La fuga de los personajes IV.
Lo que acaeció a la abuelita
de Caperucita Roja cierto
día que…
Por José R. Cortés Criado.
Es que yo, la abuelita de Caperucita, ya estoy un poquito
harta de ser siempre tan despistada y tan tontorrona pero no sé cómo atajar este
problema, por lo que sigo haciendo lo mismo día tras día cada vez que alguien
abre las páginas del cuento.
Para mí el mejor momento del relato es cuando estamos en la
barriga del lobo, porque allí nadie nos ve ni lee lo que decimos y es entonces
cuando hablo con mi nieta de las cosas que me interesan, pero Caperucita no se
encuentra cómoda en ese estrecho espacio con los jugos gástricos del lobo y los
restos de sus comidas flotando a nuestro alrededor.
Yo ya me ha acostumbrado a esa oscuridad, a ese estado
pegajoso y a ese soportar que mi nieta me vuelva la cara y no quiera charlar
conmigo de novios; me da igual, yo sigo con mi tema pase lo que pase.
Y es que ya está bien de ser una abuelita tontorrona que
vive sola en el bosque, porque yo vivo aquí porque quiero, porque es la casa
donde he pasado la mayor parte de mi vida y no me quiero ir a ningún otro sitio.
No, estoy muy requetebien aquí y mi hija no termina de enterarse.
Ella cree que estoy desvalida y perdida en la nada, pero
ella no sabe que tengo mi vida al margen del cuento, que yo solo estoy en ese
estado de medio alelada y muy cegarata
cuando la gente lee el cuento, luego me pongo mis buenas gafas y veo todo lo
que quiero ver.
¡Ay! ¡Qué desesperación llegar a vieja y que todo el mundo
te considere inútil!
Si con mi nieta no hablo nada, ya que cuando llega a casa
yo ya estoy en la barriga del lobo, ¿cómo voy a enterarme de lo que piensa, de
lo que quiere y de cómo le va su vida? Por eso, cuando estamos a solas, aunque
estemos deseando salir de aquel lugar apestoso y estrecho yo tengo que
aprovechar esos minutos para conocer a mi nieta.
Es una pena que no sepa nada de ella, solo que es una niña
muy buena pero que un día desobedeció a su madre y fue engañada por el
malvadísimo lobo en medio del bosque; pues no, no me conformo con eso, yo
quiero ejercer de abuela, enterarme de sus cosas y darle alguna que otra
propina.
Que ni eso me dejan, como entro en la barriga del lobo
desnuda no puedo llevar conmigo ninguna moneda para darle algo de dinero y así
pueda comprarse algo que le guste, porque lo que hay aquí es un poco de tierra,
muchas plantas y algún que otro animal, y eso, segurísimo que no le gusta, ya
lo tiene muy visto.
Y si no mi hija, que no se entera de lo que quiere su niña,
a esa edad todavía la quiere jugando con las muñequitas de tela y encerrada
todo el día en la cabaña. ¡Cuándo se enterará que la vida no está en esas
cuatro paredes y que aunque fuera esté el peligro hay que enfrentarse a él con
uñas y dientes!
Y ese lobo, que siempre dice lo mismo, no cambia ni una
palabra su discurso, y como cada día está más entusiasmado todo lo dice con un
ímpetu que hasta asusta a todos, menos a mí, que ya me sé cuál es mi destino.
Otro muy lumbreras es el cazador, aunque a veces viene
vestido de leñador; este por lo menos cambia algo, aunque solo sea su atuendo y
hace que me fije más en él. Él cree que lo miro con algún interés y, a veces,
se sonroja un poco, pero yo lo miro para matar el aburrimiento; así compruebo
si lleva todos los botones de la camisa abrochados, si ha traído la escopeta o
la sierra, si bien una vez acudió con ambas herramientas. Luego dijo que estuvo
algo distraído y que con las prisas pasan esas cosas.
Bueno, pues a pesar de mi hija, mi nieta, el lobo y el
leñador/cazador sigo disfrutando cada vez que unos ojos nuevos recorren las
letras y los dibujos de este cuento, que es tan mío como de los lectores.
¡Ánimo, a leer y a disfrutar de la vida!
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