Publicado en:
Gómez Yebra, Antonio A.: Estudios sobre el Patrimonio Literario Andaluz IV, Málaga. Sarriá, 2012, pp. 257-272
EL GRILLO DE COLORES DE ANTONIO A. GÓMEZ YEBRA.
Existe una colección de
libros infantiles que lleva por nombre El grillo y como apellido un color, los
hay amarillos, rojos y azules, todos ellos publicados por la editorial
andaluza, Algaida.
Los colores indican la
edad a quienes van dirigidos los libros: los amarillos están concebidos para
los lectores de siete u ocho años; los rojos, para los de ocho o diez años; y
los azules se editan para los lectores situados entre los diez y los doce años.
Así que los hay para todos los gustos y colores: seis amarillos, seis rojos y
cinco azules.
La persona que ha
escrito todos estos grillos es
Antonio A. Gómez Yebra, que según ha declarado es un hombre “que se ha
hecho a sí mismo, poco a poco, sin ningún tipo de explosión, sin ningún ‘boom’,
ningún premio importante que llame mucho la atención, sino pasito a paso, casi
como las hormigas, empezando desde abajo y, bueno, no sé dónde voy a llegar, ni
lo que soy ahora mismo, pero creo que tengo un puesto dentro de la literatura
infantil actual, me conocen en toda España, me leen muchos niños, y lo
importante no es que me conozcan y me lean, sino que les gustan mis libros, y
se reeditan”[1].
Cada uno de los libros que componen
esta colección está concebido con un estilo distinto, por lo que el escritor se
acerca al lector de maneras diferentes, atendiendo la edad de los
destinatarios. Los hay escritos en primera persona como Un conejo en el armario que comienza así: “Desde hace tres años, o
sea, desde que tenía sólo siete, no hacía más que pedir a mis padres que me
regalaran un conejo”[2].
En primera persona nos narra Monty,
el saltamontes, sus peripecias. “Una hora antes de la tormenta yo, como el
resto de mis amigos y parientes, sabía que…”[3]
Sandra Burgueño García, alumna de Sexto A es la narradora de la vida de su
hermano hasta ese momento: “Esto no es un cuento que yo me haya inventado,
señorita. Usted lo sabe… Si quiere, puede leer el periódico del domingo. O
puede venir a mi casa… Todo ha sido así con mi hermano…”[4]
En primera persona
también detalla Ricardo su historia: “Papá y yo siempre tenemos muchas cosas
que contarnos. Hacemos un repaso a todo lo que hemos hecho en las últimas
semanas, y…”[5];
igual le ocurre a Anabel que empieza así el relato: “Yo no sabía lo que era un
monstruo hasta hace poco, hasta hace quince días o así: hasta que me fijé en mi
padre, y en las cosas que es capaz de hacer”[6].
Las travesuras de
Miguel son contadas en primera persona por su hermano, que se presenta de este
modo: “Cuando yo tenía ocho años me dio por entrar a mi casa por la ventana.
Fue una manía como otra cualquiera”[7].
El protagonista de Mi amigo Listo
comienza así su relato: “Yo soy un burro, y me llamo Torpe. Soy un burro joven y pequeño, de color gris, con el pelo
suave y lanoso en invierno, un poco menos espeso y más fino en verano”[8].
En el resto de la
colección el narrador es omnisciente, salvo en La marimorena, que está escrito en forma epistolar. Se trata de un
texto estructurado en tres cartas que le envía el jovencito Alejandro Gómez
López a su tío escritor, un hermano de su padre, para que le resuelva algunas
dudas a cerca de la leyenda de una mujer apodada Marimorena.
El
grillo de colores es una colección muy cuidada, en la que
priman tanto el texto como las ilustraciones; evita descuidar la calidad
literaria y procura que su lectura sea rápida y amena, para que los pequeños
lectores no se aburran ante páginas repletas de grafías ni se dediquen
exclusivamente a ver dibujos. Tras estudiar las tendencias literarias y
reprográficas en este segmento de la población, la editorial decidió ofrecer un
cincuenta por ciento de texto y otro tanto de imágenes, para contrarrestar las
actuales tendencias hacia la profusión de imágenes en la sociedad.
El tipo, el cuerpo y el
tamaño de letra han sido muy estudiados, y se han escogido de tal modo que
resultan atractivos al público al que se dirige. Además hay que añadir otros
pequeños detalles al margen de las ilustraciones, son la numeración a pie de
página en color rojo y el encabezado de cada una de ellas con el nombre del
escritor en las páginas impares y el título del libro en las pares, y en ambos
encabezamientos, una pequeña ilustración alusiva al título.
