Acercamiento
a la Literatura Infantil
y Juvenil
a la Literatura Infantil
y Juvenil
Por José R. Cortés Criado
El sistema educativo, que ha
sufrido algunos grandes cambios en las últimas décadas, ha conseguido, entre
otras mejoras, la escolarización de todos los niños y niñas del país, ha
alargado el período de estudios, ha reducido drásticamente el analfabetismo y
ha potenciado la Literatura para todas las edades, por lo que el niño nada más
nacer entra en contacto con la literatura, a pesar de no saber leer.
Actualmente se venden libros
almohadas, libros galletas, libros de goma espuma, de tela o de plásticos
ideales para el baño y para que el bebé los manosee o muerda con sus encías
desdentadas, junto al cuento electrónico o tableta digital para que los toque e
interactúe, entrando de lleno en el mundo de los libros antes de iniciarse en
el conocimiento de la palabra escrita, y como escribe Teresa Durán, “En lo que
respeta al libro infantil estamos asistiendo actualmente a la mayor variedad de
formatos, materiales registros y contenidos que jamás haya existido” (Durán,
Teresa, 2002, p. 80)
Y como los libros de lectura
buscan cada vez destinatarios más jóvenes, la imagen cobra mayor protagonismo
en la edición actual, porque lo que se pretende es poner a los pequeños en
contacto con los libros desde el momento de su nacimiento para forjar un
vínculo entre ellos y la literatura.
Además, el lenguaje
iconográfico y el escrito se complementan en todo acto comunicativo, siendo más
fácil que los bebés asocien la imagen del objeto representado con determinados
elementos que les sean familiares e ignoren la simbología que encierran las
letras. Hay que destacar que tanto la palabra como la imagen son elementos
fundamentales para la comunicación humana, y aparecen frecuentemente asociados.
Por ello, en el mercado se
encuentran libros para ser manipulados por los más pequeños repletos de
imágenes y casi carentes de texto, impresos sobre soportes distintos al papel,
e incluso con muñecos-personajes que se desprenden del libro y/o marionetas que
facilitan la narración del cuento al adulto, así como con artilugios
reproductores de diferentes sonidos o tabletas electrónicas de manipulación
intuitiva.
Las variedad de libros para
primeros lectores es muy amplia, entre ellos podemos contemplar “libros con
imágenes fijas o móviles, con superficie de distinta rugosidad, para
desarrollar el sentido del tacto; de diferentes olores, para trabajar el
olfato; con sonido incorporado, con páginas partidas que permiten cambiar la
mitad de la escena dibujada y enriquecer la lectura, pero todos ellos con un
desarrollo lógico del cuento que hace posible su lectura sin la ayuda de la
palabra escrita” (Cortés Criado, José R., 1997, 20).
LA
TRADICIÓN ORAL Y LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
También es cierto que el ser
humano nace ágrafo, y que la literatura, a fin de cuentas, existió antes de que
naciera el texto escrito, como lo prueba
la longevidad de la literatura de tradición oral en todas las civilizaciones y
su subsistencia, puesto que con muy pocas excepciones, los niños prefieren la
narración de un cuento a su lectura,
porque un relato contado es mucho más espontáneo y enriquecedor que uno
leído.
Rodríguez Almodóvar concede
un gran valor a los cuentos maravillosos, por cuanto ayudan a configurar el
imaginario común que une a las distintas civilizaciones, cuando afirma que las
narraciones orales “constituyen el proyecto cultural más ambicioso de que ha
sido capaz la fantasía colectiva, para dotarse de una cultura compartida, capaz
de integrar a los numerosos pueblos” (Rodríguez
Almodóvar, Antonio, 2004, p. 6)
Es indudable la importancia
que la tradición oral tiene en la formación lectores, porque la palabra viene
cargada de imágenes en movimiento. El cuento, las fábulas, las rimas, los
romances…, conectan al niño con una cultura creada colectivamente a lo largo de
los tiempos y los hace partícipes de la misma.
Los pequeños que escuchan,
“leen con otro código distinto al de la lectura de grafías, porque son capaces
de leer el color que la entonación puede dar a las palabras, los sentimientos
que nos transmiten, la emoción de las pausas, el ritmo del relato, los gestos
del rostro, de las manos, de todo el cuerpo y además diferencian entre el relato de la acción y el
diálogo de los personajes” (Cortés Criado, José R., 1997, p. 12).
