Entre
el cielo y el mar y
El
asesino,
dos cuentos escritos
por Ignacio Aldecoa
en Torre del Mar, Málaga.
Por José R. Cortés Criado.
Ignacio Aldecoa Isasi,
considerado como el representante principal de la generación de escritores
realistas de los años cincuenta del siglo pasado, estuvo en Torre del Mar parte
de los meses de noviembre y diciembre de 1954 y de su estancia en la costa
malagueña surgieron dos cuentos: Entre el
cielo y el mar
y El asesino.
En el prólogo que
escribió su viuda para la edición del libro Cuentos
completos
recuerda los días pasados en Torre del Mar y anota que “de esa estancia en el
pueblo malagueño nacieron dos cuentos completamente distintos. El del niño pescador y otro, Anthony, el inglés dicharachero (El asesino)
una historia durísima de cante, copas, crímenes pasados, crítica amarga de
señoritos desalmados”.
Josefina Aldecoa posteriormente
explicó en su libro de memorias En la
distancia que “fue una experiencia maravillosa. Nos alojábamos en la única
fonda que había entonces en el pueblo, la fonda España.
Éramos los únicos huéspedes en aquel invierno de 1954 tan ajeno aún a las
visitas de turistas nacionales o extranjeros.
Teníamos una habitación grande con dos camas, una camilla y una mesa en la cual
instaló Ignacio su máquina de escribir”.
El matrimonio y su hija
Susana, nacida el 5 de octubre de 1954, viajaron hasta Málaga en avión, gracias
al dinero adelantado por José Manuel Lara a cuenta de la publicación de su
novela El fulgor y la sangre que
quedó finalista en el Premio Planeta de ese año. Aldecoa y sus amigos esperaban
obtener tan codiciado premio el 15 de octubre, pero recayó en su amiga Ana
María Matute y su obra Pequeño teatro.
Como anécdota hay que
añadir que José Manuel Lara, fundador de la Editorial Planeta, estaba durante
esos días en Madrid y le comunicó al escritor que su obra se publicaría casi
simultáneamente a la ganadora y le ofreció una cantidad a pagar de una forma un
tanto curiosa: “Te pagaré esta cantidad dividida en doce mensualidades para que
no te la gastes enseguida”.
La vida en Torre del Mar
fue tranquila para la familia Aldecoa, Josefina recuerda que por las mañanas se
iban los tres a pasear por la playa, Susana en su capacho, que al mediodía
pasaban por la taberna del pueblo y tomaban un vino andaluz con sus tapas y que
luego comían en la fonda, “donde por cierto se comía muy bien”.
Algunas mañanas la niña
se quedaba en la pensión al cuidado de su propietaria, Amparo Peralto Moyano.
La hija de esta recuerda que alguna vez le cambió el pico
al bebé y como su madre le recordaba cada poco tiempo que vigilasen si Susanita
dormía. Juana Peralto Peralto recuerda que era una niña muy delgada, rubiasca, muy tranquila y que en su casa
les llamaba la atención su nombre porque nunca lo habían oído antes.
Josefina Aldecoa cuenta
que en Torre del Mar tuvieron la deliciosa compañía de un niño pescador que los
guiaba a todas partes; siempre que no tuviese que ayudar a su padre estaba con
ellos, en los paseos o en la taberna; algunas veces ahí escucharon cantes de
flamencos que, por deferencia a ella y a la niña, cantaban al mediodía, cuando
lo habitual era hacerlo por la noche.
En
la distancia se
puede leer: “Recuerdo una mañana, a las doce del mediodía, oyendo flamenco en
la taberna, a un hombre que cantaba extraordinariamente y que nos ofrecía su
arte a esas horas tan poco “propias” porque se lo dedicaba “a la señora y la
niña, que la noche era muy fresca para salir””.
Las tardes las pasaban en
la fonda. “Por la noche, era el Casino,
solo de hombres, sentados en torno a mesas camilla, con sus sombreros oscuros,
la baraja, la copita de anís”.
Respecto a los quehaceres
de Ignacio Aldecoa durante las tardes en Torre del Mar, su viuda escribió dos
cosas distintas. En el prólogo de los cuentos completos anota: “Ignacio colocó
la máquina de escribir sobre una camilla y creo que nunca la volvió a tocar […] La máquina de escribir
estuvo abandonada durante el mes que estuvimos en Torre del Mar”.
Y, sin embargo, escribió
sobre el tiempo pasado en Torre del Mar en su libro En la distancia: “Por la tarde, Ignacio escribía y al anochecer se
iba a pasar un rato al casino con los hombres del pueblo. Pronto se hizo muy
popular allí. La gente era cariñosa y muy hospitalaria”.
