ese viejo pescador se convierte en el tejedor de historias que diariamente
deja inacabadas para tener a su público pendiente del desenlace de las mismas,
pero Juan se encarga de recopilarlas, continuarlas en su cuaderno negro y contárselas
a sus amigos, aunque a veces necesita ayuda de Salvador para cerrar algún
episodio.
El viejo marino utiliza la misma estrategia que Sherezade
ante el sultán, cuando lo cree conveniente deja de contar la historia, que siempre
coincide con la presencia de algún peligro o la espera de un desenlace con
enjundia, esa es la principal función que ha de tener una contador de historias
saber engatusar al lector y esa idea es la que prima en los cuentos de Juan
Madrid: “Soy heredero
de esos contadores de cuentos orales. Me gusta que mis personajes actúen, por
eso tardo tanto en darles vida”[14].
Juan
Madrid deja constancia de esa pasión por la narración oral y pone en boca de su
joven protagonista lo que piensa respecto al patrimonio literario popular cuando
éste le dice a sus oyentes que han de idear un final para el relato que deja inconcluso
porque “las historias son eternas, nunca terminan. ¿Entendéis? De una se puede
sacar otra, y de ésta, otra, y otra más. Hasta el infinito. […] Las historias
no son del que las cuenta, también son del que las escucha. Las historias no
tienen dueño. Eso es lo más hermoso que tienen las historias. El que escucha
una historia es también dueño de ella…”[15]
Y Salvador
cuenta a los niños sus andanzas por medio mundo, pero nunca se olvida de su
ciudad natal, en cierta ocasión les refiere que en el barco llamado Ranghum
conoció a una joven sefardí, Fátima Toledano, que le preguntó de dónde era y le
dijo: “Soy de Málaga, en Andalucía”[16],
y que cuando cayó preso le entregó en prenda a su amigo Quiñones “mi reloj, un
buen reloj inglés que le había comprado a un gibraltareño que tenía una
relojería en la plaza Unzibay (sic)”[17].
En
otra ocasión Salvador se puso al servicio de Chen-Kai, el señor de la guerra
chino, que le ofreció un dineral por unirse a ellos y les dijo: “En 1921 cinco
mil dólares americanos eran una verdadera fortuna. Con esa cantidad yo podría
retirarme a Málaga, comprar una casa y vivir de las rentas”[18].
Además
narra momentos difíciles en la convivencia con variados malhechores y cómo su
aprendizaje en las calles malagueñas le sirvió para salir airoso de un mal
trance porque: “sabía emplear la antigua técnica del bastón, tan utilizada por
los gitanos, aprendida durante su infancia en Málaga”[19],
y porque “no era la primera vez que yo veía un combate a cuchillo. En Málaga
eran frecuentes entre los golfos y los ladrones. Yo mismo sabía utilizarlo,
aunque nunca porté navaja de ningún tipo, las detestaba”[20].
Incluso,
en cierta ocasión, Sandokán salvó su vida gracias a Salvador, en agradecimiento,
éste gozó de su amistad, pero no de su libertad, fue consciente de que no
podría salir de aquella isla cuando el mismo Tigre de Mompracem se lo confirmó “un día que Salvador le comunicó
sus ganas de regresar a Málaga, para volver a embarcarse”[21];
y cuando por fin logró huir de su cárcel dorada llegó al Amazonas, donde se
encontró con dos colombianos, “uno de los hombres se llamaba Crisóstomo Paulino
y el otro Encarnación, y se alegraron mucho al saber que yo era español, de
Málaga. El llamado Crisóstomo tenía una abuela andaluza, de un pueblo de
Granada llamado Salobreña y enseguida me llamó paisano”[22].
El
viejo Salvador no se cansaba de contarles historias, algunos aspectos los
situaba en la ciudad de Málaga pero las aventuras más interesantes ocurrían en
lugares lejanos, exóticos e ignotos, emulando a Emilio Salgari y sabiendo
utilizar el arte de seducir al oyente, especialmente a Juan, que se encargaba
de recopilar las historias por escrito y de ampliarlas. El marino les dijo un
día a los chicos: “Aunque yo muera, vosotros recordaréis mis historias, nunca
me olvidaréis. Y yo tampoco olvidaré este tiempo de cuentos”[23].
