Hay artículos que no pierden interés a pesar del paso del tiempo.
Sin recetas mágicas, con un sentido común encomiable, el autor sigue todo un proceso para tratar de contagiar a sus alumnos el gusto por la lectura y por la literatura, para que las incorporen a su menú de ocio de manera permanente y duradera. Desde los juegos creativos a la narración de cuentos, pasando por la lectura en voz alta o la selección de las lecturas, todo tiene su lugar en este proceso, en el que lo más importante es tener claro el porqué y el para qué animamos a leer. (CLIJ)
LA LECTURA, UN ARMA CARGADA DE FUTURO
Cuando
hablamos de animar a leer, cada uno puede tener una idea diferente de lo que
nos proponemos y de lo que queremos conseguir, de hecho hay compañeros que
enlazan animación y lectura con cualquier preposición, y todas valen, es decir,
todas tienen sentido, (animación con, de, ante, sobre, tras,... la
lectura), luego no existe un solo camino
para fomentar la lectura, por lo tanto el primer paso será clarificar los
términos.
Entiendo
la animación a la lectura como fomento de la lectura, es decir, como una
actividad dirigida a conseguir que mis alumnos amen la lectura como yo y que
ésta sea una actividad permanente en su vida, junto al juego, al deporte o a
cualquier otra forma de diversión; para conseguirlo, procuro realizar una serie
de actividades alrededor de los libros que hagan placentera su lectura y nos
posibilite pasar un buen rato recordando lo leído o ideando cualquier treta
para incitar a leer a los menos deseosos.
Esto no
quiere decir que todos mis alumnos terminen el curso devorando libros y
pidiendo leer más y más; de esto debemos olvidarnos, no vamos a conseguir que
el cien por cien de una clase sea lectora y disfrute de ello. Podremos
conseguir que la lectura enraíce en bastantes alumnos, pero no debemos ser
ilusos y pensar que en clase vamos a hacer milagros, no, no es posible. Tenemos
que tener claro que competimos con las influencias familiares y sociales que no
son pocas.
Enseñar a leer
La experiencia más gratificante
me la dio el libro Las palabras mágicas (1995), de Alfredo Gómez Cerdá,
conseguí que veintitrés alumnos de los veinticuatro que componían la clase de
quinto curso de Enseñanza Primaria, y que en catorce familias, el libro fuese
leído por al menos uno de los progenitores. Todavía recuerdo a una alumna,
Esther, que le leyó a su padre el libro en voz alta porque éste tiene problemas
de visión. Pero fue lo que se dice una raya en el agua, surgida de la magia y
la colaboración de varios compañeros en las estrategias llevadas a cabo antes y
durante la lectura del libro.
En esta
“aldea global” de la comunicación, donde los llamados multimedias nos invaden y
nos ofrecen un mundo de vivencias hasta hace poco inimaginables, es
“trabajosillo” conseguir que nuestros chavales y nuestras chavalas se sienten
en silencio ante unas páginas en blanco llenas de garabatos negros, que sus
mentes deben descifrar para así imaginar lugares, personas,..., y comprender el
desarrollo de las acciones allí ocultas, cuando enchufar un vídeo o un CD ROM
es más cómodo, ya que sólo necesitan pulsar unos botoncitos y toda la “magia”
que contienen aparece ante nuestros ojos.
Es difícil
leer cuando la sociedad en la que nos ha tocado vivir ofrece otras alternativas
recreativas tecnológicamente muy elaboradas, que están muy potenciadas y son
aclamadas como distintivo de progreso, modernidad y juventud; me refiero a la
informática en su versión más lúdica, ya sea por medio de vídeo consolas o de
ordenadores personales, que además tiene sus clubes de fans, sus revistas
especializadas, y sobre todo posee el poder de hacerte un héroe cibernético;
todo ello unido a que los mayores, por automarginación, desconocemos ese mundo,
lo que hace que los jóvenes se sientan protagonistas virtuales de sus aficiones
y a salvo del control adulto.
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Con lo
dicho anteriormente, no quiero iniciar una batalla en la que el libro se
convierta en el “Capitán Trueno” ante la “maldad ” de la imagen y el sonido,
porque las batallas no las ganas nadie, ni tan siquiera el vencedor de la
contienda; sino que debemos aprender a convivir con los avances tecnológicos y
educar en la lectura de la letra impresa, de las imágenes y de los soportes
informáticos; no olvidemos que no todos los CD ROM son juegos “mata-mata”,
aunque estos sean los más vendidos.