Puede que Ignacio Aldecoa
no escribiese a máquina durante su estancia en la Axarquía pero sí que lo
hiciese a mano en algún cuaderno, lo que queda claro es que el primero de los
cuentos vio la luz en la revista mensual Ateneo
en enero de 1955, y el segundo, en la revista bimensual Atlántica correspondiente a los meses de enero y febrero del mismo
año, lo que hace pensar que fueron escritos en tierras malagueñas.
Sea válido el primero o
el segundo de los recuerdos de su viuda, lo realmente interesante es saber que
estos dos cuentos están inspirados en las vivencias personales de su autor en
Torre del Mar como deja constancia Josefina Aldecoa al decir que su marido se
inspiró en ese niño marinero que siempre estaba con ellos para escribir el
precioso cuento Pedro Sánchez, entre el
cielo y el mar y que Anthony, el
inglés dicharachero (El asesino) está dedicado a unos vecinos de Torre del
Mar.
Y es que el escritor
vasco vivía para contar de forma fascinante todo aquello que observaba a su
alrededor cuando caminaba, viajaba o charlaba con la gente; amaba el contacto
directo con las personas, ya fuesen amigos, escritores, intelectuales,
campesinos, pescadores, artesanos…Sus historias manaban de cualquier lugar que
visitase, de una charla o de una imagen.
Así escribía de
boxeadores, de toreros, de delincuentes, de amas de casa, de niños, de
ancianos, de vecinos, con esa capacidad de convertir en literatura todo aquello
que vivía realmente e incluso inventarla partir de la visión de un gesto que
atrajese su atención.
Su mujer dejó escrito que
“Ignacio era una narrador de raza. Para él, contar historias era una manera de
vivir. Contarlas del modo más eficaz y con el lenguaje más bello y expresivo,
la meta a la que le conducía su talento y su voluntad apasionada de perfección”;
y Ángeles Encina y Carmen Valcárcel
destacan la vocación de narrador de Aldecoa y lo consideran maestro del cuento
español.
Una de las razones
esgrimida por Josefina Aldecoa para justificar que Ignacio prefiriera salir
todos los días en Torre del Mar es “porque en el pueblo blanco, que se extendía
a la orilla del mar, estaba la gente”,
y con los torreños gustaba departir para adquirir sus modismos, su forma de
vida, su manera de pensar, en suma, para empaparse de la vida de la aldea
marinera para plasmarla luego en sus escritos. Esas casas blancas eran las
viviendas de pescadores situadas cerca de la playa.
Y como las personas no
solo estaban en la orilla del mar tirando del copo, sino que también pasaban un
buen tiempo en los bares y tabernas, Ignacio tampoco podía faltar a esas citas,
ya que en las tabernas de los años cincuenta, Aldecoa encontró su
“universidad”, en esos lugares donde la gente se encuentra con sus amigos y
convecinos tras un día de trabajo, donde se ahogaban las penas y sinsabores del
día, donde se daba rienda suelta al desahogo y a la rabia, lugar de confesiones
laicas, de sueños frustrados, de transgresión de las normas morales del
momento, espacios de libertad ficticios que se ven reflejados en muchos de sus
cuentos. La taberna suele ser el espacio donde se desarrollan bastantes de sus historias.
Josefina Aldecoa recuerda
en el prólogo de Cuentos completos que
Ignacio amaba las tabernas tanto en España como en Nueva York; para él los
taberneros eran iguales en cualquier lugar del mundo hablasen la lengua que
hablase, porque siempre entienden a sus clientes y pueden ser sus confesores o
confidentes, a pesar de ser generosos, tacaños, amables o gruñones.
Su viuda reconoce que
visitaron más de cien tabernas madrileñas y otras tantas en otros lugares de
España y del extranjero. En una de ellas, La
Gabriela, en Madrid, descubrieron que querían casarse y en otra de la calle
52 de New York supieron que el año 1952 fue el más feliz de sus existencias.
Ignacio Aldecoa tuvo la
capacidad de convertir en literatura lo vivido; vivió intensamente sus años,
supo disfrutar la vida y escribir de asuntos serios con una forma agradable, de
temas trascendentales sin pedantería, siempre preocupado por la brevedad de la
existencia y de lo absurdo que es nacer para morir. Siempre consideró que ser
escritor es una actitud ante el mundo.
José María Caballero
Bonald lo considera un novelista indispensable y recuerda al joven Aldecoa como
“un muchacho locuaz y fogoso, defensor y restricto de su independencia a fuerza
de parecer displicente”.
