—¡Hola, amigo poeta!—¡Hola, María! Aquí estoy
dándole vueltas a unos versos que se vinieron a la mente escuchando al público
juvenil hablar de mí, del mar y de mi maestro Juan Ramón.
—¡Ah! Juan Ramón Jiménez
Mantecón. ¡Qué buenos ratos de charla con él y Zenobia tanto en Madrid como en
Puerto Rico!
—Maestro, yo soy aprendiz de
pintor y de poeta. Me encantan sus versos cortos, esas frases nominales. ¡Qué
fuerza tiene sus poemas tan desnudos de adornos!
—Joven poeta, me gustan las
oraciones nominales porque muestran la esencia de las cosas; los verbos hablan
solo de su existencia.
—Ven con nosotros a visitar a
Pablo —le propuso la filósofa.
—Prefiero seguir buscando el
sustantivo exacto para estos versos que revolotean en mi mente.
—Como quieras. ¡Hasta luego!
Caminan hasta el lugar donde
se encuentra Picasso con sus pinceles en la mano.
—¡Hola, maestro! Soy Joaquín,
un aprendiz de pintor que se maravilla de su buen hacer. Llevo varios días
observando su trabajo y, hoy, lo veo muy pensativo.
—¡Hola, Pablo! ¿Qué te ronda
la sesera hoy?
—¡María, ¡qué bien me vienes!
Llevo todo el día dándole vueltas a un tema y seguro que tú, que eres más
reflexiva que yo, me das la solución.
—Dime, ¿en qué te puedo
ayudar?
—María, ¿crees que hice bien
el pintar el Guernica?
—Sí, sin duda alguna que fue
un acierto ese mural. Así queda constancia de la barbarie y la destrucción de
esta guerra que ha roto nuestro país.
—¿No crees que debería haber
dibujado otro de la Desbandá?
—Pues sí, tu tierra también se
merece un mural épico que recuerde el dolor y el sufrimiento de esas familias
que pasaron por aquí, por esta playa de Torre del Mar, camino de Almería.
-¡Qué
dolor la desbandá o juía como se le dice por aquí! -añadió Joaquín.
—Ese pensamiento es el que me
ronda estos días, amiga filosofa.
—Madura tus ideas y, si lo ves
necesario, ponte a la tarea. Nosotros
seguimos nuestro camino y nos pararemos ante los fractales a pensar en lo que
hemos hablado. ¡Vamos, Joaquín!
—Mira María, este móvil que
parece inacabado. Me recuerda las naves espaciales del cine.
—Sí, Joaquín, podría ser una
ciudad del futuro en cualquier punto del espacio. Es verdad, está inacabado.
Parece una invitación a los visitantes para que continuemos la extensión de
esta ciudad única.
—¡Qué imaginación y qué
calidad hay en esta exposición! Me llama la atención cómo con piedrecitas, material
de desecho, cascarones de huevo, recortes, libros viejos, goma eva, cartulinas,
retales de tela y demás materiales sencillos se puede hacer arte.
—Sí, Joaquín, el arte está en
nosotros, el ser humano, solo debemos saber sacarlo de nuestro interior y mostrárselo
a los demás, y de eso, tú eres capaz; yo, lo puedo hacer con la palabra, no con
el pincel. Todos tenemos un arte, solo debemos encontrárnoslo y trabajarlo.
—María, siempre aprendo de tus
palabras. ¡Qué sabia eres!
—¡Anda, zalamero, déjate de
alabanzas y sigamos el paseo! —María siguió hablando— Pobre Frida Kahlo, ¡qué
dolores tuvo que padecer durante su vida tras aquel fatal accidente! Fue una
gran persona de ideas muy avanzadas. Rompió con la imagen de la mujer sumisa y
más de un tabú de su época. En sus cuadros reflejó sus dificultades para vivir.
—Sí. Tuvo que ser dura su
existencia, una mujer con tanta fuerza y con tan poca movilidad...
—Sigamos, amigo. ¡Vamos a ver
si queda algo de la cena tan espectacular que han montado con tan singulares
personajes!
—¡Yo me tomaría una copita de Anís
del Mono si es que no lo han terminado ya!
—Yo prefiero un cafelito junto
al alemán de la cerveza, la menina, Marilyn, y Charlot. Sin duda, mantendríamos
una conversación muy interesante.
—Para eso, María, deberías
invitar también a Robert Harvey, para que traduzca lo que diga la Monroe.
—Vamos a bajar y charlamos un
rato con él, que lo veo muy feliz contemplando las recreaciones de sus obras.
—Un momento, antes entremos a
visitar estas señas de identidad tan interesantes.
—¡Ay, Joaquín! Ayer me pasé la
noche recordando lo que ahí vimos, esas manifestaciones de la diferencia que
tan magistralmente han traído estos profes y alumnos. Dan para escribir un
tratado sobre la autoestima, las relaciones humanas, la fuerza de la unión de
todos, las caretas que usamos para salir al mundo y lo mejor, que asumamos que
todos somos diferentes y todos somos necesarios e importantes.
—Continuemos. Que me
entristece ver ese mendigo en el suelo. ¡Parece mentira que hallamos
evolucionado tanto y que sigan viviendo personas en la calle!
—Ha sido un acierto esta obra.
Es un aldabonazo en las mentes de los que vivimos con las necesidades básicas
cubiertas. ¡Hay que mirar a nuestro vecino y arrimar el hombro para que esto no
siga existiendo!
—Sí, María y podemos crear
nuestra bandera para ese movimiento que acabe con la pobreza.