A pesar de que la literatura
de tradición oral no fue concebida para un público infantil, cuando se registró
en forma escrita se hizo casi siempre pensando en ese segmento de la población.
Este pase de la oralidad a la escritura efectuada para los más jóvenes, ha
permitido que los cuentos tradicionales sigan presentes en las mentes de todos,
y se pueda afirmar que el folklore como forma literaria viva radica
esencialmente en la literatura infantil.
Gracias a esta especie de
transmigración, el relato maravilloso ha conservado las huellas de
numerosísimos ritos y costumbres, como nos recuerda Vladimir Propp, hasta
nuestros días, coincidiendo con Fernando Savater cuando afirma que todos los
cuentos son coetáneos, todos ocupan el mismo plano en el tiempo, esto es, fuera
del tiempo, y que en el fondo, como toda historia fantástica, “los cuentos de
hadas son una celebración de la vida. Encantan y fortalecen, y son hoy tan
intemporales como lo fueron hace cientos de años”, (Cashdan, Sheldon, 2000, p.
251) o como señala Bruno Bettelheim cuando afirma que todo cuento de hadas es un espejo mágico que
refleja algunos aspectos de nuestro mundo interno y de las etapas necesarias
para pasar de la inmadurez a la madurez total.
Cuando recurrimos a los
cuentos maravillosos de hadas, de brujas, de encantamientos, de magia, buscamos
alimentar la imaginación de los más pequeños y los invitamos a viajar con
gnomos y trasgos, a países de nunca jamás, a los bosques infestados de
perversos lobos o al mundo de la alquimia, donde el binomio espacio-tiempo
sonoro, no solamente permite construir imágenes, sino que proporciona las
claves de un lenguaje simbólico, donde vida y literatura se entrelazan.
La literatura oral es una
literatura viva, en constante evolución. Sus numerosos transmisores aportan
originalidad al relato cuando cambian algún detalle del mismo o la simple
entonación; por ello, el niño y la niña deben recibir los cuentos de tradición
oral para convertirse en un nuevo eslabón-trasmisor de historias y engrosar el
grupo de autores anónimos, al incorporar su toque personal a la narración oída.
Es la mejor forma de que los
cuentos populares perduren en el tiempo, y a la vez estén en continuo cambio,
pues todo aquel que relata una historia transmite sus sentimientos, sus
anhelos, sus temores, reduciendo o ampliando determinadas partes del relato,
hecho que confiere a los cuentos populares el carácter de texto abierto.
Para los niños, según
Gonzalo Moure, un cuento es literatura de anticipación, porque tienen toda una
vida por delante y porque el mundo del que les habla cualquier cuento no es el
mundo que existió, sino el mundo que van a encontrar en el futuro, cuando
crezcan, y los ayudará a superar las dificultades que la vida inevitablemente
les irá planteando.
Algunos
de los cuentos que se editan actualmente para los más jóvenes lectores eliminan
de sus páginas problemas existenciales tan necesarios para la formación de la
personalidad infantil como puede ser la vejez o la muerte, a pesar de ser
decisivas para todos. En este sentido, afirma Bettelheim: “El niño necesita más
que nadie que se le den sugerencias, en forma simbólica, de cómo debe tratar
con dichas historias y avanzar sin peligro hacia la madurez. Las historias
“seguras” no mencionan ni la muerte ni el envejecimiento, límites de nuestra
existencia, ni el deseo de la vida eterna.” (Bettelheim, Bruno, 1986, p. 12)
Estas amputaciones de la
vida real en el cuento infantil pueden ser debidas a un afán proteccionista de
la infancia como reducto sagrado a mantener incólume y al hecho de haber sido
analizada la Literatura Infantil y Juvenil desde posturas pedagógicas,
sicológicas, histórico-bibliográficas, sociológicas y literarias, mezclándose
en forma confusa.
LA
LITERATURA INFANTIL ACTUAL
Hoy, la LIJ debe enfrentarse
a la necesidad de cumplir unos objetivos escolares precisos, que no deben
primar respecto a ella, ya que “una pedagogía, en exceso racionalista, ha
anulado en buena parte ese sentido de lo maravilloso, de lo fantástico, de lo
fabuloso” (Teixidor, Emili, 1999, p. 12) que entraña la lectura.