También
hay otro factor que no debemos olvidar, nacemos con el instinto de
supervivencia, respiramos,..., pero no hablamos al nacer. Hablar es un proceso
arduo, complicado, largo, y cuando se trata de escribir o descifrar lo escrito,
puede llegar a ser hasta aborrecible para algunos, porque de lo que se trata es
de la transmisión por parte de los miembros adultos de una comunidad a sus
vástagos de un código de comunicación creado por dicha comunidad.
La palabra
no es innata, pero sí es inherente al ser humano, es decir, necesita del hombre
y de la mujer para desarrollarse, necesitamos de la palabra para comunicarnos,
para aprender, para transmitir lo que pensamos, .., en resumen, necesitamos la
palabra para ser personas.
Una
persona que lee, es una persona que conoce la palabra, la domina y con ella
comunica sus sentimientos, sus deseos, sus pensamientos,..., ordena sus ideas y
gracias a ello mantiene su mente en orden, que no es poco.
Retomando
el tema de la animación a la lectura en
el aula, recuerdo lo que dice Bruno Bettelheim y Karen Zelan, en Aprender a
leer, (1989, pág. 15): "Con independencia del bagaje familiar que el niño
lleve a la escuela, una vez en clase el factor más importante para aprender a
leer es el modo en que el maestro le presente la lectura y la literatura (su
valor y su significado)".
Teniendo
en cuenta esta afirmación, deberemos prepararnos para obtener el mayor éxito
posible en nuestra labor educadora.
Animación a la lectura ¿para
qué?
Cuando
tengamos claro lo que queremos hacer, es decir, lo que entendemos por animación
a la lectura, debemos marcarnos los
objetivos a alcanzar, para ello lo mejor es plantearse para qué queremos animar
a leer.
Leer debe servirnos para aprender.
Primero aprender a ser libres,
gracias a la lectura podemos acceder a la cultura y ésta nos hace libres, nos
humaniza. Un pueblo culto no es fácilmente manipulable.
Leer debe servirnos para
disfrutar, imaginar, crear, soñar, idear, viajar, etc., a través de la letra
impresa.
Leer debe servirnos para no
permanecer ciegos ante tantas palabras escritas, ni sordos ante tantas voces
que nos hablan desde los libros.
Por último, destacar que hoy en
día todo el saber está escrito y que por tanto para aprender, para acceder a la
información, debemos saber leer.
¿Cómo podemos hacer lectores?
Ya decía
Montserrat Sarto en 1984 que para animar a leer no eran suficiente las
actividades de comprensión, dramatización, etc., sino que debíamos llevar a
cabo una serie de estrategias que hiciesen al niño lector, pasando de la
lectura pasiva a la lectura activa y
descubriendo la gran variedad de libros existentes.
Los
caminos para acceder a la lectura son múltiples y variados. No todas las
estrategias, ni todos los libros van a producir los mismos efectos sobre los
lectores; ni existe un solo medio de conseguirlo, como tampoco existe una
verdad exclusiva, ni una sola cara del espejo.
Lo que sí parece cierto es que
unas estrategias elaboradas para conseguir que el alumn@ ejercite la memoria,
busque soluciones y sepa definir los problemas, va a facilitar el proceso
lector. Si a ellas añadimos un aire festivo, diferenciado del ritmo del trabajo
escolar, la animación a la lectura puede ser un éxito. Un aire festivo no
quiere decir que debemos montar un circo con payasos incluidos.
La palabra
como generadora de historias.
El dicho "una imagen vale
más que mil palabras", con el que no estoy plenamente de acuerdo, puede
leerse también a la inversa. Una palabra nos puede traer mil imágenes.
Cuando oímos una palabra,
nuestra mente se pone en funcionamiento, y comienza a rescatar imágenes
asociadas a esa palabra generadora; pero no sólo aflora esa imagen, porque una
palabra nos trae otra y otra y otra más, hasta el infinito; como esos pañuelos
que extraen los magos de su chistera, unos atados a otros, dando la sensación
de que nunca van a terminar de salir.
Dice Gianni Rodari en su "Gramática de la fantasía", que una
piedra cuando cae en un estanque, primero altera la superficie del agua,
moviendo todo lo que flota en ella, conforme avanza en su descenso, mueve la
masa de agua y todos los elementos que en ella se encuentran, golpeando
finalmente el fondo y desperdigando cuanto restos se encuentren en su poso.
Éste fenómeno es similar al que
se produce en nuestras mentes al recibir una palabra; se producen una serie de
reacciones en cadena, superficiales y profundas, donde se mezclan conocimientos
anteriores con recuerdos, sueños, fantasía, de tal modo, que nuestra mente se
activa seleccionando información, añadiendo, quitando, ligando, construyendo,
un mensaje nuevo, o una historia a partir de esa palabra generadora.
