La fuga de los personajes II.
De lo que sucedió aquel 23
de abril
De lo que sucedió aquel 23
de abril
Por José R. Cortés Criado.
Aquella mañana cuando la maestra bibliotecaria llegó a la
biblioteca sintió algo extraño, no supo qué podía ser pero algo le decía que
aquello no estaba como debiera, así que fue a abrir las ventanas para que el
sol de primavera inundase la sala antes de que los alumnos viniesen durante el
recreo.
Soltó un ¡¡¡¡OOOOHHHH!!!! que se oyó hasta en el último
piso de colegio y salió corriendo en busca del maestro bibliotecario.
-Manolo, Manolo, ven que esto no es posible.
Manolo llegó antes de lo previsto porque aquel grito no era
para menos.
-¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?- dijo con cara de espanto.
- A mí nada, pero pasa dentro que lo verás con tus ojos.
- Menos mal que lo veré con mis ojos, porque con mis orejas
no lo vería.
- ¡Déjate de chistecitos! Pasa y mira. Haz el favor.
Manolo se sopló el flequillo para poder ver bien y comenzó
a subirse las gafas que se les resbalaban hasta la punta de la nariz por el
sudor.
Lo que allí se veía era algo nunca visto, suspiraron los
dos, se miraron y miraron al frente y volvieron a suspirar, no se atrevían a
hablar o quizás no podían por lo mucho que abrían sus bocas y sus ojos.
Cuando pudieron reaccionar volvieron a mirarse, cerraron un
poco esos ojos espantados y comenzaron a hablar.
-¿Quién ha movido los libros? ¿Por qué están abiertos?
¿Quiénes los pusieron en las mesas o en el suelo?
Siguieron haciéndose estas y otras preguntas similares sin esperar
respuesta alguna, porque lo que hacían era narrar lo que veían con preguntas
retóricas.
No podían creer que los libros se hubiesen movido de sitio,
que todo estuviese revuelto y los libros descolocados, lejos de su espacio
correspondiente, pero no podían sospechar lo que estaba por conocerse…, en
aquellos libros no había personajes, todos se habían fugado.
Los dos bibliotecarios estaban desolados, sin personajes no
había historias, aquellos cuentos dejaban de existir y la biblioteca se vería
abocada al cierre.
En esas andaban los dos maestros cuando escucharon el
sonido de unas esquilas en el pasillo.
Salieron corriendo y les pareció ver la cola de un
cabritillo entrar en la clase de enfrente. Como no podían creerlo, se acercaron
a la puerta y pegaron sus orejas a la puerta.
-Si, nos hemos fugado. Hemos decidido abandonar el libro
donde estábamos porque nadie viene a vernos. Estamos cansados de estar allí
apretujados los siete en la misma página y que ningún niño ni ninguna niña se
digne a visitarnos.
Ni la maestra ni los niños salían de su asombro, allí
tenían delante de sus ojos a los siete cabritillos que acababan de dejar su
libro vacío en la biblioteca.
Manolo y Marta tampoco podían creer lo que escuchaban,
pensaron que era cosa de sus nervios, pero cuando despegaron sus orejas de la
puerta vieron a una niña con una caperuza roja salir de otra clase y la
siguieron. Esta Caperucita entró en la clase de los niños de párvulos y comenzó
a decir:
-¡Hola, niños y niñas de esta clase! ¿Sabéis quién soy?
El maestro no supo qué responder porque no tenía
información de que había alguna actividad nueva, pero los alumnos si gritaron
todo lo que pudieron una y otra vez.
-¡¡¡¡TÚ ERES CAPERUCITA ROJA!!!!
-Bueno, menos mal que me reconocéis, pero no sé cómo es
posible porque no os veo por la biblioteca y estoy desesperada de no ver
ninguna cara mirándome en mi libro.
Marta y Manolo se asombraban más y más y se sentían
culpables de lo que pasaba. No sabían qué hacer pero comenzaron a andar por los
pasillos y vieron a través de una ventana que Blancanieves entraba en otra
clase y escucharon pegando otra vez sus orejas a la puerta.
-Como seguramente no me conocéis me he vestido de blanco y
traigo un poquito de nieve en la mano, aunque la voy a tirar porque me quema la
piel.
-¡Tú eres Blancanieves! – gritaron más de uno.
La maestra los mandó callar y se dirigió a la visitante:
-¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces en nuestra clase?
- Soy Blancanieves, seguro que usted no me conoce porque no
visita la biblioteca y a lo mejor ni sus padres le contaron mi cuento.
- ¡Eso no te lo consiento! – dijo muy alto y con mucho
enfado.- Sí que he leído ese cuento, aunque voy poco a la biblioteca, eso sí es
verdad, pero no leo tu cuento porque ya me lo sé memoria.
- Pues mejor así, pero ahora me dirijo a los alumnos, ¿por
qué no venís a visitarme a la biblioteca?
Todos hablaban al mismo tiempo, unos decían que no les
gustaba ir durante el recreo, otros que tenían el libro en casa y que…
Manolo y Marta empezaron a entender lo que pasaba cuando
vieron a un gato cruzar el patio con unas enormes botas de color verde, seguido
de una sirenita que además de caminar sobre sus dos piernas llevaba una linda
cola llena de brillantes escamas.