—Yo le pondría un limón y un
gato.
—Y yo, un trocito de mar y de
sol.
—No nos quedará mal. Vamos a
preguntarle a Robert antes de retirarnos.
—Yo le pondría un ángel
—propuso el americano.
—No me extraña, así todos
sabrán que vives en La huerta del ángel. Amigo Harvey, quién te iba a
decir que un hippie norteamericano como tú iba a acabar viviendo en la Axarquía.
—María, si alguien me lo
hubiese dicho cuando nos oponíamos a la guerra de Vietnam, lo hubiese tomado
por loco, pero cuando llegué aquí y vi esta luz y esta gente, lo tuve claro. Mi
sitio estaba en Macharaviaya.
—¡Hola, soy Joaquín!
—Sí, ya te conozco y conozco
tus dibujos y tus versos. Vivo en el campo, pero no desconectado del mundo. Me
gusta tu forma de ser y expresarte.
—Desde pequeño me gustaba
pintar y montar teatrillos en mi casa.
—¡Ah! ¿Vosotros sabéis que con
siete años yo ya dije que era pintor?
—¡Con siete años! Ya me hubiese
gustado a mí haber dicho que era filósofa a esa edad.
—Yo tampoco fui tan precoz,
aunque seguro que los tres ya apuntábamos maneras desde muy pequeños.
—Cuando lo dije, los mayores
se rieron. A mí no me hizo gracia, pero aquí estoy, siendo uno de los pintores
de Pop Art reconocidos.
—¿Qué le pasa a Salvador Rueda
que esta tarde está tan pensativo? —quiso saber Joaquín.
—No lo sé. Suele ser un buen
compañero de tertulia —aclaró Robert— Charlamos mucho, sobre todo él y Lobillo.
Tienen muchas cosas en común.
—Con Antonio Segovia Lobillo
yo he pasado muy buenos ratos hablando de versos y pintura. Sabe mucho de ambas
cosas —aclaró Joaquín.
—¡Hola, Salvador! Todavía
resuena el eco de tus palabras en media América. Nadie olvida a este precursor
español de Modernismo —expuso María.
—Gracias, amiga. Ahora estoy
intentado componer un poema, tengo ya los dos primeros versos: “Torre del Mar,
alegre y peregrino / pueblo a la orilla de la mar riente”. Ya me falta menos
para acabarlo —dijo con humor.
—Os escuché hablar de la
creación de una bandera nuestra, quiero unirme —apuntó Antonio Segovia Lobillo—.
Yo le añadiría una pluma y un pincel. No creo que haga falta aclarar el porqué.
Si alguien lo duda que se pase por Moclinejo, por el Museo de Arte Contemporáneo
que lleva mi nombre.
—Yo no voy a ser menos —habló
Salvador—. Propongo que tenga un manojito de boquerones y, si me apuras, una
tajada de sandía.
—¿Os parece que lleve como
lema “La paz es un modo de ser persona”? —Propuso María.
Todos alabaron la idea y
después de platicar un buen rato, Joaquín y María siguieron su vuelta.
Revisaron qué nuevos deseos se habían cumplido de la Fuente de la Gloria,
saludaron a los atrapados en la pantalla, al pulpo gigante y se detuvieron a
conocer el secreto de tantas miradas atrapadas tras las ventanas.
—¡Qué tiempo más duro el del confinamiento
por la pandemia! Esperemos que no vuelva.
—Sí, Joaquín, será mejor.
—Veo que los frutos axárquicos
están en sazón, siempre hemos sido tierra de agricultores.
—Ahora te propongo callarnos
para sentir los latidos de nuestro planeta y, después, sentarnos un rato a
contemplar este móvil mágico que ha hecho el alumnado con la ayuda de Antonio
Hidalgo.
—Mi amigo Antonio es un genio,
su pintura es inconfundible, domina los recursos técnicos como pocos, el color
es un factor imprescindible junto a esos otros elementos que le dan un toque
mágico a su obra.
—Sin duda, Joaquín, estamos
ante un artista que sabe reflejar perfectamente aquello que lleva en su
imaginación.
—¡Hola, paisanos! Me alegra
saber que os gusta lo que creo. Yo lo paso en grande en la soledad de mi
estudio delante de un lienzo, pero he de confesaros que me lo pasé genial con
los niños haciendo esta muestra para la bienal.
—Es para sentirte orgulloso.
Esa cantidad de pequeños detalles, esa mezcla de tonalidades y esas formas
hacen de El carro de la ilusión una pieza digna de cualquier museo de
arte moderno—afirmó María.
—¡Ah! A propósito de la
bandera, le añadiría una gaviota y un pulpo multicolor y me presto a pintarlo
para la V Bienal Internacional de Arte y Escuela de la Axarquía.
—Con una condición —dijo
Joaquín—. Que no lo recargues de adornos, porque, entonces, parecerá el carrito
de las chucherías.
Los tres amigos, entre risas,
se despidieron.
María, antes de volver a su mural, se acercó a la emisora de radio escolar.
Tocó los auriculares y los micrófonos, se sentó frente a uno. Su mente voló muy
lejos y, con voz suave, recitó:
—Bajo la flor, la rama;
/ sobre la flor, la estrella; / bajo la estrella, el viento. / ¿Y qué más?
Después, en el silencio de la tarde, recordó la letra de Verde, blanca y verde de Carlos Cano, tan bien cantada por la Orquestilla del Vicente Aleixandre y el Coro Joven Stella Maris.
Al cabo de un rato se levantó y susurró:
—Todo arte es poesía o… no es.