Un cuento en la III Bienal de Arte y
Escuela
Por José R. Cortés Criado.
Este
es el cuento que narré a los asistentes a la VII Noche de los Cuentos organizada
por el CEIP Custodio Puga de Torre del Mar, Málaga, España, en el marco de la
III Bienal de Arte y Escuela.
Buenas tardes a todos, alumnos, alumnas, madres, padres,
abuelas, abuelos, tíos, primos, vecinos y demás asistentes.
Me han dicho que el alumnado del CEIP Custodio Puga es muy
listo, yo no lo sé bien, por eso os voy a preguntar una cosa: ¿Conocéis a
Caperucita Roja?
¡Ah!, ¡Sí!, pues muy bien, yo no la conozco, pero esta
mañana conocí al lobo de ese cuento.
¿Qué cómo que lo conocí?
Muy sencillo, os lo voy a contar.
Hoy, al mediodía, cuando acabamos las visitas de los
alumnos a esta III Bienal de Arte y Escuela, me asomé a las carpas que están
ahí detrás por si quedaba algún niño rezagado, de entrada, en la primera carpa
no vi a nadie, pero cuando miré a la carpa de arriba vi a lo lejos un niño y
pensé:
¡Vaya maestro o maestra despistada que se ha ido con un
niño de menos! ¡Menudo jaleo se va a armar! ¿Y cómo estarán esos padres si su
niño no llega a casa?
Conforme pensaba en eso me acercaba al niño y vi que era
muy peludo, ¡tenía todo el cuerpo cubierto de pelo! Y pensé: ¡Qué raro es ese
niño!
Cuando estaba ya muy cerca me asusté, aquello no era un
niño, ¡era un lobo! ¡Qué susto!
Yo iba a echar a correr, menos mal que me dijo que no me
asustase, ¡así me vería la cara!, que era un lobo pacífico.
Le pregunté que de dónde había salido, ¿y sabéis que me
dijo?, pues que salió de un libro.
Seguro que vosotros habéis visto una torre de libros en
forma de árbol en la carpa, ¿verdad?, pues allí está el libro titulado Caperucita Roja y de ese cuento salió el
lobo. Esto es lo que me dijo:
“A mí me gusta estar en el libro, porque si me
salgo para siempre se rompe el cuento y ya no lo leerá nadie, pero me canso de
estar ahí apretujado entre las páginas con los demás personajes y de vez en
cuando, me gusta salir a estirar mis patas y eso es lo que he hecho hoy, porque
había silencio y creía que ya no quedaba nadie en la Bienal y…, si me prometes
no contarlo, te voy a decir un secreto.
Ya no aguantaba más la discusión que tenían Caperucita, su madre y su abuela.
Comenzó la discusión la madre de Caperucita, regañándole
a su hija y diciéndole todo lo que tenía que hacer, que si tenía que estudiar, que
si tenía que fregar la casa, que si debía ser más obediente, que si no se
echase novio, que si ayudara a su abuela, que si “cuidadín” con el lobo, que
si… y que si… y que si…, hasta que Caperucita, que tiene un genio que no veas,
le gritó con todas sus fuerzas:
¡Eres una marimandona y no te voy a hacer más caso, que
me tienes harta, muy harta, más harta todavía!
La verdad es que la madre es muy pesada, todos los días
está con la misma canción, que si esto, que si aquello, que si lo otro y que si
lo de más allá. ¡Menuda pesada!
Pero Caperucita es mucha Caperucita y no veas cómo se pone
cuando se enfada. A mí me da miedo, pero en fin, a la madre le dijo que ya no
le iba a hacer más caso, que si se iba a ir de la casa, que si viviría en el
bosque con su abuela, que si no iba a volver, que si no la quería ver más, que
si…, bueno todas esas cosas que una hija le dice a una madre cuando está muy
enfadada.
Y si todo esto era poco, la abuela que se había quedado
dormida en la mecedora se despertó sobresaltada y comenzó a preguntar a voces:
¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué pasa?!
La madre y la hija seguían gritando, la una diciendo que
tenía que ayudar en las faenas de la casa, la otra que ni loca le iba a hacer
caso y la abuela empezó a gritar cada vez con más fuerza ¡¿Me podéis decir qué
está pasando en esta casa?! ¡¿Pero qué pasa?!
Y las dos dejaron de discutir y se volvieron hacia la
abuela y le gritaron aún más fuerte al mismo tiempo: ¡Que te calles, que
estamos hablando nosotras!