Su compañera de
generación, Carmen Martín Gaite ha dicho de Aldecoa: “Escribía de asuntos y
situaciones reales, pero su prosa era casi poética y trascendía ese realismo.
Hablaba de lo que veía, pero como un poeta. Debajo de toda su prosa hay poesía”.
Entre
el cielo y el mar.
El primero de sus cuentos
escritos en Torre del Mar Entre el cielo
y el mar en un principio llevaba antepuesto un nombre y apellido, Pedro
Sánchez y algunos estudiosos, como Josefina Aldecoa, han llamado este cuento
como el del niño pescador, en alusión a su protagonista.
En la edición de los Cuentos de Cátedra de 1981, este abre el
libro y el apartado dedicado a El trabajo.
Esta edición recoge una muestra de los cuentos de Ignacio Aldecoa agrupados en
seis apartados según la temática tratada: El
trabajo, La guerra, La burguesía, Los condenados, Los viejos y
los niños y Los seres libres. El
segundo cuento inspirado en Torre del Mar no aparece en esta selección, sino en
la edición de los Cuentos completos de
la editorial Alfaguara en 1995.
Ignacio Aldecoa inicia el
cuento titulado Entre el cielo y el mar con una sucesión de oraciones yuxtapuestas
para situar al lector en el marco donde se desenvuelve la trama, y visualizar
enseguida lo que sucede regularmente, por ello comenzó el texto con la oración:
“era la tercera vez en la mañana”, una señal de intemporalidad, monotonía y
continuidad. El lector lee como los pescadores tiran del copo
en la orilla de la playa.
Seguidamente hacen acto
de presencia los niños y, entre ellos, Pedro, el protagonista, que se veía en
la necesidad de espantar a los pequeños de la escena donde se desarrollan las
tareas de pesca “y les miraba superior y hostil, porque era casi un hombre y
trabajaba”.
Ese día la pesca se les
dio mal, los pescadores miraban la mar en silencio, la mar es la miseria o la
riqueza, depende del día y ante eso ellos no pueden hacer nada, “estaban
acostumbrados pero no resignados, como creían otras gentes del pueblo”.
Aldecoa presenta, en este y otros cuentos, personajes entristecidos que forman
parte del sistema social sin posibilidad de evasión aunque casi nunca pierden
del todo la ilusión de vivir.
En los cuentos de Aldecoa
suelen aparecer personajes tristes, resignados, amargados, tiernos, y algunos
críticos subrayan que pescadores, jornaleros y trabajadores humildes no
manifiestan conciencia de clase ni se atisba entre ellos síntomas de
sublevación ante la situación de explotación que padecen.
Martín
Vilumara escribía en la desaparecida revista Triunfo en el año 1973 que
“a Aldecoa le interesan siempre más los efectos que las causas. Sus personajes
[…] se manifiestan a impulsos de su propia y estricta individualidad; jamás
traslucen una conciencia social de clase o grupo”.
En
otro cuento encasillado en el mundo del trabajo del autor, Seguir de pobres, se ve esa solidaridad individual entre los
miembros de la cuadrilla de jornaleros que se desplazan a otros pueblos a segar,
cuando ayudan a un desconocido que enferma durante la siega e incluso le dan
parte de sus ganancias porque el enfermo solo cobró por el tiempo trabajado; todo
tiene aire de ayuda al necesitado pero nadie se plantea que el trabajador
debería tener cubierto su salario en caso de enfermedad.
En
otro cuento dedicado al mundo laboral y dedicado a Antonio Buero Vallejo, La urraca cruza la carretera, la cuadrilla
que arregla los baches de la carretera se sorprende al ver pasar un lujoso
coche y sus propietarios. El escritor vasco describe bien y concisamente como
mal visten y mal comen los trabajadores frente a la riqueza que va sobre
ruedas; uno de ellos no puede más que exclamar: “Está uno aquí peor que una
piedra para esa gente…” y más adelante: “No hay derecho […] Son cosas a las que
no hay derecho. Tanto dinero es un pecado”.
Ignacio
Aldecoa hace con pocas palabras un perfecto retrato de la sociedad de los años
cincuenta poniendo ante el lector la imagen que él ve como si estuviese
reflejada en un espejo acercándose más a los escritores costumbristas que a los
que ejercen una crítica social y política del momento porque como escribió su
amiga Ana María Matute: “Ignacio habla de la soledad del hombre entre los
hombres”.
