Por José R. Cortés Criado.
Aquella mañana cuando la maestra bibliotecaria llegó a la
biblioteca sintió algo extraño, no supo qué podía ser pero algo le decía que
aquello no estaba como debiera, así que fue a abrir las ventanas para que el
sol de primavera inundase la sala antes de que los alumnos viniesen durante el
recreo.
Soltó un ¡¡¡¡OOOOHHHH!!!! que se oyó hasta en el último piso de
colegio y salió corriendo en busca del maestro bibliotecario.
-Manolo, Manolo, ven que esto no es posible.
Manolo llegó antes de lo previsto porque aquel grito no era para
menos.
-¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?- dijo con cara de espanto.
- A mí nada, pero pasa dentro que lo verás con tus ojos.
- Menos mal que lo veré con mis ojos, porque con mis orejas no lo
vería.
- ¡Déjate de chistecitos! Pasa y mira. Haz el favor.
Manolo se sopló el flequillo para poder ver bien y comenzó a
subirse las gafas que se les resbalaban hasta la punta de la nariz por el sudor.
Lo que allí se veía era algo nunca visto, suspiraron los dos, se
miraron y miraron al frente y volvieron a suspirar, no se atrevían a hablar o
quizás no podían por lo mucho que abrían sus bocas y sus ojos.
Cuando pudieron reaccionar volvieron a mirarse, cerraron un poco
esos ojos espantados y comenzaron a hablar.
-¿Quién ha movido los libros? ¿Por qué están abiertos? ¿Quiénes
los pusieron en las mesas o en el suelo?
Siguieron haciéndose estas y otras preguntas similares sin esperar
respuesta alguna, porque lo que hacían era narrar lo que veían con preguntas
retóricas.
No podían creer que los libros se hubiesen movido de sitio, que
todo estuviese revuelto y los libros descolocados, lejos de su espacio
correspondiente, pero no podían sospechar lo que estaba por conocerse…, en
aquellos libros no había personajes, todos se habían fugado.
Los dos bibliotecarios estaban desolados, sin personajes no había
historias, aquellos cuentos dejaban de existir y la biblioteca se vería abocada
al cierre.
En esas andaban los dos maestros cuando escucharon el sonido de
unas esquilas en el pasillo.
Salieron corriendo y les pareció ver la cola de un cabritillo
entrar en la clase de enfrente. Como no podían creerlo, se acercaron a la
puerta y pegaron sus orejas a la puerta.
-Si, nos hemos fugado. Hemos decidido abandonar el libro donde
estábamos porque nadie viene a vernos. Estamos cansados de estar allí
apretujados los siete en la misma página y que ningún niño ni ninguna niña se
digne a visitarnos.
Ni la maestra ni los niños salían de su asombro, allí tenían
delante de sus ojos a los siete cabritillos que acababan de dejar su libro
vacío en la biblioteca.
Manolo y Marta tampoco podían creer lo que escuchaban, pensaron
que era cosa de sus nervios, pero cuando despegaron sus orejas de la puerta
vieron a una niña con una caperuza roja salir de otra clase y la siguieron.
Esta Caperucita entró en la clase de los niños de párvulos y comenzó a decir:
-¡Hola, niños y niñas de esta clase! ¿Sabéis quién soy?
El maestro no supo qué responder porque no tenía información de
que había alguna actividad nueva, pero los alumnos si gritaron todo lo que
pudieron una y otra vez.
-¡¡¡¡TÚ ERES CAPERUCITA ROJA!!!!
-Bueno, menos mal que me reconocéis, pero no sé cómo es posible
porque no os veo por la biblioteca y estoy desesperada de no ver ninguna cara
mirándome en mi libro.
Marta y Manolo se asombraban más y más y se sentían culpables de
lo que pasaba. No sabían qué hacer pero comenzaron a andar por los pasillos y
vieron a través de una ventana que Blancanieves entraba en otra clase y
escucharon pegando otra vez sus orejas a la puerta.
-Como seguramente no me conocéis me he vestido de blanco y traigo
un poquito de nieve en la mano, aunque la voy a tirar porque me quema la piel.
-¡Tú eres Blancanieves! – gritaron más de uno.
La maestra los mandó callar y se dirigió a la
visitante:
-¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces en nuestra clase?
- Soy Blancanieves, seguro que usted no me conoce porque no visita
la biblioteca y a lo mejor ni sus padres le contaron mi cuento.
- ¡Eso no te lo consiento! – dijo muy alto y con mucho enfado.- Sí
que he leído ese cuento, aunque voy poco a la biblioteca, eso sí es verdad,
pero no leo tu cuento porque ya me lo sé memoria.
- Pues mejor así, pero ahora me dirijo a los alumnos, ¿por qué no
venís a visitarme a la biblioteca?
Todos hablaban al mismo tiempo, unos decían que no les gustaba ir
durante el recreo, otros que tenían el libro en casa y que…
Manolo y Marta empezaron a entender lo que pasaba cuando vieron a
un gato cruzar el patio con unas enormes botas de color verde, seguido de una
sirenita que además de caminar sobre sus dos piernas llevaba una linda cola
llena de brillantes escamas.