Gloria García Rivera, por su
parte, señala que “el tema de la Literatura Infantil y Juvenil es objeto de una
amplia controversia en los últimos años hasta el punto de que algunos críticos
han puesto en duda su existencia” (García Rivera, Gloria, 1995, p. 262),
coincidiendo con Isabel Borda cuando ésta afirma: “pocas veces un área o
disciplina se ha visto tan rodeada de interrogantes como la Literatura Infantil
y Juvenil. Se cuestiona su definición, sus límites, sus relaciones con otros
campos de la creación y el saber, e incluso, su existencia y legitimidad”
(Borda Crespo, Isabel, p. 13)
Ana Pelegrín cita a los
historiadores de la literatura infantil Bravo Villasante y García Padrino, para
reafirmar el concepto acuñado en los años treinta, en el ideario de la
Institución Libre de Enseñanza y en Las Aulas de la Escuela Nueva: la
literatura infantil y juvenil se nutre de varias tradiciones culturales: a) la
tradición oral; b) las obras escritas y destinadas para niños; c) los textos de
autores puestos al alcance de los niños en ediciones infantiles y juveniles.
Otros investigadores alegan
que la Literatura Infantil y Juvenil no es más que aquella que el autor
escribió pensando en un público infantil y juvenil; o que los lectores hicieron
suyas a lo largo del tiempo con el apoyo de padres, maestros y editores.
Algunos estudiosos de la LIJ
se lamentan de que las obras literarias fueron ignoradas por críticos y
filólogos; y cuando fueron valoradas y enjuiciadas, lo fueron con criterios
pedagógicos o morales y no literarios, mostrándose como un tipo de literatura
con características diferentes, y ajenas al conjunto de la Literatura, o como
una labor subalterna, cuando en realidad no es tarea fácil escribir para niños
y jóvenes.
Victoria Fernández directora
de CLIJ defiende tajantemente que en
la LIJ “no hay fórmulas, pese a lo que pueden creer autores y editores. [...]
En la creación literaria interviene el factor talento, que no admite fórmulas:
o lo hay o no lo hay. Y sin talento no hay literatura” (Fernández, Victoria,
1999, p. 37). Por tanto, los escritores
deben ser conscientes de la necesaria lucidez a la hora de escribir y no crear
un producto menor, sino exigirse un nivel de excelencia literaria riguroso, y
como dice Sierra i Fabra: “Nuestra obligación de escritores es ser honestos con
nosotros mismos”.
Además hay que reflexionar
sobre lo expuesto por Emilio Pascual para comprender el valor de la Literatura
Infantil y Juvenil, cuando declara: “Un escritor no aprende a escribir para
niños por contenerse dentro de los límites precisos de unas teóricas fronteras:
sabrá que ha acertado cuando el lector niño se sumerja gozoso en sus páginas,
aunque para conseguirlo haya transgredido todas las fronteras visibles e
invisibles, reales o imaginarias” (Pascual, Emilio, 1993, p. 9).
También
hay que meditar sobre el contenido que guardan las palabras de García Puelles,
publicadas en la revista El Cultural
de El Mundo: “Dedicarse al género infantil
es como irse de vacaciones en el tiempo, y volver a la infancia. En el juvenil,
el atractivo consiste en la dificultad: cómo escribir una novela que interese a
los jóvenes, sin hacer concesiones ni que suene a cosa sabida (Muñoz Puelles,
Vicente, 2005, pp. 8-9).
Lo expuesto hasta aquí viene
a incidir en la existencia de una producción literaria destinada a niños y a
jóvenes, que no es ajena a la Literatura en general, sino que por su origen
oral, por haber sido escrita pensando en destinatarios muy jóvenes, por la
temática tratada o por la edad de los protagonistas, ha sido ideada para un
público infantil y juvenil.
El debate no debe ser ahora
sobre la existencia o no de la Literatura Juvenil (LJ), sino de su
diferenciación respecto a la Literatura Infantil (LI), ya que la LJ debe buscar
su identidad para diferenciarse de la que hasta ahora se ha considerado
literatura infantil y juvenil indistintamente.
LA LITERATURA JUVENIL ACTUAL
En menoscabo de la
Literatura Juvenil se han esgrimido, entre otros argumentos, el hecho de
adecuarse a su receptor y que este fenómeno rebaja su calidad literaria o es de
baja intensidad, sin apreciar que se puede tratar una temática adecuada a
adolescentes y jóvenes desde una posición literaria de calidad, como sugiere Miguel
Delibes cuando dice que para escribir para niños no hay que escribir como un
tonto, remedando la voz la abuelita.
