domingo, 30 de junio de 2019

"Las calles de arena" de Paco Roca,

Las calles de arena
Texto e ilustración:
Colección Sillón Orejero
ISBN: 978-84-96815-91-9.
Cartoné, 104 págs., 15 euros.
Novela gráfica, 5ª edición.


Por José R. Cortés Criado.


La portada del libro nos da muchas claves para su lectura: un señor es arrastrado por la corriente de una gran inundación en un ataúd, navega tras un mapa entre las viviendas, en una de ellas se ve una figura cincelada en la pared, una especie de serpiente que se muerde la cola (uróboros), todo ello en color verdoso y al fondo, se destacan otras viviendas elevadas y tras ellas una mole enorme de viviendas que se pierde en el cielo, todo ello en color rojizo.

De ella destaco sus reminiscencias bíblicas: resucitado entre los muertos, salvado del diluvio y alejado de la Torre de Babel, sobre la que cae el fuego destructor, sabiendo que se trata de una historia circular donde no se sabe cuál es el comienzo y cuál es el final.

Se trata sin duda de una gran obra. En esta ocasión, Paco Roca, nos lleva por unas calles desconocidas cuyo nombre nos evoca El libro de arena de Jorge Luis Borges
. A lo largo de esta novela gráfica nos vamos a encontrar más reminiscencias literarias, por ejemplo, el protagonista se pelea con su doble como ya hiciera William Wilson de AllanPoe, se salva navegando en un ataúd como narró Melville, y ese otro personaje que realiza una tarea sin sentido, construir un mapa escala 1:1, podría haber sido creado por Kafka.

Si estas referencias literarias no fuesen suficiente, el relato se inicia en una librería, en la que el protagonista sostiene en sus manos un ejemplar del cómic Tintín en el Tíbet y donde compra una figura a tamaño natural del legendario personaje Corto Maltés de Hugo Pratt.

A partir de ahí, el protagonista recibe una llamada de su compañera recordándole que debe acudir a una entidad bancaria para firmar un crédito hipotecario, para llegar decide atravesar el barrio viejo de la ciudad, con el temor de perderse como le ocurre siempre y, en efecto, se pierde.

Pasa sus noches en hotel “La Torre” del barrio viejo, cuya recepcionista lee Memorias de África, y pernocta en una habitación con un señor que lleva treinta años viviendo en el hotel a pesar de preparar reiteradamente su maleta para iniciar el viaje a otro lugar fuera de ese distrito.

En ese barrio nadie duerme durante la noche, por si viene la muerte a buscarlo, lo hacen durante el día, salvo el hombre sin nombre que sigue con su hábito de sueño nocturno y el señor Soto que duerme en un ataúd, que el mismo construyó, mientras se deja morir.

El hotel tiene apariencia de zigurat, una Torre de Babel, donde no hablan distintas lenguas sino que viven personas con comportamientos nada corrientes: existe el señor Rueda, encargado del mantenimiento del hotel que está enamorado de la recepcionista y es incapaz de confesárselo, la recepcionista que lleva años enviándole pastas para merendar al cartógrafo señor Rosendo de los Vientos, el señor Diógenes que lleva siglos viviendo y coleccionando recuerdos de sus antepasados y desea tener muchos retratos suyos porque no puede ver su imagen en los espejos, el coronel Francisco Piedra que intenta clonar a su esposa fallecida, pero ninguno de sus numerosos clones lo ama, las encargadas de habitaciones del hotel, todas iguales…

La vida es monótona, el hombre sin nombre no halla la manera de salir del barrio, la joven cartera sigue escribiendo cartas y repartiéndolas entre sus vecinos, el señor que aguarda la muerte sigue intentándolo mientras su familia se despreocupa de él, las mujeres clonadas siguen despreciando a su creador, el cartógrafo…, hasta que el señor Piedra descubre un hecho impensable y desconecta la corriente eléctrica.

Tan simple gesto provoca la destrucción, diluvio incluido, de este mundo más cercano a lo onírico que a la realidad cotidiana, donde cayó nuestro personaje y cuando piensas que al final el señor sin nombre se despertará de ese sueño sin sentido en el que se desarrolla la obra, descubres que comienza otro, dejándonos Paco Roca con la ilusión de comenzar otra aventura en un próximo volumen.

Esa es la sensación que sentí al llegar al final, deseos de leer otra historia tan absurda y divertida como la finalizada, pues a pesar de las incongruencias y de los deseos incumplidos de los seres que la pueblan, se tiene la sensación de que nos hallamos ante modelos cotidianos de personas que anhelan conseguir un objetivo durante toda su vida y al final el destino puede concedérselo o no.

La estructura de la obra está muy elaborada y si bien el protagonista vive una pesadilla por no acertar al coger la calle correcta, en ningún momento vive angustiado, ni los personajes crean intranquilidad a lector que sigue expectante el transcurso del relato y algunas veces sonríe al saber que el cartógrafo es agorafóbico o que el conde Diógenes se corta al afeitarse por no poder verse en un espejo.

Los dibujos tienen mucha carga expresiva, los personajes aparecen muy bien caracterizados y unos simples trazos sabiamente pintados le dan personalidad propia. Las imágenes que reproducen el edificio dejan constancia de su enorme altura, de su forma circular, y del sin fin de escaleras que lo rodean, dándole una apariencia laberíntica.

También es significativa la tonalidad de los colores, que salvo en pocas viñetas donde los colores resultan llamativos, están tamizados de gris, verde, morado…, según se desarrolle la escena durante la noche, en un laboratorio o en la residencia del señor sin imagen, siendo estos detalles cromáticos unos aliados descriptivos de la novela.

Los planos de las viñetas están distribuidos de forma que el relato avanza continuamente, abundan los planos medios y americanos; el autor se ayuda de los planos detalles para darle más expresividad al relato e intercala los planos generales cuando es necesario describir el entorno donde se mueve el protagonista.

Reitero que se trata de una buena novela gráfica que pueden disfrutar los adultos y los jóvenes lectores, y hacerlos reflexionar sobre la vida cotidiana, y los acontecimientos que pueden marcar la existencia de las personas o decidirlas a dar un nuevo rumbo a sus vidas en cualquier momento.

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