Hay que destacar la
profusión de letras capitales al inicio de cada capítulo con su detalle de
color, bien una flor, un perrito, una abeja, una niña, una mariquita, una nube o un grillo, siempre
en consonancia con el contenido del libro y con los protagonistas de las
historias.
Las ilustraciones de
Estrella Fàges son muy bellas, recrean el mundo ideado por Gómez Yebra de un
modo muy realista y lo complementa con multitud de pequeños detalles que
engrandecen la imagen. El color es fundamental en ellas, predominan los colores
vivos.
Como declaró el escritor,
“en los libros se ha cuidado hasta el último detalle para ofrecer un producto
atractivo a los más jóvenes. […] Lo que se ha pretendido con esta colección es
hacer que desde pequeños no se les caigan los libros a los niños de las manos
ni por su peso excesivo ni por ningún descuido editorial, por lo que los libros
han sido concebidos para que se puedan leer de una sentada. Para ello, en su
edición se han utilizado las últimas tecnologías de impresión, que han
permitido que todas las páginas vayan ilustradas a todo color, en formato
pequeño y de fácil manejo, con una letra asequible para los más pequeños”.[9]
La mayoría de los
libros tienen entre cincuenta y dos y
cincuenta y cuatro páginas, aunque hay uno, Mi
amigo Listo, que tiene dieciocho y otro, Las travesuras de Miguel, que tiene cincuenta y ocho. Casi todos
los volúmenes tienen tres capítulos, algunos, cuatro y uno sólo, Las tres princesitas, que tienen cinco y
Mi amigo Listo que no
está fragmentado en ninguno.
En estos libros el
lector se enfrentará a situaciones cotidianas de nuestro entorno, el escritor
se centra en personajes sacados de la clame media española, con una
problemática similar a muchos de nosotros, por ello los pequeños se verán
reflejados en determinadas peripecias, y los adultos mostrarán una media
sonrisa al verse retratados con gracia en algunas escenas.
Las relaciones
familiares, los problemas escolares o de convivencia entre amigos, las normas
de cortesía, los consejos paternos, los deseos de jugar en pandilla o los
recuerdos son adecuados a la vida diaria de sus lectores, que se sentirán
atraídos por la “normalidad” de esos personajes, que Gómez Yebra sabe retratar bien
en sus libros.
Se vivirán situaciones
familiares armónicas con sus vaivenes naturales entre hermanos, primos y
amigos; se conocerá el divorcio en Oreja
de abeja; el maltrato familiar en Trío
de monstruos, el machismo en Los
tiempos cambian, los problemas de salud cotidianos: una otitis en Oreja de abeja, un dolor de tripa en Patatas fritas de bolsa, la caída de los
dientes de leche en Dientes relucientes,
e incluso el nacimiento de un niño ciego en Mario
y Pillo.
En Las travesuras de Miguel se presentan tres niños que son cuidados
por su tía y los abuelos que viven muy cerca de ellos; en Oreja de abeja, el chico protagonista vive con su madre y pasa
algunas temporadas con su padre, porque se divorciaron.
Los problemas de
maltrato en el hogar están presentes en Trío
de monstruos. El padre de Sole, una de las protagonistas de esta historia,
es un yuppie al que acaban de despedir de su trabajo y busca consuelo a su
desesperación en el alcohol, y cuando no se controla, grita a su mujer y golpea
a su hija. Sole teme que se rompa su familia y que la aparten de su padre, al
que quiere mucho. Al final la vida familiar vuelve a la normalidad.
Los padres son queridos
por los protagonistas de estos cuentos, sirva como muestra lo que dice Ricardo:
“Un padre y una madre son las dos caras de una misma moneda. Te quieren más que
a nadie en el mundo. Y tú también los quieres, sin saber por qué. Quizás por
costumbre. A lo mejor porque llevas oyéndolos desde antes de nacer, y viéndolos
desde abres los ojos. Un padre es un padre, y una madre es una madre; y no hay
forma de explicar por qué los quieres. Ni ellos lo pueden explicar tampoco. Los
quieres, y ya está. Te quieren, y punto”[10].
Dientes
relucientes, presenta una familia extensa, aunque
casi toda formada por niñas. “Mi tía Lourdes tiene cuatro niñas; mi tía Mariví,
tres niñas; mi tía Feli, dos niñas. Y en casa éramos ya dos: mi hermana
Tere -la mayor- y yo, que entonces era
la mayor y ahora soy la mediana”[11].
Además aparecen los abuelos paternos: Magdalena y Yeyo.
Narcisa, es una
jovencita de doce años, que debe ir al colegio
escoltada por su hermano pequeño Álvaro y llevar de la mano a Macarena,
la pequeña de la casa, en Patatas fritas
de bolsa.
