Por José R. Cortés Criado.
Queridos
Reyes Magos:
Para
este nuevo año os voy a pedir muchas ganas de leer, sí, habéis leído bien,
quiero seguir teniendo muchas ganas de leer, porque cuando leo salgo de casa,
atravieso mares y desiertos, escalo montañas, bajo a las profundidades abisales,
viajo a lomos de un caballo desbocado o en una nave interestelar, atravieso
urbes superpobladas y aldeas solitarias, hasta llegar al lugar donde la
imaginación de los escritores me transporta, y siempre son lugares nuevos,
distintos, mágicos, sobrecogedores,... y aunque todos describan un mismo
bosque, para mí, cada bosque es distinto en cada libro y en cada momento
escogido para su lectura. Gracias Wenceslao Fernández Flores por ese magnífico
bosque animado.
También
quiero pedir muchas ganas de contar cuentos para los abuelos, madres, tíos y
maestras, grandes hacedores de lectores a través del oído.
¡Cuánta
deuda tengo contraída con aquellos que me hicieron recorrer aterido y aterrado
el bosque junto a una Blancanieves abandonada, y cantar como un enanito más del
bosque camino del hogar; y con los que me llevaron por ese caminar eterno de
Caperucita, desde su casa hasta el corazón del bosque, para terminar en la
tripa del lobo y consiguieron que me sintiese parte de esa cuadrilla de
leñadores que dan su merecido a la maldad lobezna!
Este
repaso por mi imaginario infantil me obliga a recordar la efímera y buena vida
de la cigarra y la larga y laboriosa vida de la hormiga; la convivencia de los
tres cerditos, aprendices de arquitectos; y de las tres cabritas, y el patito
feo, y la gallina de los huevos de oro, que nos hacía imaginar que éramos
millonarios por un rato; y el gato con botas, y la desgraciadísima
Cenicienta...
Además
recuerdo ese deambular por el bosque sintiendo el itinerario marcado por las miguitas
de pan, las cuales unas veces eran comidas por los inocentes pajaritos y otras
ocultadas a nuestra vista por caer rápida y veloz la tenebrosa noche.
Gracias
también a los que me llevaron por ese otro bosque donde Hasen y Gretel se
dirigen una y otra vez irremediablemente hacia la cocina de la malvada bruja
hambrienta, devoradora de niños tiernos, o a aquellos que me pusieron delante
de las fauces de Polifemo y a los pies de Goliat junto al pequeño David.
Y
qué no debo agradecer a ese viaje intestinal de Garbancito o de Pinocho o de
Jonás y al formar parte de la panza del caballo de Troya, y oír los cantos
únicos de las sirenas atado junto a Ulises al palo mayor de su nao.
Tampoco
he olvidado los cuentos que guardan una moraleja, los que juegan al equívoco
con el significado de las palabras, los que proponen adivinanzas o los que
formulan preguntas para hacerte partícipe del relato como el que comenzaba con
aquella pregunta: ¿Quieres que te cuente el cuento del gallo Pelao? , y
respondieses afirmativa o negativamente te volvían a formular la pregunta una y
otra vez, hasta que desistías de conocer ese cuento y te dedicabas a otra cosa.
Y
qué contar de aquellos relatos familiares que narraban historias de nuestros
parientes aliñadas con gracia y picardía para que los más pequeños
almacenásemos en nuestra mente la parte más lúdica de nuestro pasado personal,
siendo la realidad de tal envergadura que desbordaba nuestra imaginación
infantil e intuíamos personajes legendarios que nos superaban en audacia, valentía
y arrojo, desdramatizando situaciones trágicas hasta hacerlas parecer mágicas,
como algunas vivencias rocambolescas de un tío paterno que se vio obligado a
vivir bajo otra identidad.
También
vivía las andanzas de mis abuelos maternos, titánicas hazañas para mí, cuando
escuchaba como construyeron una vivienda familiar en una noche, sin
autorización alguna ni licencia de obras, eran tiempos en los que construir una
casa en terreno no urbanizable era tarea de osados y ellos lo fueron. Recuerdo
que el personaje clave en esta aventura, el que me fascinaba, era el hijo, mi
tío, aprendiz de carpintero, que construyó las piezas de la casa con listones
de madera, como si de un rompecabezas se tratase.
Os
estoy agradecidos: abuelas, padres, tías y maestros, grandes contadores de
cuentos, por haber despertado en mí la fantasía, las ganas de saber y el
haberme hecho lector.
Pepe
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