Salvador
vuelve a aparecer en la literatura de Juan Madrid como protagonista de Los cañones de Durango. El escritor
recurre a su figura para introducir la novela y escribe que llegó a Málaga una
primavera, invitado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento para dictar
una conferencia y visitó el centro de acogida de ancianos "Nuestra Señora
de la Magdalena", porque su director lo llamó comunicándole que un anciano
llamado Salvador Muñoz, internado allí desde hacía seis años, afirmaba que era
padre de Juan Madrid. Éste lo niega, su padre era Juan Madrid Conejo, muerto en
accidente de circulación en 1970.
Cuando visitó al anciano, lo reconoció, era
Salvador y al verlo “regresé a Málaga casi cuarenta años atrás, cuando yo era
un niño. Allí sentado, sonriéndome, estaba Salvador, el viejo pescador sin una pierna,
que nos contaba cuentos a mi hermano Carlos y a mí en la infancia. Unos cuentos
maravillosos”[24].
El anciano, antes de fenecer, le entregó
una caja con una historia escrita con letra menuda que Juan Madrid decidió
ordenar para publicarla, en ella se narra
la vida de Salvador, un joven que decide ir a México en busca de su padre
cuando su madre muere en Málaga. El progenitor es un idealista oficial de
artillería enrolado en el ejército de Pancho Villa.
Salvador
también es el pescador fallecido que entrega un manuscrito a Juan Madrid en el
que cuenta una etapa de su vida, cuando en 1913 es timonel en un barco que
trasporta armas con destino a un sultán asiático. Después de vivir situaciones
extremas y sobreponerse a peligros mortales, regresó a su Málaga natal donde su
cuerpo descansa. Se trata de El hijo de
Sandokán, un tal Kemal, heredero del famoso corsario y en permanente lucha
contra el colonialismo inglés. Esta obra es un claro homenaje a Emilio Salgari,
su autor preferido durante su infancia, y a cuya memoria dedicó el escritor la
novela.
La
novela juvenil, Los senderos del tigre,
tiene una estructura similar a la citada en el párrafo interior. La trama se
inicia con unas palabras de un joven que recibe un baúl destinado a su padre ya
fallecido, el cual llegó a su poder con veinticuatro años de retraso; entre los
objetos hallados en su interior estaba un manuscrito en el que su abuelo deja
constancia de sus vivencias desde que partió de Málaga con quince años hasta su
vejez. El escritor únicamente se limitó a organizar el texto y publicarlo.
Arranca la novela con esta afirmación: “Aquel día del
verano de 1905 en el que comienza esta historia, yo me encontraba más triste y
solo que nunca. Había ido al puerto de Málaga con la intención de cargar en los
carros las cajas de pescado de los barcos que diariamente atracaban en sus
dársenas, y no me habían dejado”[25].
Continúa
el relato narrando el modo en el que se engalanaron los muelles de Málaga para
recibir al trasatlántico Andrea Doria,
como fue comidilla en todos los cafés y barberías malagueñas los nombres
publicados en la prensa local del selecto grupo de millonarios ociosos que en
él viajaban y los puertos donde harían escala en su periplo por el continente
americano que duraría dos meses…
Después
rememora sus orígenes: “Fui entregado por una madre desconocida a los padres
franciscanos del hospicio La Gota de Leche de la calle Ollerías de Málaga”[26],
y adoptado por una familia de pescadores; aún recuerda la venta diaria de su
mercancía a los pescaderos del mercado de las Atarazanas.
También revive
sus experiencias con los indios del Amazonas y con los hombres blancos que iban
a obtener beneficios de aquellas tierras, los múltiples peligros que afronta,
sus deseos de vivir en contacto con la naturaleza y por último, cuenta que a su
amigo Naiboo, “solía
contarle mi vida o cómo era Málaga, su mar azul, los coches de caballo, la
catedral, el café Español donde iba a recoger colillas. Con eso evitaba
olvidarme de mi lengua y de mi origen”[27].
Por último Luis, el protagonista, asevera: “Nunca
regresé a Málaga. Pero jamás dejé de soñar con ella. A veces te imagino
viviendo allí, hijo mío, ya que te he contado tantas veces cómo era -o cómo
creía yo que era- que quizás hayas sentido curiosidad y la hayas visitado”[28].
[2]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.9.
[3] Ibídem,
p.16.
[4]
Ibídem, p. 14.
[5]
Ibídem, p. 14.
[6]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo,
Alfaguara Juvenil, Madrid, 1998, p.94.