El
crítico Rafel Conte alega que “quien quiera conocer aquella España de entonces
nunca lo podrá hacer del todo si no ha leído las novelas y cuentos de Ignacio
Aldecoa”,
además de considerar su obra inmanente, trascendente y placentera; y Manuel
Llanos comenta que parte de sus cuentos “desarrollan lo que se ha dado en
llamar “épica de los oficios”, ya que la acción del relato se halla
condicionada en gran medida por las peculiaridades y el entorno del trabajo que
realiza el o los protagonistas del mismo”.
El
profesor de la UAB, Juan Rodríguez, estudioso de la narrativa española del
siglo XX, considera que más allá de la militancia política de algunos miembros
del llamado “realismo social”, hay que tener presente que “la intención de
aquellos escritores movidos por su responsabilidad social fue intentar
transmitir […] una imagen de la realidad española que, aunque ficticia, fuese
más fiel a la vida que la ofrecida por la prensa o las crónicas del NO-DO”,
convirtiéndose así en fotógrafos que pedían al lector su colaboración para
extraer las conclusiones del texto.
Siguiendo la trama del
cuento, los lectores leen que el señor Venancio,
quien dirige la faena, descarga su mala suerte dándole un pisotón a un pulpo
que salió de entre las redes, sin embargo regañó al niño Pedro cuando este lo
trató con crueldad, dejando claro que una cosa es soltar la rabia que uno lleva
dentro y otra muy distinta, ensañarse con el vencido.
Después del tercer fracaso
en la pesca, llegaron los lamentos y pensar qué hubiese pasado si hubiesen
echado la red en otro lugar, porque si no “vamos a comer piedras”.
Entonces Pedro se acercó
a los mayores aunque él no se preocupa por llevar el pan a su casa, para eso
está su padre, él ejerce su tarea, imita a los adultos y su cometido es llevar
lo pescado a una vieja para que lo venda. “La vieja tenía un genio malo. Solía
beber. Bebía aguardiente, a veces con agua,
a veces con pan”.
Pedro piensa siempre en
la mar, no quiere ser pescador de playa, sino de mar, quiere ser el encargado
de las farolas de petróleo y hablar del viento de levante, y contar de forma
exagerada hechos cotidianos para impresionar a su familia.
Sueña con pescar en la
traíña
del señor Feliciano, llamada “Tres Hermanos”,
porque tiene fama de buen pescador. Todos los chicos de la playa desean
trabajar con él, aunque se resiste a contratarlos por respeto a sus padres, el
señor Feliciano no quiere que los chavales cobren más que sus padres si son
pescadores de playa o están en otra barca con menos fortuna. Este detalle
refleja el valor que le da el patrón al trabajo y al respeto a los mayores.
Cuando Pedro se acerca al
bar Sixto
para saludar a su padre que bebe con el señor Feliciano para celebrar la buena
venta del pescado en Vélez,
éste lo invita a un pintao,
le habla con respeto de su colega pescador de playa, el señor Venancio, y le
comenta al niño que al año siguiente podría entrar a trabajar en su traíña.
Dejaron el tema del
trabajo y los hombres “siguieron hablando de toreros, a los que no habían visto
en su vida”. El
tema de los toros era muy socorrido ya que por aquella época el fútbol no tenía
la atracción de hoy; así se pueden leer en otros cuentos del mismo autor, como
en El libelista Benito cuyo
protagonista argumenta en defensa de la libertad de prensa utilizando un símil
entre esta y la supresión de una corrida de toros a la mitad de su desarrollo;
y en Los bisoñés de don Ramón, su
protagonista, Cuchín, cuando veía preocupado a su jefe de partido por los
problemas de la patria, “cambiaban de tema para hablar de toros”;
o las palabras de un tabernero en la novela Con
el viento solano: “Yo, desde luego, esta tarde estoy pegado al bardal. No
me pierdo los toros por nada”.
Pero un símil muy elaborado
entre toro y barco es el que se lee en el cuento Rol del ocaso: “El Ispaster
estaba fatigado de proa a popa, herido de estribor a babor, exactamente como un
toro que embiste, que guarda la cabeza, que tiene energía en sus cuartos
traseros, pero que ya está llamado por la muerte y da los bandazos de la
agonía. Las dos luchas del toro mantenía el Ispaser.
La lucha por herir de proa y la lucha por aguantar su propia herida”.
Siguiendo el argumento
del cuento del niño pescador, este se marcha a su casa y al llegar comienza un
diálogo con su madre sobre hechos cotidianos: cómo fue la pesca, que encima de
la hornilla hay pan y pescado frito, que coma sin olvidar que es para todos… y
por último le pregunta por su padre y sin esperar respuesta, ella ya la sabe,
refleja rápidamente la forma de vida de los pescadores: “Estará tomándose
copas. Lo mismo da sacar buen jornal que malo. Hoy juerga, mañana de queja. Así
va todo”,
como si de un mal atávico y perpetuo se tratase.