También se añade que algunas
obras destinadas al público juvenil difícilmente perduran en el tiempo si el
autor abusa del argot juvenil de moda, de las canciones de un momento pasajero
o de la serie televisiva que no marcó época.
Enzo Petrini en los años
sesenta publicó Estudio crítico de la
literatura juvenil, libro que se ocupaba de una literatura que abarcaba
desde los álbumes ilustrados, hasta las obras de divulgación científica o de
viajes; Petrini consideraba la literatura juvenil como literatura educativa,
que gracias a los profesionales de la enseñanza estaba viva, de lo que se
desprende que la Literatura Juvenil es educativa en la misma medida que la
Literatura General.
En la misma línea insisten eruditos
de la Literatura cuando afirman que el reconocimiento de la Literatura Infantil
y Juvenil existe y que se debe, especialmente, al interés de un sector de
profesionales vinculados con la educación y con los estudios literarios, que
han aunado fines, objetivos y criterios coherentes con el ámbito educativo y
personal en que se desenvuelven los lectores de LIJ.
La Literatura Juvenil
demuestra su razón de existir cuando los profesionales de la enseñanza se
enfrentan a un alumnado adolescente, al que desean introducir en el terreno de
la literatura, como disfrute y formación de su personalidad, durante la
denominada Educación Secundaria Obligatoria y se encuentran con la ausencia de
la literatura juvenil del canon literario escolar, obligándolos a replantearse
la elección de textos adecuados a sus pretensiones educativas.
Se utilizan los mismos
argumentos a favor y en contra de la LJ, como anteriormente se hizo con la LI,
cuando lo verdaderamente importante debe ser que dicha literatura responda a
los intereses de adolescentes y jóvenes. Así se puede afirmar que la
importancia de los libros juveniles radica en el hecho de que a través de esas
lecturas los jóvenes pueden desarrollar y afirmar su identidad y escoger su
lugar en el mundo cambiante y ambivalente que se presenta ante sus expectativas
de vida.
Hay que considerar que no se
considera literatura juvenil la que simplemente maneja personajes juveniles o
temas de presunto interés para los adolescentes, o aquella que se edita en
colecciones destinadas a los jóvenes; sino que se ha de valorar que la
Literatura Infantil y la Juvenil, como parte de la Literatura general, y como
reflejo artístico de la vida, la historia y la realidad de la sociedad.
Por otra parte, es
fundamental asumir que la valoración de toda obra de Literatura Infantil y
Juvenil suele proceder de personas adultas: profesores, padres, bibliotecarios,
etc., que son los auténticos mediadores entre los libros y sus destinatarios;
por lo que el escritor o escritora es consciente de que su obra ha de superar
dos obstáculos: el beneplácito de los adultos y la aquiescencia de los jóvenes,
para los que cada libro debe resultar una puerta abierta a la recreación y al
disfrute imaginativo que la carga moralizante ha enturbiado durante tanto
tiempo.
Conseguir que una persona
disfrute con la lectura de un texto literario es tarea ardua de lograr, porque
escribir un relato solo a base de palabras y convencer a un lector para que lo
lea es pedirle su complicidad es, en el fondo, un acto de ilusionismo, ya que únicamente
se convierte en placer cuando es activa, creativa y habitual; y para llegar a
ello son necesarios el rigor, la soledad, la disciplina y la constancia, ya que
la actividad de leer textos literarios es un placer intelectual y, como la
mayoría de los placeres del intelecto, exige un aprendizaje costoso que se
consigue con los años y con el esfuerzo.
Además hay que tener
presente que el libro en soporte papel como objeto cultural y la lectura
tradicional están perdiendo su primacía ya que el lector del siglo XXI se
encuentra más cerca del mundo audiovisual porque “los jóvenes navegan por
Internet, chatean con sus amigos, leen “on line” mensajes que incorporan los auditivo
con lo visual y táctil, diseñan sus blogs, y todo ello con una habilidad y
disponibilidad que quisiéramos ver invertidas en la lectura de un libro.
(Borda, Isabel, 2006)
Y si se trata de fomentar la
lectura, lo mejor es partir de la premisa de que leer debe ser divertido y que
hay que facilitar el acercamiento a los libros desde los primeros meses de vida
del individuo, iniciando el proceso con un primer contacto por medio de los
sentidos hasta conseguir que nuestro raciocinio sea capaz de percibir la
belleza que encierra la letra impresa.
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