Como
estrategia creativa, podíamos utilizar también las posibilidades que nos ofrece
el binomio fantástico, buscando dos palabras muy diferentes, muy extrañas entre
sí, por ejemplo perro y electricidad;
para que nuestra mente fantasee,
trabaje, busque la unión de esos dos elementos para poder crear una historia.
También podríamos jugar con el
diccionario a buscar palabras desconocidas e inventarles un significado, para
después crear una historia con ellas;
jugar a comernos letras para así formar palabras nuevas, aprovecharnos
de los errores cometidos al escribir para crear otros vocablos, etc.
La
literatura oral.
Todos estos juegos creativos
efectuados con las palabras, nos acercan a la literatura oral, y nos hace
recordar, que al principio fue la palabra.
La literatura se transmitió
oralmente hasta hace muy poco tiempo, y aún, en algunos lugares, persiste esta
tradición.
Aunque la imprenta fue inventada
por Gutenberg en el siglo XV, hasta hace menos de cien años no se impuso la
moda de adquirir y coleccionar libros en las casas, tal como hoy la entendemos,
era mucho más frecuente oír por boca de narradores los sucesos acaecidos.
Federico García Lorca decía que
su vocación poética se la debía a los cuentos y canciones oídos a las mujeres
de la vega granadina; Willian Faulkner siempre estuvo agradecido a las
historias oídas de boca de las criadas negras del sur de EE.UU., Antonio Muñoz
Molina, nos cuenta en su libro Pura alegría, (1998, pág. 55) " Y una de
las imágenes más vívidas de mi niñez no procede de un recuerdo visual, sino de
la voz profunda de mi abuelo materno contándome la historia de una mujer a la
que enterraron viva en el cementerio de mi ciudad, y que cuando abrieron el
ataúd tenía los ojos en blanco y los dedos rotos de arañar el terciopelo y la
madera de la tapa." También nosotros podemos recordar como se cantaban los
amores de Alfonso XII y María de las Mercedes, en los juegos de corro de las
niñas de nuestra infancia.
Estas anécdotas nos hacen
valorar la importancia de la palabra en la transmisión de nuestra cultura.
La influencia de la palabra oída es muy
fuerte, quizás todos recordemos nanas y canciones recitadas por nuestros
mayores o esas historias de miedo que de niños nos contábamos unos a otros en
nuestras horas de asueto. Por lo tanto, nada mejor para hacer lectores, que pescarlos por el oído.
Si logramos interesar a nuestro
auditorio con cuentos mágicos, el día en que no estemos para contárselos de
nuevo, quizá tengan cerca un libro que recoja esas leyendas que tanto desean
escuchar.
Se me viene a la memoria un
recuerdo de la famosa plaza de
Marrakech, Jemaa el Fna, donde es frecuente encontrar corros de personas
escuchando atentamente historias contadas por un narrador. Cierto día presencié
durante unos minutos la gran atención con que el público seguía una historia,
contada por un hombre menudo que sabía transmitir muy bien por medio de su cara,
de sus manos, de todo su cuerpo, el contenido de una historia, que yo no
entendí, pero que me gustó oír.
A la hora
de contar debemos sentir íntimamente el relato, saber contar lo esencial del
tema, no es necesario aprender de memoria el texto, hay que procurar no interrumpir la narración
y sobre todo relatarlo de forma sencilla, lógica, dramáticamente y con
entusiasmo.
Estos
mismos consejos se pueden aplicar a la lectura en voz alta. Si no queremos
contar historias, podemos leerlas; el sólo hecho de que los alumnos nos vean
leer, es ya una estrategia de animación a la lectura.
La imagen,
generadora de historias.
Una imagen
nos puede traer más de mil palabras. Una imagen puede ser la generadora de una
historia. Al igual que una palabra, una imagen
puede recuperar muchos de nuestros recuerdos, unos asociados a otros,
hasta completar un relato. Durante este proceso
nuestra mente se ve obligada a buscar otras imágenes y a asociarlas con
palabras para que podamos comunicar lo que sentimos.
Podemos
ofrecer a nuestros alumnos una sola imagen, o un conjunto de ellas para que
inventen un relato; pueden surgir tantos relatos diferentes como personas
participen en la experiencia, aunque si el ilustrador nos ofrece unas ideas
claras en sus dibujos, las historias pueden tener algunos aspectos en común.
Otro
recurso a utilizar es presentarles imágenes tridimensionales a través de libros
desplegables u objetos, y a partir de ellos generar historias bien de forma
individual o colectiva.
También la
imagen puede ser un complemento al texto, es decir lo ilustra y nos ayuda a
comprender una historia, con lo cual asociamos la narración a unas imágenes
predeterminadas, hecho que nos priva del placer de idear personajes y lugares,
pero muy del gusto de los lectores más jóvenes.