Después continúan el
diálogo de tal forma que más parecen dos monólogos intercalados.
El joven dice que a su
padre le fue bien la faena porque el señor Feliciano tiene ojo de gato para la
pesca.
La madre responde que el
señor Feliciano no tiene familia que mantener como su padre y puede gastarse lo
que gane con quien quiera.
Pedro le habla de la
promesa de trabajo.
La madre sentencia: “Los
hombres debían pensar más las cosas cuando se casan. Creerá que os voy a
alimentar de aire”.
El hijo insiste en que
cuando Pedro se marche al servicio militar él empezará a trabajar.
La madre habla del marido
cuando afirma que vendrá cuando quiera y bebido.
Pedro le cuenta que lo
invitó a un pintao.
La madre lo manda a la
cocina porque sin comer no se puede trabajar queriendo finalizar así el
diálogo.
El chico mira la mar
pensando en su futuro y su madre le dice: “Aviva, que ya te quedará tiempo para
trabajar durante toda la vida”.
En estos diálogos y en
otros muchos Ignacio Aldecoa muestra una gran habilidad para agilizar el relato
y para trasmitir sentimientos, ideas o formas de vida con mucho detalle, para
ello reproduce fielmente muchas conversaciones oídas a terceras personas
respetando sus modismos e incluso las jergas empleada por determinados
personajes.
Cuando el padre llega a
casa viene acompañado de dos hijos pequeños y con dos buenas noticias, se les
dio bien la pesca y Pedro se enrolará esa noche en la traíña Tres Hermanos para encargarse de los
faroles de petróleo, como deseaba, y la madre resignada ante el devenir
sentenció en voz baja: “A ver si ahora te haces un zángano como los otros,
Pedro”,
ella teme que su hijo termine como los mayores del poblado, uncido a su destino
como si de una fatal carga se tratase.
Pedro no la escuchó, solo
deseaba saber si el señor Feliciano había dicho algo de él, se desilusionó al
saber que solo dijo que podía ir a trabajar, entristecido marchó hacia la
orilla, tentó la traíña, aspiró los olores salobres de redes y de brea, se
tendió al sol, cerró los ojos y escuchó la mar, mezcla de estertor y gruñido.
Pedro representa al
trabajador que ama su oficio por humilde que sea y le otorga una dignidad que
lo ennoblece, es un prototipo que Aldecoa muestra en muchos otros textos para
dotar de una épica especial cualquier oficio por modesto que sea.
Esta imagen de la madre
que, en silencio, lleva la carga que le supone vivir de un pobre jornal que a
veces se gasta en vino, tiene alguna similitud con la madre de Young Sánchez,
que queda retratada de la siguiente manera: “La madre tenía demasiado cansancio
en la mirada para que fuese dulce. Era una mirada vidriosa, vaga, vuelta ya de
la desesperación o de la rabia o del deseo de conseguir algo”.
El joven pescador, Pedro,
siente la llamada del mar y se sabe abocado a su destino, Young también quiere
ser boxeador como tabla de salvación, Leocadio se ve como cobrador de tranvía
como su padre en El aprendiz de cobrador,
el protagonista de Chico de Madrid…,
son personajes tristes, resignados, tiernos, que siguen la senda que les marcó
la vida y su entorno. Ana Casas escribe que “sus personajes aparecen
presentados en su historicidad, presos de su entorno y de su origen social”
y otros escritores, como Martín Gaite, manifiestan que sus relatos se acercan a
la intrahistoria de Miguel de Unamuno.
El
asesino.
Este cuento está dedicado
a una serie de vecinos de Torre del Mar.
…y este tengo el gusto de dedicárselo
a Manolo el de La Cueva,
a su compadre Cristino,
al cantaor profesional Antonio El Canillero,
a Aurelio,
el prodigio de Torre, a Atienza,
el del huerto de las guindillas, y a Federico,
a los que estuve escuchando…
Un elemento en común de
estas personas con Ignacio Aldecoa era el gusto por beber unos vasos de vino en
el bar La Cueva y escuchar buen cante
ya fuese de algún aficionado como Mayoni o de un profesional como Antonio de
Canillas, este último solía vérsele en La
Cueva animando la velada de algunos señoritos o comiendo en el bar de Juan
Peralto Jiménez que estaba situado en la calle del Mar número 23.