Irene, protagonista en Un meteorito muy particular, tiene una
familia numerosa, tíos y primos pasan juntos los días de fiesta en el campo;
Mario, personaje en Mario y Pillo, tiene dos hermanas; dos hermanos son
los hijos de la pareja que aparece en Un
conejo en el armario, y en Mi hermano
y yo; una familia con un hijo aparece en El devorador de libros y en Oreja
de abeja.
Todas las familias
relacionadas hasta ahora son representantes del modelo habitual en nuestra
sociedad, pero hay dos libros donde aparecen un príncipe y tres princesitas,
que son en El cumpleaños de Shana-Taga
y en Las
tres princesitas, respectivamente.
La vida de estas proles
recogidas en la colección es semejante a la de muchas familias españolas. Hay
madres amas de casa, pintora, bióloga; padre abogado, asalariados; los abuelos
desempeñan un papel importante en algunas historias y los matrimonios suelen
tener dos hijos o tres, aunque algunos sólo tengan uno.
Los protagonistas
llevan a cabo acciones cotidianas, como desayunar, almorzar, cenar, lavarse los
dientes, ducharse, hacer los deberes, asistir a clases extraescolares, ir al
campo, celebrar algún acontecimiento familiar comiendo fuera de casa.
Así se puede leer: “Era
domingo, y toda la familia había decidido pasar el día en el campo, como tantos
otros domingueros”[12],
y “El día del padre de hace cinco años - me acuerdo como si fuera ayer- fuimos
a comer a un mesón que habían abierto unos días antes. No era demasiado caro
todavía, y aquel día papá estaba muy dispuesto a mostrarse generoso. Todos
endomingados, nos presentamos en el mesón El
cazador”[13]
Narcisa, protagonista
en Patatas fritas de bolsa, es lenta
en todos sus quehaceres salvo en el acto de comer. Una mañana se sentó en la
mesa y “cayeron cuatro magdalenas (ella decía madalenas), cayeron otras tantas rebanadas de pan con mantequilla y
mermelada de albaricoque, y cayeron tres pastillas de chocolate porque no había
más. Zumo de naranjas y vaso de leche con cacao incluido. Total: dos minutos”[14].
Hasta las princesas
cenan con normalidad, aunque están tristes porque su madre se fue a visitar a
su prima, la Duquesa Ludovica, y nadie se preocupa de lo que comían, “así que
se comieron –sin ganas- todo lo que les pusieron por delante en la mesa,
mirando con ojos tristes el lugar donde solía sentarse su madre”[15],
y hasta se comieron las natillas a pesar de que las odiaban.
También comen los seres
fantásticos, así Monty, el saltamontes con luz propia de El devorador de libros, comenta que tras ingerir El Quijote, se sintió reconfortado, pero
al ver el Refranero, no se pudo
aguantar , se lo comió de principio a fin, “estaba a reventar. Más de sesenta
mil refranes son muchos refranes. Demasiados de una sentada. Adquirí el tamaño
de una calabaza de las grandes. No podía moverme”[16].
Algunos celebran su
fiesta de cumpleaños como Shana-Taga, que
para celebrar su séptimo aniversario invita a sus siete primos y a sus siete
primas; o el abuelo Yeyo, que a pesar de ser su cumpleaños nadie se acordó de
felicitarlo, menos mal que él comenzó a preguntar si alguien sabía qué día era,
que el dolor físico se olvida antes que otros, que las cosas materiales se
pueden sustituir por otras…, hasta que la abuela cayó en la cuenta y se fueron
todos a comer al restaurante “Los dos hermanos”.
Además, hay madres
“regañonas” como la de Narcisa que no la deja dormir todo lo que quisiera
porque debe acudir al colegio, que le recuerda que debe ser ordenada, comer
menos, cuidar las cosas y como es la mayor, debe ser responsable de sus
hermanos pequeños y hacer los recados: “Niña, cuando salgas del colegio pasas
por el supermercado y compras algo pata limpiarte los zapatos. Ten dinero. Y no
vuelvas a olvidarte de Macarena, que ayer…”[17]
También hay una madre
que no teme enfrentarse a Herminio, un policía municipal, con tal de defender a
sus retoños. En La marimorena, la
madre del protagonista no quiere entregarle la figura de barro hecha por su
hijo para el belén del colegio porque cada noche regresa misteriosamente a su
casa y entre otras razones esgrime: “No te doy la figura porque no tienes
derecho a llevártela. La ha hecho mi hijo, y ni la figura ni mi hijo tienen
nada extraño ni han hecho nada fuera de la ley. Puedo dártela, claro, pero no
me da la gana. Simplemente eso: ¡no me da la gana! ¿Me oyes?”[18],
aunque más tarde hubo de entregarla a instancias del juez.