Estaba claro que había que hacer algo pero estaban
paralizados por lo que veían ante sus narices y por lo que escuchaban tras las
puertas.
Fueron rápidamente a la clase de primero porque había
cierto alboroto y escucharon.
-Soy el lobo, sí, pero no he venido aquí a comeros, no
tengo hambre, hasta el apetito se me ha quitado desde que nadie viene a verme a
mi libro.
-¡Es que nos das miedo, señor lobo!- gritó una vocecita infantil.
-Eso solo pasa en los libros, aunque algunos parientes míos
son más fieros que yo y no sé de qué serían capaces, pero me gusta tanto veros
leer el libro y esa cara de miedo que ponéis cuando voy a comerme a los tres
cerditos…
Unos sonidos muy extraños llamaron la atención de los
maestros bibliotecarios, no sabían exactamente de qué se trataba, si era un
grupo musical muy malo, unos niños ensayando para el festival de fin de curso o
una mala pasada que le jugaban sus oídos, así que se asomaron por la ventana de
la clase de tercero.
Allí estaban los causantes de ese griterío con apariencia
de concierto, eran los músicos de Bremen. Frente a los alumnos, junto a la
maestra, un burro, un perro, un gato y un gallo intentaban convencer a los
pequeños de que fuesen a visitarlos a la biblioteca alguna vez, porque estaba
cansados de no cantar porque nadie abría su libro.
Cuando pasaron cerca del despacho de la directora, la
vieron con la cara descompuesta, agitando su mano delante de su nariz y
pidiendo una pastilla para el dolor de cabeza.
-¡Por favor, ya está bien!- dijo con cara apenada.- Ya sé
que debemos visitar más la biblioteca con los alumnos, que estáis aburridos de
estar solos, que eso es muy triste para vosotros, pero yo ya lo he oído del
hada madrina, de la madrastra de Blancanieves, de la abuela de Caperucita, del
cazador, de un flautista que me ha hecho bailar durante un buen rato, así tengo
los pies, me duelen una barbaridad.
Los tres cerditos querían hablar a la vez, pero ella no los dejó.
-Os lo ruego, dejadme descansar un poco y tomo medidas para
cambiar las cosas y decidle al patito feo que no es tan feo y que no venga otra
vez a contarme lo mismo, a Pinocho que deje de repetir lo solo que está, a Juan
sin miedo que no me asuste, a la bella durmiente que siga durmiendo a..., y
sobre todo marchaos a vuestro libro porque no aguanto el olor que desprendéis.
Cuando Marta y Manolo pasaron cerca de la clase de la Jefa
de Estudios, está salió regañando a todos porque no se podía estar en paz en el
colegio con tanto personaje corriendo por los pasillos e interrumpiendo las
clases. Así que ella quería que todo estuviese en silencio ya.
Ese silencio ya lo dijo a todo volumen y muchos niños se taparon los
oídos pero no por ello dejaron de hablar y jugar con los personajes que pasaban
por sus clases.
Los bibliotecarios decidieron que había que restablecer el
orden en los libros y devolver a cada personaje a su cuento, para ello llamaron
a los “cazapersonajes”, que enseguida acudieron a pesar de que tenían mucho
trabajo estos días con la celebración del día internacional del libro y en
muchas bibliotecas estaba ocurriendo lo mismo.
Al llegar al colegio fueron
informados de inmediato y se colgaron a sus espaldas unas enormes mochilas con un
tubo flexible que acababa en una boca muy ancha por la que absorbían los
personajes.
Se pusieron manos a la obra y
comenzaron la cacería por la primera clase que encontraron, pero no les fue tan
bien como ellos esperaban.
Al entrar en un aula los
personajes pidieron ayuda a los niños, estos se interpusieron entre el tubo y
el personaje para evitar que se los llevasen a su libro.
Algunos niños salieron en
defensa de los que ya consideraban sus amigos, otros agredieron a los
cazapersonajes, otros chillaron con todas sus fuerzas, también abrían las
puertas para facilitarles la huida.
Cada vez el alboroto era
mayor, ahora los pasillos estaban llenos de personajes y niños que gritaban y
corrían en todas direcciones, la jefa de estudios intentaba gritar más que
ellos para imponer silencio, la directora se dejó caer en el sillón de su
despacho con la cabeza echada hacia atrás sin ánimos para ver lo que sucedía
fuera.
Fue una batalla larga, ruidosa
y muy divertida, pero al final se impusieron los mayores y los personajes
fueron volviendo a sus libros. Por fin los bibliotecarios estaban algo
tranquilos, habían conseguido salvar la biblioteca.
Y además, habían conseguido
que durante el recreo la biblioteca se llenase de niños pidiendo libros de
cuentos clásicos para leerlos en compañía y sentirse parte de ellos, porque
estos niños habían tenido la suerte de conocer en vivo a los personajes que
pueblan su mundo infantil gracias a esos valientes personajes que decidieron
sublevarse ante la pasividad lectora de muchos.
Si quieres leer la entrada anterior relacionada con esta pincha La fuga de los personajes I.
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