Estaba claro que había que hacer algo pero estaban paralizados por
lo que veían ante sus narices y por lo que escuchaban tras las puertas.
Fueron rápidamente a la clase de primero porque había cierto
alboroto y escucharon.
-Soy el lobo, sí, pero no he venido aquí a comeros, no tengo
hambre, hasta el apetito se me ha quitado desde que nadie viene a verme a mi
libro.
-¡Es que nos das miedo, señor lobo!- gritó una vocecita infantil.
-Eso solo pasa en los libros, aunque algunos parientes míos son
más fieros que yo y no sé de qué serían capaces, pero me gusta tanto veros leer
el libro y esa cara de miedo que ponéis cuando voy a comerme a los tres
cerditos…
Unos sonidos muy extraños llamaron la atención de los maestros
bibliotecarios, no sabían exactamente de qué se trataba, si era un grupo
musical muy malo, unos niños ensayando para el festival de fin de curso o una
mala pasada que le jugaban sus oídos, así que se asomaron por la ventana de la
clase de tercero.
Allí estaban los causantes de ese griterío con apariencia de
concierto, eran los músicos de Bremen. Frente a los alumnos, junto a la
maestra, un burro, un perro, un gato y un gallo intentaban convencer a los
pequeños de que fuesen a visitarlos a la biblioteca alguna vez, porque estaba
cansados de no cantar porque nadie abría su libro.
Cuando pasaron cerca del despacho de la directora, la vieron con
la cara descompuesta, agitando su mano delante de su nariz y pidiendo una
pastilla para el dolor de cabeza.
-¡Por favor, ya está bien!- dijo con cara apenada.- Ya sé que
debemos visitar más la biblioteca con los alumnos, que estáis aburridos de
estar solos, que eso es muy triste para vosotros, pero yo ya lo he oído del
hada madrina, de la madrastra de Blancanieves, de la abuela de Caperucita, del
cazador, de un flautista que me ha hecho bailar durante un buen rato, así tengo
los pies, ¡me duelen una barbaridad!
Los tres cerditos querían hablar a la vez, pero ella no
los dejó.
-Os lo ruego, dejadme descansar un poco y tomo medidas para
cambiar las cosas y decidle al patito feo que no es tan feo y que no venga otra
vez a contarme lo mismo, a Pinocho que deje de repetir lo solo que está, a Juan
sin miedo que no me asuste, a la bella durmiente que siga durmiendo a..., y
sobre todo marchaos a vuestro libro porque no aguanto el olor que desprendéis.
Cuando Marta y Manolo pasaron cerca de la clase de la Jefa de
Estudios, está salió regañando a todos porque no se podía estar en paz en el
colegio con tanto personaje corriendo por los pasillos e interrumpiendo las
clases. Así que ella quería que todo estuviese en silencio ya.
Ese silencio ya lo dijo a todo volumen y muchos niños se taparon
los oídos pero no por ello dejaron de hablar y jugar con los personajes que
pasaban por sus clases.
Los bibliotecarios decidieron que había que restablecer el orden
en los libros y devolver a cada personaje a su cuento, para ello llamaron a los
“cazapersonajes”, que enseguida acudieron a pesar de que tenían mucho trabajo
estos días con la celebración del día internacional del libro y en muchas
bibliotecas estaba ocurriendo lo mismo.
Al llegar al colegio fueron informados de inmediato y se colgaron
a sus espaldas unas enormes mochilas con un tubo flexible que acababa en una
boca muy ancha por la que absorbían los personajes.
Se pusieron manos a la obra y comenzaron la cacería por la primera
clase que encontraron, pero no les fue tan bien como ellos esperaban.
Al entrar en un aula los personajes pidieron ayuda a los niños,
estos se interpusieron entre el tubo y el personaje para evitar que se los
llevasen a su libro.
Algunos niños salieron en defensa de los que ya consideraban sus
amigos, otros agredieron a los cazapersonajes, otros chillaron con todas sus
fuerzas, también abrían las puertas para facilitarles la huida.
Cada vez el alboroto era mayor, ahora los pasillos estaban llenos
de personajes y niños que gritaban y corrían en todas direcciones, la jefa de
estudios intentaba gritar más que ellos para imponer silencio, la directora se
dejó caer en el sillón de su despacho con la cabeza echada hacia atrás sin
ánimos para ver lo que sucedía fuera.
Fue una batalla larga, ruidosa y muy divertida, pero al final se
impusieron los mayores y los personajes fueron volviendo a sus libros. Por fin
los bibliotecarios estaban algo tranquilos, habían conseguido salvar la
biblioteca.
Y además, habían conseguido que durante el recreo la biblioteca se
llenase de niños pidiendo libros de cuentos clásicos para leerlos en compañía y
sentirse parte de ellos, porque estos niños habían tenido la suerte de conocer
en vivo a los personajes que pueblan su mundo infantil gracias a esos valientes
personajes que decidieron sublevarse ante la pasividad lectora de muchos.