Otros padres están muy
ocupados y no pueden atender a sus hijas, como Argantonio III, Rey del Confín
de los mundos conocidos en torno al Mar del Medio, que debe impartir justicia,
recibir al nuevo embajador del Reino del Norte o anotar las cosas importantes
del día en su diario.
Los hay con profesiones
liberales como Luisa, la mamá de Ricardo, protagonista de Oreja de abeja, de la que dice: “mamá es un monstruo con los
pinceles. (Iba a decir una “monstrua”, pero suena mejor “monstruo”). Lo mismo
pinta el mar, con islotes o con barcos, que unas células pequeñísimas que se
entretiene en estudiar por el microscopio”[19].
Y el papá de este
protagonista “es un artista. Pero no con el pincel, sino con la pluma. Ha
ganado infinidad de concursos (bueno, no tantos) de poesía y de novela, e
incluso uno de teatro”[20].
Incluso hay papás
monstruos. “Por fortuna yo tengo a mi padre, que es un verdadero monstruo,
aunque he tardado bastante tiempo en darme cuenta. Seguramente porque era una
cría y no hacía más que pensar en mí y en mis cosas: mi ombligo -lleno de
pelusa- era el centro del mundo, y yo,
la única persona importante de la Tierra y del Sistema Solar[21].
Anabel cataloga de la
misma manera al padre de su amiga Sole cuando éste supera su problema y vuelve
a ser el padre cariñoso y divertido que siempre fue. Se convirtió en el hincha
más chillón cuando su hija y sus amigas celebraban una exhibición de danza
clásica. “El padre de Sole se desgañitaba gritando, y aplaudía con la mano libre
sobre una carpeta. Más fuerte que nadie. ¡Es un monstruo!”[22]
Los abuelos también
ocupan un lugar importante en esta colección. “Mi abuelo era sastre. Y tenía
varios tipos y tamaños de tijeras: dos o tres pequeñas, otras tantas medianas,
dos bastante grandes, y unas tijeras ¡enormes!, de más de medio metro, que le
servían para cortar las telas de las chaquetas, de los pantalones, de las
gabardinas, de los chalecos… Y vivía muy poco más arriba, en la misma calle”[23].
En Dientes relucientes podemos leer que cuando nació Lolo “mi abuelo
Yeyo, aunque lo tenía terminantemente prohibido por el médico, se fumó un puro;
según él, para festejarlo. Magdalena, la abuela paterna, se hartó de llorar,
porque para eso se llamaba Magdalena. Y la abuela Pilar hizo una de sus famosas
tartas de manzana, que todos nos comíamos sin rechistar, aunque a mí
personalmente no me hacían mucha gracia”[24].
Los hermanos están muy
presentes en casi todos los títulos, en Mi
hermano y yo, se presenta la rivalidad entre estos, que a lo largo de las
páginas demuestran su preocupación por los animales, sus ganas de compartir sus cosas con los
demás, el sentido de la amistad, pero sobre todo destaca el cariño que ambos
siente recíprocamente.
En El quitamanchas, hay dos protagonistas mellizos, Marta y Ángel,
niños rubios, estudiosos, que llaman la atención. “Ángel tenía dos coronillas,
y eso significaba, según le habían enseñado la experiencia, que se trataba de
un niño vivaracho, difícil de mantener sentado más de diez minutos”[25].
En Dientes relucientes los tres hermanos se llevan como hermanos, unas
veces se hacen de rabiar otras se ríen o juegan juntos al fútbol, incluso con
el perro León. “Las niñas íbamos perdiendo, porque Lolo es un figura. No hay
manera de quitarle la pelota. Y León es un portero de mucho cuidado: las para
todas”[26].
Otras veces las
hermanas lloran. “Estaban tan tristes, tan tristes, tan tristes, que echaron a
lloraaaaar, y lloraaaaar, y lloraaaaar… […] Y tanto y tanto y tanto lloraron
las niñas, que de sus principescos ojos brotaron tres ríos, cuyas aguas
empezaron a correr por el jardín jardinero, lleno de flores como un florero”[27].
También ríen. “Las tres
princesitas se pusieron a reíííír y reíííír, y reíííír… Y rieron tanto, tanto,
tanto, que les dolían las costillas, las barbillas, las mejillas, y hasta las
pantorrillas. ¡Y eso que no tenían cosquillas! ¡Qué chiquillas! ¿Terminarían
saliéndoles espinillas?”[28]
Y se pelean por
cualquier cosa. Berta se pelea con su
hermano Nacho porque le ha arrebatado su mascota. “Le aticé con un cojín en la
cara. Después me arrepentí, porque le hice un arañazo bastante profundo con la
cremallera, y se puso a sangras, a gritar y a darme manotazos”[29].