El protagonista de este
cuento es Anthony, un barbero muy dicharachero, según dice, español nacido en
Inglaterra. Atiende a sus clientes con el lema “Afeitar instruyendo” y me
recuerda a otro personaje singular de Aldecoa, Faisán, del cuento Un artista llamado Faisán que “inventaba
versos mientras limpiaba zapatos y si se lo pedían; cantaba ópera”.
Anthony, cuando afeita a
un cliente, le da a elegir la navaja con la que quiere ser afeitado, todas
tienen nombre de mujer y son presentadas al usuario, para finalizar alabando
las cualidades de la elegida, normalmente comparadas con una caricia e incluso
con una poesía, para ofrecerse seguidamente a recitar unos versos al cliente.
Anthony es un charlatán
al que el progreso no le hace mucha gracia, que memoriza fragmentos literarios
para entretener con su plática a su público y a otros señoritos en fiestas y
saraos alrededor de una botella de vino, y, por supuesto, habla de temas de
actualidad relacionados con el progreso científico y de nuestra historia,
centrándose en el pasado glorioso de conquista allende los mares.
Como el primer cliente
del día prefiere una buena prosa, el barbero comienza a recitar El Quijote, hasta que interrumpe el
relato para preguntarle al interlocutor qué significa “lanza en astillero”;
como ninguno de los dos lo sabe, el barbero cambia de tema y le explica a su
cliente por qué considera una obra del diablo el invento del avión, un invento
inglés, por supuesto; y como el parroquiano lo tacha de poco patriota, responde
como un resorte: “No me gustan la bromas, don Simón, yo soy un español muy
español” y para
compensar su admiración por el avión refiere que el submarino lo inventó Isaac
Peral, pero insiste en que el avión es invento de un diablo inglés.
Pero el barbero de las
que habla con pasión son de sus navajas, las trata como a damas maravillosas,
suaves, encantadoras, dulces, idílicas féminas a las que ama con la pasión del
que gusta afeitar y algo más.
Y estando esa mañana a
mitad de la faena recibe el aviso por parte de un joven para que acuda a casa
de la Pescadora
donde está esperándole la Peña de don Julián; como el chico insiste, el cliente
se ofrece a volver más tarde para acabar el afeitado, pero el barbero echando
mano del saber popular le responde con el dicho: la obligación es antes que la
devoción. Y que pronto irá y les recitará El
Piyayoque
hoy se aprendió de arriba abajo.
Anthony, como buen
charlatán, sigue hablando de las navajas de forma un tanto especial: “Margaret
es vieja, la heredé de mi padre; barbero en Brighton, Inglaterra, al costado de
London, ocho millones y medio de habitantes, solo superado por New York, U.S.A...
Margaret es vieja pero tiene alma de niña. Le tengo dedicado un madrigal”.
Finalizado su trabajo
enumera las tres cosas necesarias para hacer un afeitado perfecto: un artista,
un artista y un artista.
Contento con su labor no
duda en alabar al cliente, don Simón, remachando lo orgulloso que debe sentirse
con su don pues puede llevarlo antepuesto a su nombre porque ha hecho su
bachillerato en Vélez.
Una vez terminada su
tarea, Anthony llega a casa de la Pescadora, lugar de esparcimiento
deshonesto donde Don Julián y sus amigos están en el reservado número tres. “La
diversión consistía en beber montilla, devorar soldaditos de Pavía
y escuchar el cante por Palanca
de un señor, ¡Cosas del tiempo viejo! Las mujeres estaban proscritas por el qué
dirán, y porque era temprano”.
Cuando el barbero entra,
saluda, pide una copa y marca su diferencia económica con el resto de los
señoritos allí reunidos, afirmando que cualquier día ha de empeñar el sillón
para poder alternar con estos caballeros; además dice ser hijo de John Walker y
doña Azucena.
El nombre del padre
quizás sea un guiño a la famosa marca de whisky, y muy idóneo para un buen
bebedor; el de la madre es una referencia a su pureza, puesto que ese es el símbolo
de la flor además de ser una advocación de la Virgen María.
Anthony además habla
despectivamente del último cliente, al que alabó por su título de bachiller
ahora lo tacha de bestia sin conversación y amenaza con hacerle un artístico
rasguño en la mejilla derecha la próxima vez que acuda a la barbería.
Don Julián lo jalea como
hombre y lo anima a córtale la yugular porque así tendría un acreedor menos,
finalizando su parrafada con un grito de ¡Viva España!
Ignacio Aldecoa, con una
gran escasez de términos, une al señorito con el régimen franquista y recuerda
que más de una ejecución tras la guerra civil fue llevada a cabo para condonar
deudas económicas.
