La fuga de los personajes III. Lo
que acaeció a una Caperucita Roja
algo cansada de su eterno papel.
Texto: José R. Cortés Criado.
Ilustración: Emilio Urberuaga
2018.
Estoy cansada de todos los días lo mismo y los mismos comentarios de los
lectores y mis compañeros de reparto.
Me gustaría que este cuento mío se destruyese cada vez que fuese leído por
alguien, porque no sabéis lo cansado que es hacer siempre lo mismo, una y otra
vez. Hay temporadas muy tranquilas pero otras…
Mi madre que si esto, que si lo otro, que la abuelita por aquí, que la
abuelita por allá, que cuidado con la cesta, que no se rompa el tarro de miel,
que no te entretengas, que no hables con el lobo que es muy malo, que vengas
pronto, que el bosque es muy peligroso, que la abuelita es muy buena, que…
Así que ya estoy un poquito harta de más, porque si esto era poco ahí
estaba el lobo, más bobo cada día, que si a dónde vas, qué quién vive allí, que
si este camino es más corto, que si… hasta que llega aquello de que tengo los
ojos grandes para verte mejor, tengo las orejas grandes para oírte mejor, tengo
la nariz grande para olerte mejor y tengo la boca tan grande para
comerte mejor.
Y hala, para dentro, por esa boca tan sucia y apestosa, que ya podían darle
al lobo un cepillo de dientes y un poco de pasta en condiciones, y llegar al
estómago donde me espera la abuela, ¡menudo estómago tiene ya el lobo de tanto
entrar y salir! y la de costurones de coserle y recoserle la barriga.
En fin, que allí me veo con la abuelita, toda desnuda porque el lobo le
quitó su ropa para engañarme y no quiero mirarla, me da un poco de vergüenza,
pero ella me abraza, me achucha y siempre tiene algo que contarme y muchas
preguntas que hacerme.
Que si he sentido algo al ser tragada, que si me duele la cabeza, el pie,
la mano, el brazo, la oreja, vamos, que no para hasta que repasa todas las
partes de mi cuerpo; luego empieza la ronda familiar, que cómo está tu madre,
tu padre y hasta me pregunta por la vecina de al lado y luego me pregunta por
mis amigos, y siempre, siempre, siempre me pregunta por mi novio.
Todavía no se dado cuenta de que no quiero hablar de eso, que me da
vergüenza, que no tengo novio ni quiero tenerlo, y ella erre que erre, que si
este niño es muy bueno, que si aquella familia es estupenda, que si por ella
fuese, que…
Menos mal que paso poco rato allí encerrada, porque entre otras cosas a la
abuela se le escapa algún que otro peito y oler no huele muy
bien que digamos. Por eso espero que el leñador llegue pronto antes de alguna
catástrofe pestilente.
Y luego llegan los leñadores, a veces uno, a veces varios, dependen de lo
atento que estén, pero siempre hacen lo mismo, ni siquiera cambian algo, así
que ale, a por el lobo, a rajarle barriga, a sacarnos a mi abuela y a mí y a
celebrar que hemos vencido a la fiera.
Un día me voy a quedar dentro un rato más a ver si así cambiamos algo y no
nos aburrimos tanto.
Cuando estamos fuera de la tripa lobezna, muchos lectores se alegran al
saber que estamos vivas, aunque algunos sienten que se haya acabado el cuento
pues le gustaría que su lectura se alargarse un poco más.
Y yo doy un gran suspiro, porque otra vez más hemos superado la prueba de
la lectura y hemos hecho feliz a alguien, que se atrevió a abrir las páginas de
nuestro libro, a pesar de que esté cansada de llevar toda mi vida haciendo lo mismo
y sin crecer un centímetro siquiera.
Feliz lectura y a disfrutar de la vida.
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