Narcisa es la hermana
mayor y ha de cuidar de los otros dos que son menores, no le hace gracia y
cuando la madre le recuerda su obligación, esta refunfuña: “No me olvidaré más
de la dichosa niña ésta. ¡Plasta de niña! ¿Por qué tengo que hacer yo de
niñera? ¿Eh? ”[30]
Junto a aquellos
personajes tan reales, aparecen en determinados títulos otros extraídos del
mundo de la fantasía, como este ser: “un extraño hombrecillo verde de orejas
puntiagudas y brillantes ojos ambarinos”[31]
que salió de un huevo amarillo, que Irene, protagonista de esta historia, se
encontró un día que estaba de excursión en el campo con sus padres, tíos y
primos.
También es curioso ese
conejito de peluche tan querido por la protagonista de Un conejo en el armario, que mágicamente se transforma en un “conejo
de carne y hueso, un conejo “de película”[32],
cuando se le tira del pompón que hacía las veces de cola.
Para curioso, Monty, un
saltamontes corrientucho (sic) que una noche de tormenta, de esas que hacen
época, fue alcanzado por la fuerza de un rayo que cayó a veinte saltos de donde
él estaba y cuando despertó “ya no era un saltamontes como los demás. Era un
saltamontes plateado que emitía luz, una luz mucho más brillante que la luz de
las luciérnagas[33]”.
Además de ser un
“saltamontes-bombilla” (sic) era un saltamontes hambriento y cuando entró en la
biblioteca del pueblo y descubrió el sabor de las páginas escritas de los
libros, ese fue su manjar preferido.
Otro protagonista
animal es Torpe, el burro miope al que le costaba aprender las letras y recibía
castigos de la señorita Vaca; menos mal que su amigo el caballo Listo le enseñó
a leer.
Así mismo, ocurren
acontecimientos extraños o poco corrientes en bastantes volúmenes. En Patatas fritas de bolsa, la joven protagonista
ingiere una extraña bolsa de patatas fritas que le produce espasmódicos hipidos
y cada vez que le da uno, salta seis o siete escalones mientras sube las
escaleras de su piso, o bate todos los records deportivos de su colegio; para
esta chica con problemas dietéticos fue un sueño maravilloso poder deslumbrar
al atlético profesor de Educación Física y no ser, por una sola vez, la última en las competiciones.
Incluso León, el pero
del abuelo Yeyo en Dientes relucientes,
encuentra un colmillo de elefante enterrado en el jardín de un restaurante; y
Mario, tiene un amigo, Pillo, que es un pájaro. “Este pico rojo, estas franjas
blancas alrededor de los ojos, estas alas verdes, grises, rojas y amarillas, me
hacen pensar que es un ruiseñor del Japón”[34],
que le sigue a todas partes, le obedece cuando el niño le silba e incluso
parece que hablan entre sí.
Hay muchos animales en
casa de estas familias, en La marimorena,
Lola es una perrita que además de acompañar a su propietario, retira todas
las noches la figura del belén que elaboró este para su colegio dando lugar a
todo tipo de habladurías y supercherías en el pueblo; un conejo especial, en Un conejo en el armario; un pajarito,
Piopí, y un gatito, Dormilón, conviven con los niños en Las travesuras de Miguel, donde se cuenta además, que en su pueblo
nació un ternero con seis patas, dos cabezas y dos rabos, y que vio una vez una
serpiente de agua con dos cabezas.
Esta mezcla de realidad
y fantasía es la que nutre la imaginación del ser humano; si los textos solo
mostrasen hechos reales y comprobables,
el lector joven terminará por aburrirse; mientas que esa chispa de
imaginación hará que recupere el entusiasmo por la lectura y lo asombroso
dejará de parecer anómalo y será considerado parte de esa realidad que el libro
presenta.
Monótona sería una
clase de música si no fuese porque la profesora, doña Batuta, es una estupenda
comunicadora que sabe motivar a los niños y hace sus clases muy divertidas,
como se puede leer en ¡Música maestra!;
igual de aburrida sería una clase si los alumnos no pudiesen expresar sus ideas
y visitar algún que otro museo, como sucede en El quitamanchas.
El primer libro de la
colección, El quitamanchas, es una
historia en un marco real donde se mezcla el elemento fantástico para hacer
verosímil una anécdota increíble, aunque nos gustase que pudiese ser llevada a
cabo.