Ante tanto jaleo el
cantaor protesta y pide respeto a su quehacer; Anthony le respondió con una barbaridad,
al final debe intervenir don Julián pidiendo tranquilidad y gritando ¡Viva
España!
Para romper el silencio,
el barbero pide una botella a cuenta de don Julián, éste lo acepta porque
“aquí, aunque no hay dinero, está todo el salero de la tierra de María
Santísima. Una botella más y que corra el vino. ¡Viva España!”,
pero el camarero le recuerda que don Julián ya gastó mucho, por lo que Anthony
acepta pagarla, siendo vitoreado por saber gastarse los duros con sus amigos y
piden un cante para él.
La profesión de
rapabarbas no debía ser muy lucrativa porque otro colega de Anthony en la
novela Con el viento solano
manifiesta con cierto humor: “Tráete una botella aunque tenga que vender el
sillón de la barbería y tirarme a la carretera a dar sustos al mundo”.
El cantaor le devuelve la
ofensa cantando el crimen que cometió el inglés:
“A la Torre
llegó un vapó
Y en el vapó un inglé
Con siete facas o dié
Y un crimencito de amor
Que en la mar se consumó”.
El barbero se ofende pero
el cantaor le dice que “un crimen es algo que puede hacer cualquier hombre. Yo,
sin ir más lejos, sé de uno de don Julián y don Julián sabe que yo lo sé y
nunca me ha dicho esta boca es mía o toma diez duros y a callar”.
Don Julián sonríe, dice
que un crimen está al alcance de cualquiera y se pregunta quién no ha tenido de
joven sus más y sus menos con alguien, que eso no es un crimen propiamente
dicho, es legítima defensa y que él lo hizo porque tenía que hacerlo,
sospechando que a Anthony le pasó lo mismo y concluyó: “Y qué demonio, allá
cada uno con su conciencia. Y ahora vamos a dejar el tema y a ponernos alegre.
Otra copa y ¡Viva España!”
Contrasta esta frialdad
de don Julián al tratar de un crimen que cometió y su falta de remordimientos,
con lo acaecido a Sebastián Vázquez, protagonista de Con el viento solano, que tras una noche de vinos y una mañana de
aguardientes hirió a un camarero y mató a un guardia civil que lo perseguía,
huyó durante cuatro días y al quinto fue a entregarse a la casa cuartel puesto
que no podía vivir en perpetua borrachera para acallar sus problemas de
conciencia.
El inglés justifica su
crimen alegando que le fallaron sus cálculos porque solo quería malherirla pero
Sheila estaba muy afilada y le falló el pulso, y que ya pagó con la cárcel su
falta. Todos los presente lo comprenden y lo justifican; don Julián manifiesta
que quien más y quien menos tiene una pena negra grabada en el corazón por
descuido o por lo que sea y que como está triste se piensa emborrachar y grita
¡Viva España!
Este personaje es similar
a otros señoritos reflejados en el cuento Caballo
de pica que
utilizan a cantaores, toreros y demás personas de más bajo nivel económico para
su divertimento, tratándolos como muñecos de juego sin pararse a pensar en las
consecuencias de sus gracias, como le pasó al pobre torero retirado, Pepe el
Trepa, que acaba “como los caballos de pica. El penco estira las patas”
para morir entre las risas de los señoritos mientras lo obligaban a beber, con
un embudo en la boca, litros de vino. Los señoritos pronto abandonaron la
fiesta y su amigo el cantaor Juan Rodrigo solo supo decir: “pero esto no puede
ser, no puede ser”.
El barbero del cuento regresó
a su negocio y los presentes le pidieron que volviese cuando cerrase porque continuarían
en el mismo reservado. Mientras salía el cantaor tarareaba unas chuflas
por Cobos.
Anthony encontró a un
cliente esperando y volvió al tema de los aviones y, por supuesto, les presentó
a sus amigas las navajas y escogió a Sheila, la hija de Sheila la incomparable
que se perdió en el mar, que es como una caricia y como un recuerdo de otro
tiempo.
Este personaje está muy
bien dibujado por medio de sus palabras; el lector pronto se hace una idea de
su carácter, sobre todo cuando habla de conocimientos populares que estarían de
moda en su época porque a su segundo cliente le habla de la vuelta al mundo en
cuatro días que protagonizaron unos ingleses en avión y que ha leído en el
periódico, aunque rápidamente gira la conversación sobre la vuelta al mundo de
Juan Sebastián Elcano y los dos años que invirtió en su viaje, y en la figura
de Colón, afirmando que con cien como Colón a España otro gallo le cantaría y
con mil seríamos los amos del mundo, para dejar claro su patriotismo.