La abuela se enfadó más y comenzó a gritar de nuevo:
¡¿Qué me calle?! ¡¿Qué me calle yo?! Vosotras sois las
que os debéis de callar que yo soy la mayor y vosotras me debéis un respeto,
que para eso soy la abuela, ¡hasta dónde vamos a llegar!
Caperucita quiso poner un poco de paz y le dijo: ¡Mira
abuela, déjanos en paz, que ya tenemos bastante nosotras dos como para que tú
te metas en nuestras conversaciones!
Y ahí empezó la discusión de las tres y la abuela comenzó
a contar cada cosa…y ni la madre ni la hija sabían cómo callarla y la abuela continuaba
diciendo:
¿A ver dónde está el lobo? ¡Que venga el lobo y me coma
ya! ¡Yo no quiero estar más con vosotras, que venga el lobo y me coma corriendo,
que no quiero ni veros!
Tú estás loca, ¿cómo que quieres que te coma el lobo?
A mí me encanta
cuando me come el lobo, estoy más calentita en su barriguita, allí toda
tranquilita flotando en su estómago estoy la mar de a gusto.
Y Caperucita insistía: ¡Anda, anda abuela! ¿Cómo se te
ocurre decir eso? ¡Tú estás loca! Cómo te va a gustar que te coma el lobo y te
metas en ese estómago con todos esos jugos gástricos, todo pegajoso y con los
restos de huesos y de carne flotando y de lo que ha comido el lobo y con lo mal
que le huele la boca, si eso es horroroso, ¿cómo puedes decir que te gusta que
te coma el lobo?
¡Qué no, que yo me quiero ir a la barriga del lobo, así
que venga ya y que me coma! ¡Ah!, pero no quiero que venga más el cazador, ese
que se quede por ahí en su casa y que no venga.
¿Pero cómo que no quieres que venga?
Porque no quiero que me saque de la barriga del lobo, que
yo allí estoy muy a gustito.
Abuela, cada día
estás peor.
¡Mamá cómo dices esas tonterías!
Así estaban las tres y yo ya no podía más, por eso decidí
salir a estirar las patas un ratito.
Pero la verdad es que yo tampoco quiero que venga el
cazador, aunque me tenga que comer a la abuela y a Caperucita para toda la vida
y ya no me las coma más, es que el cazador es muy bruto, si tu supieras la raja
que me hace en la barriga y la fuerza con la que me clava el cuchillo.
Y luego, cuando me llenan el estómago de piedras, que
esta gente se cree que yo me como todo hasta las piedras, sí, ahora resulta que
voy a ser un lobo comepiedras. A mí lo
que me gustan son los lechoncitos, los cabritillos, los corderitos, los niños
tiernos, pero a mí no me gusta que me llenen la barriga de piedras, ni una mijita.
Y encima me cosen y lo hacen sin ponerme anestesia, y
claro, como soy el lobo y tengo que ser muy valiente, no puedo ni chillar ni
patalear, me tengo que estar quietecito mientras me cosen y ahí me tenéis, ¡ale!,
me cosen y yo venga rabiar y venga rabiar, y luego me entra sed y me voy a
beber al río y me caigo al agua y con el peso que llevo en el cuerpo no puedo
salir, y…lo paso fatal, hasta que me repongo otra vez para que venga otro de
vosotros, coja el libro y lea de nuevo la historia y vuelta a empezar.
También os digo, que el día que yo me canse, el cuento se
termina, aunque a lo mejor se cansa antes Caperucita o la abuela o vete tú a
saber”.
Así que todo eso es lo que me contó el lobo.
Yo le pedí que me contase más cosas pero me dijo que no,
que otro día a lo mejor, porque ya olía a comida y si se retrasaba esas tres
mujeres y el cazador, que no sabéis cómo traga, "me dejan a mí sin comer y si no
como no tengo fuerzas para contar el cuento ni para que me vea nadie".
Así que si tú o algunos de los alumnos que visitan la
Bienal quieren verme, que vengan hasta aquí, cojan el libro de Caperucita Roja
y lo abran por la primera página que estaré muy contento de observar sus caras
cuando leen la historia y me ven en los dibujitos. Adiós.
Con las mismas se metió en el cuento y ya no lo volví a ver
a pesar de que di dos vueltas a la montaña de libros. Por eso, esta tarde,
cuando terminemos la sesión de cuentos, volveré a la carpa a ver si me cuenta
algo nuevo. Si me entero de algo más, os prometo que iré a vuestro colegio a
contároslo.
Bueno, espero que os haya gustado y hayáis aprendido algo
nuevo del cuento de Caperucita Roja y si queréis saber más, preguntarles a vuestro
maestro o vuestra maestra que seguro que saben más cosas que yo.
Hasta la próxima. Adiós.
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