Un hecho cotidiano es
la presencia de veintiocho alumnos en una clase, que exista una profesora de
pelo corto llamada Maribel y que entre el alumnado se encuentren dos mellizos,
Ángel y Marta, y que tuviesen una linterna que perteneció a un tío de su madre.
Asombroso es que ese
señor fuese un inventor al que todos calificaban de loco y hubiese creado una
linterna que eliminaba toda imagen que fuese enfocada por su luz.
Este elemento
fantástico utilizado en situaciones corrientes crea ambientes mágicos,
transgresores, que en pequeñas dosis provocan la hilaridad del lector.
Así todos se divierten
cuando descubren las ventajas de tan genial invento, hasta la maestra se siente
atraída por él y lo aplica, incluso defiende la inocencia del invento para que
sus alumnos no sean reprendidos en el museo.
La luz blanca ejerce la
misma función que la lejía, donde ilumina, desaparece todo rastro de color;
para limpiar las pisadas de la pared de la clase es estupenda, pero si se
pintan un corazón blanco sobre la ropa a la vigilante del museo, la cosa ya es
distinta.
Pero este blanqueador
le ofrece la posibilidad al escritor de jugar con las palabras y transformar
mensajes; desde el clásico “Dejen a los niños solos en el ascensor” o “Tonto el
que no lea” gracias al pintalabios de la seño
que se usó para dibujar la n, hasta otros más complicados como los cambios
ejercidos en la frase “Marbella independiente”, que dio lugar primero a “Bella
dependiente”, después a “Bella pendiente”, a “El pendiente”, y “El diente” para
terminar en “El té”.
También hace juego con
las palabras en otros muchos títulos. En Las
tres princesitas alarga sonidos como “El Jardinero Real, que además era el Peluquero
Real, el Sacamuelas Real, y el Modisto Real, se había preocupado “muy mucho”
por hacer un jardín por tooooodo lo alto”, o cuando nos narra que se rompieron
los caballitos de arcilla y escribe: “... se fueron al suelo en pedazos de
barro-¡jo, jo, jo! Y pegajo- ¡jo, jo, so!”, y cuando las princesas están
tristes y “… de nuevo empezaron a lloraaaaar, y lloraaaaar, y lloraaaaar…”[35]
En otras ocasiones lo
que intenta es crear un calambur y mofarse de algún inocente; así le ocurre a
Lolo en Dientes relucientes. La
familia acude a un restaurante, el padre pide para comer rabo de toro y los
niños aprovechan para mofarse del pequeño, haciéndole repetir una frase sin
sentido: “Toro gando para mí”; cuando el pequeño demuestra que es capaz de
decirla, le ponen otra prueba, repetirla, pero cambiando la palabra toro por
vaca y el pequeño no se percató de la broma hasta que la pronunció y todos se
rieron de él.
En Mi amigo Listo, las letras son las auténticas protagonistas, aquí
el lector se las encontrará de distinta forma, tamaño y color, incluso en letra
cursiva de color azul frente al resto de letras negras. Y como de enseñar a
leer a Torpe se trata, hay letras del abecedario que encontraremos dibujadas
junto a un objeto que comience por ella y una serie de palabras que la lleven.
Además, el escritor,
dando muestras de su condición de catedrático y recordando su pasado como
maestro, comenta el uso y sonido de las letras. “La h parece una letra afónica,
no hace ni un ruido. La pongas donde la pongas está siempre callada, no molesta
a nadie: haba, helado, hilo, hoja, humo.
Pero si le coloca una c a su izquierda, haciéndole compañía, se pone muy
contenta y empieza a charlar, como Chicho que tiene un chucho que chilla mucho”[36].
El
devorador de libros disfruta con las palabras y se siente
felicísimo cuando se almuerza el Diccionario
de la Lengua Española, las pastas, no, porque estaban rancias. Gracias a
las explicaciones que da de este banquete, el lector sabrá de la existencia de
palabras poco usuales como chuzonería o zuzón y que el saltamontes aprende todo
lo que ingiere.
Como la curiosidad es
muy importante en su conducta, cuando escucha a la madre de su amigo y a éste
decir varios refranes encadenados al modo de Sancho Panza:
“-
Y date prisa… que al que madruga Dios le ayuda…
-
Sí,
pero, no por mucho madrugar amanece más temprano, mamá. […]
-
¡Pues
rápido, que vienen por la calle Jorge y Domingo, y “el que espera, desespera!” […]
Que “hormiga que no camina, mal convida a su vecina”[37].
El saltamontes Monty,
que se siente atraído por ese juego de palabras, localiza en la biblioteca del
colegio el Refranero General Ideológico
Español, hecho que le posibilitó aprenderse más de sesenta mil refranes,
incluso el número de orden da cada uno de ellos.