Lo que Anthony olvida es
que el primer avión lo diseñó y creó el francés Clément Ader; que los hermanos
estadounidenses Wright son considerados los inventores del avión y que el
brasileño Alberto Santos Dumont fue la primera persona que realizó un vuelo en
un avión autopropulsado o que Juan Sebastián Elcano tardó prácticamente tres
años en completar la vuelta al mundo en barco ya que inició el viaje junto a
Fernando Magallanes, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), el 20 de setiembre de
1519, regresando Elcano al puerto de partida el 6 de setiembre de 1522.
Y volviendo al cuento, cuando
el lector descubre su secreto, queda atrapado en el temor de lo que pueda
sucederle en la barbería a cualquier cliente el día que le tiemble el pulso o
le falle el cálculo al inglés dicharachero.
Sirvan estos dos cuentos
para actualizar el valor de la obra literaria del escritor vasco quien supo
mostrar en sus cuentos, en sus novelas, aquello que se ocultaba tras una
apariencia anodina, vulgar, a veces triste, a veces cruel, desvelando esas
vidas que vemos pasar junto a nosotros sin apreciar su drama particular ni su
sordidez.
Ignacio Aldecoa dijo que
ser escritor es una actitud en el mundo, y fiel a su compromiso vio y observó a
la pobre gente de España en esa sociedad en la que le tocó vivir y dejó
constancia de su compromiso en sus obras, siempre preocupado por la realidad
española cruda y tierna a la vez, y que hasta entonces estuvo fuera de nuestra
literatura de posguerra.
Por último recordar que
el escritor español añoraba para él el bello epitafio que en Samoa le habían
escrito a su admirado Robert Louis Stevenson: “Aquí yace Tusitala, el narrador de historias”; en su honor se puede afirmar
que en Torre del Mar, Tusitala escribió
dos interesantes cuentos que reflejan dos diferentes formas de enfrentarse a la
vida.
En Torre del Mar no existía un casino, quizás se refiriera al bar de Ávila,
sito en la calle del Mar número 28, donde por las tardes se jugaba al dominó y
solo era frecuentado por hombres. Años más tarde existió en localidad un local
llamado La Peña que funcionaba como
un casino, en la calle Santa Margarita número 13.
Esta mezcla suele llamarse palomita de anís y debe su nombre al color opalescente que toma la
mezcla del agua con el anís. Se dice que es refrescante, tonificante y digestiva.
Young Sánchez es el protagonista del cuento con igual título dedicado al
escritor malagueño Manuel Alcántara, en el que se narra la vida de un mecánico
que aspira a salir de la miseria por medio del boxeo aunque sabe que los de su
clase no suelen tener buena estrella.
El segundo es
Cristino Guerra Gómez, compadre y hombre de confianza del primero, encargado de
la cocina del bar La Cueva y creador
de la tapa llamada Periana.
El tercero es
Antonio Jiménez González, cantaor de flamenco conocido como Antonio de
Canillas, nacido el 21 de agosto de 1929 en Canillas de Aceituno (Málaga) de
donde es hijo predilecto. Es el más veterano de los cantores malagueños.
Aurelio Boza
Aragüez era un peluquero con local abierto en la hoy Avenida de Andalucía
número 81, a escasos metros del bar La
Cueva, en su barbería siempre se escuchaban los cantes de Marchena, según
me contó su primo José Aragüez Guirado.
Pepe Marchena, también conocido como el Niño
de Marchena, natural de Sevilla, llamado José Pérez Tejada, destacó por sus
estilos en fandangos, tarantas y malagueñas, creó la colombiana, el único palo creado en el siglo XX.
Ninguno de los
vecinos de aquella época recuerda este apellido, quizás fuese Atencia, patronímico
conocido en Torre del Mar; si lo fuese, podría referirse a José Atencia Navas,
panadero venido de Torrox, con obrador en la calle San Andrés número 10, que
tenía un patio con árboles frutales, aunque sus familiares no recuerdan si
plantaba guindillas.
Federico Mayoni
Calvo tenía una carnicería que daba a dos calles situada en la actual calle del
Mar número 31, era conocido además por que cantaba muy bien.
[75] Manuel Celestino Cobos
(Jerez de la Frontera-Madrid) es conocido en el mundo del flamenco como Cobitos,
fue un artista clásico, con un estilo inconfundible, que destacó en muchos
cantes de variadas formas.
Este artículo es un capítulo del libro: GOMEZ YEBRA, ANTONIO A.:Estudios sobre el Patrimonio Literario Andaluz VII , Málaga, AEDILE, 2017, pp. 118 - 136.