La fuga de los personajes VI.
Lo que acaeció a la madre de
Caperucita Roja cierto día
que…
Texto: José R. Cortés Criado.
Y mi hija que me hace caso en todo, o eso creo yo, que a
mis espaldas vaya usted a saber qué hace; aunque hay algo en lo que no me hace
caso, creo que es lo más importante para esta historia, sí, ya sé que lo sabéis
de memoria, pero las madres somos así de pesadas y no nos cansamos de repetir
una y otra vez las cosas que creemos importantes.
Si me niña no le hubiese hecho caso al feo lobo sobre el
camino más corto para llegar a casa de mi madre, ni la abuela ni la nieta
habrían pasado por ese trance de ser comidas, regurgitadas y puestas en
circulación como si no hubiese pasado nada.
Eso porque las buenas personas lo han querido así, que si
no…mi hija habría terminado yo no sé cómo, y si es mi madre, esa vieja
testaruda que se cree muy lista y la más joven de todas ya estaría más que
perdida en ese bosque infernal donde le gusta estar, con lo bien que se está en
el pueblo con tantas vecinas con las que poder chismorrear un ratito cada día.
Mira que es rara mi madre, y le está metiendo sus manías a
mi niñita, que cualquier día me dice que se va al campo con su abuela y no
vuelve más por aquí, porque ya me ha avisado, que si soy una pesada, que si sus
amigas esto y lo otro, que si yo no la dejo hacer nada, que si en el pueblo se
aburre, que si en la ciudad es diferente y que en el bosque se siente muy a
gusto.
Ya me lo decía mi marido, que el pobre como siempre está
trabajando nunca sale en el cuento, algunos pensarán que soy viuda, pero no,
soy casada y bien casada con un hombretón, que es capaz de tumbar al lobo de un
soplido, sí, no pongáis esa cara, que mi marido es muy grande y muy fuerte.
Y, además, muy listo, ya me avisó a mí de que ese lobo no
era de fiar y de que mi madre está un poco perdida con esa manía suya de vivir
sola en medio del bosque, como si no hubiese un lugar mejor en este pueblo para
ella. Es que es muy rara, más todavía, ¿qué si lo sé yo?, pues claro que lo sé
y muy bien.
Pero la que me preocupa es mi hija, veremos a ver cómo
termina esta historia que se repite una y otra vez con final feliz para ella;
espero que esto no cambie y me lleve una desagradable sorpresa el día que no
salga más de la barriga de ese lobo tan persistente.
Mira que comérsela una y otra vez sabiendo que le van a
rajar la barriga y se la van a llenar de piedras, ¡menudo estómago debe tener!,
yo seguro que ya estaría más que muerta si me rajan una vez y más si me tengo
que tragar a mi madre y a mi hija, ¡qué barbaridad!
Pero a pesar de todo ese sufrimiento y mis temores, siempre
anhelo que alguien coja el libro del estante y abra sus páginas. ¡Me hace tanta
ilusión ver una cara nueva frente a mí!
No sabéis la alegría que recibimos todos cuando alguien se
asoma a nuestro mundo y más cuando vemos en las caras esa sensación de pánico al
leer que el lobo está engañando a mi hija, y sobre todo, la angustia cuando se
la come y leen que también se comió a la abuelita; a algunos pequeños se les
escapa una lagrimita y hacen pucheros, a otros las lágrimas corren por sus
mejillas a todo correr en una carrera sin fin.
Pues a pesar de eso, nos sigue gustando porque al final las
caras recuperan su sonrisa y su alegría y todos celebran que Caperucita y su
abuela están sanas y salvas y el lobo a buen recaudo.
Así que ánimo y a leer los cuentos clásicos, que así todos
seremos algo más felices, los lectores y los protagonistas del cuento.
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