[7]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.71.
[8]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo,
Alfaguara Juvenil, Madrid, 1998, p.14.
[9]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.114.
[10] Ibídem,
p. 116.
[11] MADRID,
Juan: El fugitivo de Borneo, Alfaguara
Juvenil, Madrid, 1998, p.68.
[12]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.19.
[13]
MADRID, Juan: “Juan Madrid” en Escuela
Española, 18 septiembre, 2008, p. 48.
[15]
MADRID, Juan: En el Mar de China,
Barcelona, Edebé, 2009, pp.108-108.
[16] MADRID,
Juan: Los piratas del Ranghum, Barcelona,
Edebé, 2009, p.26.
[17] Ibídem,
p. p.53.
[18] MADRID,
Juan: En el Mar de China, Barcelona,
Edebé, 2009, p. 13.
[19] Ibídem,
p. 34.
[20]
MADRID, Juan: Los senderos del tigre,
Madrid, Alfaguara juvenil, 2005, p. 29.
[21]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo, Madrid,
Alfaguara Juvenil, 1998, p.48.
[22]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo, Madrid,
Alfaguara Juvenil, 1998, p.80.
[23] MADRID,
Juan: En el Mar de China, Barcelona,
Edebé, 2009, p. 119.
[24]
MADRID, Juan: Los cañones de Durango,
Madrid, Alfaguara Juvenil, 1997, p.8.
[25]
MADRID, Juan: Los senderos del tigre,
Madrid, Alfaguara juvenil, 2005, p. 11.
[26] Ibídem,
p. 13.
[27]
MADRID, Juan: Los senderos del tigre,
Madrid, Alfaguara juvenil, 2005, p. 150.
[28] Ibídem,
p. 216.
Publicado en: GÓMEZ YEBRA, Antonio (editor): Patrimonio literario andaluz (IV), Málaga, Servicio de Publicaciones Unicaja, 2011, pp. 261-277.
[2]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.9.
[3] Ibídem,
p.16.
[4]
Ibídem, p. 14.
[5]
Ibídem, p. 14.
[6]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo,
Alfaguara Juvenil, Madrid, 1998, p.94.
[7]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.71.
[8]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo,
Alfaguara Juvenil, Madrid, 1998, p.14.
[9]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.114.
[10] Ibídem,
p. 116.
[11] MADRID,
Juan: El fugitivo de Borneo, Alfaguara
Juvenil, Madrid, 1998, p.68.
[12]
MADRID, Juan: Los piratas del Ranghum,
Barcelona, Edebé, 2009, p.19.
[13]
MADRID, Juan: “Juan Madrid” en Escuela
Española, 18 septiembre, 2008, p. 48.
[15]
MADRID, Juan: En el Mar de China,
Barcelona, Edebé, 2009, pp.108-108.
[16] MADRID,
Juan: Los piratas del Ranghum, Barcelona,
Edebé, 2009, p.26.
[17] Ibídem,
p. p.53.
[18] MADRID,
Juan: En el Mar de China, Barcelona,
Edebé, 2009, p. 13.
[19] Ibídem,
p. 34.
[20]
MADRID, Juan: Los senderos del tigre,
Madrid, Alfaguara juvenil, 2005, p. 29.
[21]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo, Madrid,
Alfaguara Juvenil, 1998, p.48.
[22]
MADRID, Juan: El fugitivo de Borneo, Madrid,
Alfaguara Juvenil, 1998, p.80.
[23] MADRID,
Juan: En el Mar de China, Barcelona,
Edebé, 2009, p. 119.
[24]
MADRID, Juan: Los cañones de Durango,
Madrid, Alfaguara Juvenil, 1997, p.8.
[25]
MADRID, Juan: Los senderos del tigre,
Madrid, Alfaguara juvenil, 2005, p. 11.
[26] Ibídem,
p. 13.
[27]
MADRID, Juan: Los senderos del tigre,
Madrid, Alfaguara juvenil, 2005, p. 150.
[28] Ibídem,
p. 216.
Publicado en: GÓMEZ YEBRA, Antonio (editor): Patrimonio literario andaluz (IV), Málaga, Servicio de Publicaciones Unicaja, 2011, pp. 261-277.
Publicado en: GÓMEZ YEBRA, Antonio (editor): Patrimonio literario andaluz (IV), Málaga, Servicio de Publicaciones Unicaja, 2011, pp. 261-277.
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