Otras
veces las imágenes no son un añadido, sino que ellas conforman la historia. Los
primeros libros para formar lectores
carecen de texto, están creados sólo con imágenes, lo que provoca el que cada
lector las interprete de manera diferente, dando lugar a múltiples historias
que potenciarán la imaginación infantil.
Me decía
Juan Madrid, en una conversación distendida que mantuvimos no hace mucho, que a
él no le gustaba describir detalladamente a sus personajes, prefería dar unas
pinceladas sobre ellos, para que sea cada lector o lectora el encargado de
recrear esas imágenes y así hacerlos cómplices de la historia.
¿Cómo
seleccionamos los libros?
Cuando
vayamos a recomendar un libro de lectura, lo primero y principal es que
nosotros lo hayamos leído. A veces nos dejamos guiar por consejos de otros
compañeros, por el representante de la editorial o por la lectura de la
sinopsis del libro. Los tres procedimientos valen para conocer los libros y
pueden que sean consejos acertadísimos, pero también es posible que ese libro
en concreto no sea el adecuado para que lo lean nuestros alumnos, bien porque
la temática tratada no sea de interés en nuestro entorno, o el momento no sea
el adecuado.
Cuando
vayamos a recomendar un libro, fijémonos en su extensión, en su vocabulario, en
las ilustraciones, en la complejidad de sus oraciones,... y sobre todo en los
valores que pueda transmitir. Creo que es fundamental prestar atención a los
temas transversales que encierra cada título, porque nos va a ayudar mucho en
la formación de los ciudadanos y ciudadanas en el Humanismo del siglo XXI, en
el sentido que nos indica Fernando Savater en su libro Despierta y lee (1998,
pág. 72) " ... es imprescindible recuperar el aliento humanista, que lucha
no sólo proteger las vidas sino por instituir las libertades, por educar en
valores universales, por administrar los asuntos humanos de una manera no
tribal, sino supranacional."
El
apartado de la edad no lo menciono, porque pienso que no deberían marcarse los
libros por edades. Las editoriales lo hacen para facilitarnos el trabajo a
profesores y a padres a la hora de elegir. Pero es muy difícil acertar, algunas
veces una obra resulta complicada para los chicos a los que va destinada y en
otras ocasiones sucede lo contrario. También puede ocurrir que dispongamos de
un alumnado no capacitado para leer los libros marcados para su edad, pero que
se niega a leer un libro recomendado para más pequeños.
Procuraremos seleccionar libros
que cuenten una historia completa. No soy partidario de libros de lecturas
compuestos por fragmentos de otros libros, salvo casos de buenas antologías, la
mayoría de éstas dejan insatisfechos a los lectores.
También
debemos huir de los libros ilustrados con los personajes famosos de la última
película de dibujos animados; la mayoría de ellos utilizan imágenes muy
conocidas como anzuelo, que suelen ir acompañadas de un texto mal traducido, lo
que crea dificultades de comprensión y por lo tanto, alejan a los lectores de
la historia que hay detrás.
¿Se anima
a escribir desde la lectura?
Está claro
que sí. El simple hecho de leer está
haciendo que nos fijemos en las palabras escritas, sin darnos cuenta ampliamos
vocabulario, conocemos construcciones gramaticales nuevas, vemos maneras diferentes
de dialogar, de contar un hecho,.... Una persona que lee se expresa oralmente y
por escrito mejor que quien no lee nunca y puede sentir deseos de contar
historias por escrito..
Si antes
de comenzar a leer un libro, jugamos a inventarnos su contenido a partir de su
título estamos haciendo ejercicios de creación literaria y si le pedimos a los
alumnos
que reflejen sus
opiniones por escrito, estamos animando a escribir. Luego, una vez leído,
podemos analizar el final y decidir cambiarlo a nuestro gusto; si después lo
anotamos en nuestro cuaderno, estamos animando a escribir.
Por
último, hay que decir que la lectura es un arma cargada de futuro, aunque
muchos no se lo crean.
Bibliografía:
BETTELHEIM, Bruno y ZELAN, Karen. (1989): Aprender a
leer. Barcelona. Crítica.
MUÑOZ MOLINA, Antonio. (1998): Pura alegría. Madrid.
Alfaguara.
RODARI, Gianni. (1979): Gramática de la fantasía.
Barcelona. Reforma de la escuela.
SARTO, M ª Montserrat. (1984): La animación a la
lectura. Madrid. S.M.
SAVATER, Fernando. (1998): Despierta y lee. Barcelona.
Alfaguara.
Este artículo se publicó en la revista CLIJ y se puede leer en el siguiente enlace. Febrero 2001.
http://prensahistorica.mcu.es/ca/consulta/registro.cmd?id=1007648
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