De boca del maestro también
escuchó un refrán: “De saltamontes a chicharra, poco marra” y así supo que el saltamontes y la chicharra
son primos hermanos. Y a su amigo Raúl le enseñó algunos relacionados con la
lectura: “Del leer sale el saber”, “Leyendo y escuchando, el necio se hace
sabio”, “Contra la tristura, buena lectura”, “Dime lo que lees y te diré quién
eres”.
También existen
personajes que hacen rimas fáciles cada vez que hablan: “Ricardo, no seas
petardo, ya sabes que te aguardo”, le
grita el padre a su hijo por el telefonillo en Oreja de abeja. El hijo le responde: “¡Espérame un segundo, que
estoy arreglando el mundo!”, y recibe como confirmación un “¡No lo discuto,
pero no te espero ni un minuto!”[38]
Al profesor de
Educación Física que imparte clases a Narcisa en Patatas fritas de bolsa, le gusta hablar con palabras rimadas y
apocopar el nombre de sus alumnos, así la protagonista es Cisa y él es Dom
(Narcisa y Domingo) y dice cosas como estas: “¡Sí, vosotras tres, el trío de
Rocío! ¡Venga un poco de más ritmo! […] ¿Qué te pasa, Leonardo? ¡No me seas
petardo!”[39]
Anabel, protagonista en
Trío de monstruos dice del padre de
una de sus amigas: “Sí, muy elegante: por detrás y por delante”[40].
En otro momento le dice a su compañera: “Bueno, gracias a mí, nada, monada, que
yo ni siquiera estaba”[41].
Además el autor hace
numerosos guiños a la poesía, no en vano es poeta y dirige varias colecciones
de libros de poesía para niños. Un personaje recita su poesía titulada al
llegar la primavera, que finaliza así: “Al llegar la primavera / el pulso se
nos altera / y se agita el corazón. /
¡Qué estación!”[42]
En Dientes relucientes se rinde homenaje al poeta oriolano Miguel
Hernández y se cita una estrofa de Nanas
de la cebolla: “Al octavo mes ríes / con cinco azahares. / Con cinco
diminutas / ferocidades. / Con cinco dientes / como cinco jazmines /
adolescentes”, que es un regalo de la tía Lourdes para Lolo cuando nació con
sus dos paletones.
La canción popular
también tiene su espacio cuando Amparo, la muchacha de la casa de al lado de
Narcisa canta su canción favorita con su voz de pito: “¡Eres alta y delgada
como tu madré, morená saladá, como tu madré… Pero tienes bigote como tu padré,
morená saladá, como tu padré!”[43]
Incluso se cantan
villancicos y podemos leer cuando Alejandro se pone a cantar a grito pelado:
“¡Ande, ande, ande, la Marimorena, / ande, ande, ande, que es la Nochebuena!”[44]
Antonio Gómez Yebra
deja constancia de su amor por la Literatura cuando recurre a expresiones como:
“¡Jo, qué ciega puede estar una! Con razón el ciego del Lazarillo veía más que
el chico”[45],
pero sobre todo se aprecia cuando pone a su personaje Monty frente al Quijote y le cuenta a su amigo Raúl lo
que sintió al leerlo/digerirlo “¡Qué historia, Raúl, qué historia! ¡No te
puedes hacer una idea de lo que pasaba por mi cabeza según iba devorando cada
capítulo! ¡Yo me sentía el héroe de la historia, y estaba dispuesto a luchar
contra quien fuese para defender a los pobres, a los débiles, a las damas! ¡Ah,
qué emocionante! ¡Fíjate cómo vibran mis antenas nada más pensarlo!”[46]
Y es que a los niños
hay que ofrecerles buena literatura y hacerles presente las obras clásicas de
nuestro acervo cultural, como hace este autor, porque la lectura es muy
importante para llevar a cabo una buena labor formativa de las personas, ya que
mejora sus relaciones interpersonales, mejora su vocabulario, amplia sus
conocimientos y los ayuda a ser mejores personas.
Colecciones con El grillo de colores ofrecen la
posibilidad de escoger, entre una variedad de títulos, historias adecuadas a
los más pequeños, porque como dice Gómez Yebra, si un niño no comprende lo que
lee difícilmente encontrará gusto por la lectura.
Algunos investigadores
consideran la Literatura Infantil y Juvenil una especie de literatura de
frontera, pero ha de tenerse en cuenta que es Literatura, al margen de la edad
de sus protagonistas, del público al que se dirige o de la carga educativa que
contenga, porque, en definitiva, es una forma artística de expresar la vida a
través de palabras.
