La fuga de los personajes VII.
Lo que acaeció al leñador de
Caperucita Roja cierto día que…
Sí, yo soy el leñador, ese que algunas veces también llaman
cazador, soy el mismo aunque me llamen de las dos maneras, porque ya sabéis que
los cuentos populares cada uno los cuenta como le da la gana y a mí me tienen
cambiando de vestuario según el narrador de turno.
¿Qué tú siempre oíste que soy un leñador? Estupendo, pues
mejor para ti que no has conocido otra forma de llamarme.
Pero a lo que iba, que yo también estoy cansado de mi papel
en este cuento. Porque a mí me ha tocado uno muy tonto, debo esperar y esperar
hasta el final para solucionar el problema de esa niña traviesa y esa abuela tontorrona
que no distingue un lobo de una nieta y ambas se dejan comer como si tal cosa.
Llega el lobo y dice ¡hala! Y las dos para adentro, cómo si
no hubiera otra cosa que hacer, y se quedan tan tranquilas esperando que yo
llegue y las saque sanas y salvas, pues yo me estoy cansando un poco, porque
luego todo son alegrías y risas pero a mí no me dan las gracias de forma especial,
se supone que lo hago porque eso es lo que debemos hacer los leñadores buenos,
pero…cualquier día me porto como un leñador malo y a ver qué pasa, que ya está
bien.
Esa Caperucita cada vez me mira con peor cara, yo comprendo
que en el estómago del lobo no debe de estar muy cómoda, que no soporte ese
baño en los jugos gástricos lobunos y que esté deseando salir y lavarse, pero
de eso yo no tengo la culpa, que yo no escribí este cuento, ni me lo inventé,
que yo me lo encontré tal como está.
Y esa abuela, bueno, la abuela tiene un algo especial a
pesar de sus pocas luces al vivir sola y no distinguir dónde está el peligro,
pero tiene algo singular, y es que me mira mucho, se fija en mi ropa, está
pendiente de que me salga bien todo lo que tengo que decir y hacer, a veces,
creo que hasta mueve la cabeza de arriba abajo para indicarme que lo hago bien.
Además pone esa sonrisa picarona que me desconcierta, me hace sentirme
especial, sí, ya sé que no debo hacerme ilusiones, que esto es un cuento y cada
uno representa el papel asignado, pero no, te digo yo, que hay algo especial en
mí que le gusta y por eso me mira de esa manera y me sonríe como nadie me ha sonreído
nunca.
Yo considero que es un poco mayor para esas cosas, pero me
hace ilusión que alguien se fije en mí de forma cariñosa; por eso estoy
deseando que acabe la historia y cada vez corro más en mi papel de abrebarriga, para tenerla enfrente y
verla cómo me mira; pero a veces me sonrojo porque siento algo de vergüenza
hacerme ilusiones de vivir en pareja con la abuelita del cuento.
Sí, ya sé que tiene más años que yo, pero bueno, no sería el primero
ni el último en casarme con alguien a pesar de la diferencia de edad; aunque yo
comprendo que hago mejor pareja con la hija, pero esa ya tiene marido y no me
voy a dedicar a enviudarla, que eso sí que no está bien, además, ella no me
mira como la madre, ella me mira con preocupación por si al rajar la barriga
del lobo hiero a alguna de las dos, seguro que no me perdonaría que le hiciese
un pequeño corte a su hija; respecto a la madre no sé qué pensará, pero soy yo
el que pone todo el cuidado del mundo en que no le pase nada a la abuela.
Y así, lectura tras lectura, aguardo mi turno con la
ilusión de que esta vez la abuela me va a decir algo bonito y yo no voy a poder
resistirme y me lanzaré de rodillas para declararle mi amor por siempre jamás,
a pesar de que desbarate el cuento y me echen de sus páginas.
Bueno, esta vez no ha sido, me ha faltado valor, así que
ánimo y abrir el cuento de nuevo que me voy a preparar para declararme al final
de la próxima lectura.
Si te perdiste alguna de las opiniones del resto de los personajes de Caperucita Roja, pincha sobre este enlace. La fuga de los personajes.
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