Toda obra narrativa
infantil debe reflejar aspectos vivenciales que ayuden a formar la personalidad
de los niños y adolescentes; la vida, en su sentido más amplio, se ve reflejada
en una gran cantidad de libros. Numerosos autores han reflejado parte de la
suya en sus textos, a pesar de que
“sabemos que nuestras vidas no son los libros, aunque en los libros no hayamos
ido dejando buena parte de las mismas”[47].
La calidad literaria
debe ser la característica que marque el valor de toda obra escrita, como
ocurre en la colección aquí analizada.
José R. Cortés Criado
[2] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Dientes relucientes, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 5.
[3] GÓMEZ YEBRA, A. A.: El devorador de libros, Sevilla,
Algaida, 1998, pág. 5.
[4] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Mario y Pillo, Sevilla, Algaida,
1994, pág. 52.
[5] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Oreja de abeja, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 11.
[6] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Trío de monstruos, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 5.
[7] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Las travesuras de Miguel, Sevilla,
Algaida, 2010, pág. 5.
[8] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Mi amigo Listo, Sevilla, Algaida,
2010, pág. 5.
[9] Rafael Cortés, Entrevista a
Gómez Yebra, Sur, 8/XI/94, pág. 54.
[10] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Oreja de abeja, Sevilla, Algaida, 1998,
pág. 9.
[11] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Dientes relucientes, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 5.
[12] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Un meteorito muy particular, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 6.
[13] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Mario y Pillo, Sevilla, Algaida, 1994,
pág. 5.
[14] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Patatas fritas de bolsa, Sevilla,
Algaida, 1995, pág. 11.
[15] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Las tres princesitas, Sevilla, Algaida,
1995, pág. 37.
[16] GÓMEZ YEBRA, A. A.: El devorador de libros, Sevilla, Algaida,
1994, pág. 44.
[17] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Patatas fritas de bolsa, Sevilla,
Algaida, 1995, pág. 12.
[18] GÓMEZ YEBRA, A. A.: La marimorena, Sevilla, Algaida, 1995,
pág. 29.
[19] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Oreja de abeja, Sevilla, Algaida, 1998,
pág. 12.
[20] Ibídem, pág. 13.
[21] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Trío de monstruos, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 54.
[22] Ibídem , pág. 54.
[23] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Las travesuras de Miguel, Sevilla,
Algaida, 2010, pág. 42-43.
[24] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Dientes relucientes, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 5-6.
[25] GÓMEZ YEBRA A.A.: El quitamanchas, Sevilla, Algaida, 1994,
pág. 7
[26]
GÓMEZ YEBRA, A. A.: Dientes
relucientes, Sevilla, Algaida, 1998, pág. 20.
[27] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Las tres princesitas, Sevilla, Algaida,
1995, pág. 40.
[28] Ibídem , pág. 42.
[29] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Un conejo en el armario, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 30.
[30] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Patatas fritas de bolsa, Sevilla,
Algaida, 1995, pág. 12.
[31] GOMEZ YEBRA, A.A.: Un meteorito muy particular, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 52.
[32] GOMEZ YEBRA, A.A.: Un conejo en el armario, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 18.
[33] GOMEZ YEBRA, A.A.: El devorador de libros, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 14.
[34] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Mario y Pillo, Sevilla, Algaida, 1994,
pág. 34.
[35] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Las tres princesitas, Sevilla, Algaida,
1995.
[36] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Mi amigo Listo, Sevilla, Algaida, 2010,
pág. 33.
[37] GÓMEZ YEBRA, A. A.: El devorador de libros, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 23-37.
[38] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Oreja de abeja, Sevilla, Algaida, 1998, pág.
15.
[39] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Patatas fritas de bolsa, Sevilla,
Algaida, 1995, pág. 17.
[40] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Trío de monstruos, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 20.
[41] Ibídem , pág. 49
[42] GÓMEZ YEBRA, A. A.: El quitamanchas, Sevilla, Algaida, 1994,
pág. 14.
[43] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Patatas fritas de bolsa, Sevilla,
Algaida, 1995, pág. 6.
[44] GÓMEZ YEBRA, A. A.: La marimorena, Sevilla, Algaida, 1995,
pág. 14.
[45] GÓMEZ YEBRA, A. A.: Trío de monstruos, Sevilla, Algaida,
1998, pág. 13.
[46] GÓMEZ YEBRA, A. A.: El devorador de libros, Sevilla,
Algaida, 1994, pág. 42.
[47] GÓMEZ YEBRA, A.A.: “Literatura
Juvenil: estado de la cuestión”, en La
aventura de leer y escribir. Actas de las Jornadas sobre lecturas
organizadas por el CEP de Málaga, 1999, pág. 30.
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